miércoles, 6 de agosto de 2014
Tren de noche
La revisora comprueba los billetes de los pasajeros que se suben al tren. La revisora inspecciona, al llegar el tren a su destino, si todos los pasajeros se han apeado. Un tren que parte, rebosante de historias, de pasados irresueltos, como arenilla en el ojo o sombras que pesan, de futuros indefinidos o de presentes suspensos, estancados. Un tren que llega, vaciado, despojado de las esquirlas de unas historias que quizá sigan siendo heridas abiertas o flecos sueltos, o meros tránsitos, vidas expectantes, o resignadas, vidas que especulan o imaginan lo que pudieran haber sido en otros posibles recorridos de la vida. Entremedias, en la extraordinaria 'Tren de noche' (Pociag, 1959), de Jerzy Kawalerowicz, el trayecto nocturno, cruces, reflejos, encuentros, tanteos, colisiones, episodios aún en curso, pasajes que finalizan, algunos que se esbozan, otros que se frustran, o se extirpan, otros que pudieron ser, o que se soñaron por un instante. Un hombre, Jerzy (Leon Niemczyk), olvida su billete, no recuerda cuál era su compartimento, y necesita uno en el que estar solo. Pero no podrá ser. Una mujer, Marta (Lucina Winnicka), se encuentra con un billete que alguien que desconoce le cede. Dos personas comparten un espacio que no les correspondía, comparten un trayecto que parte con incógnitas, no saben nada el uno del otro, y de las interferencias, son presencias en principios que perturban. Cada uno arrastra su historia, y no comenzarán a definirse hasta que el viaje esté a punto de finalizar.
Las incógnitas dejan asomar interrogantes turbadoras. El se crispa, y pierde la compostura que parece llevar como una estatua que se distancia, o protege, del mundo con sus gafas oscuras, cuando se fija en las formas de la sábana sobre los pies de Marta. Ella le golpea cuando él alude a historias de jóvenes con hombres maduros. Y se percibe que las bofetadas están dirigidas a otro. Aunque también las miradas se tantean, se escrutan entre paréntesis, cuando la otra mirada no está atenta. Hay un joven, Staszek (Zbigniew Cybulski), que no cesa de asediar a Marta, un joven que no asume que ha quedado fuera de la historia, y recurre a los gestos extremos que amenazan con otros finales irreversibles, mediante mensajes que anuncian su suicidio o apareciendo asiéndose a la ventana desde el exterior del tren en marcha, buscando en el temor de que se precipite en el vacío la aproximación de un beso que propicie la reconciliación, la recuperación de una historia en vía muerta. Hay un mujer (Teresa Szmigielowna), casada con un abogado en cuya mente sólo parecen existir los casos que tiene que resolver, que parece necesitar otras historias fuera de la propia, inmovilizada, ya no en vía muerta sino descarrilada. Tantea a Jerzy, le busca, se insinúa, aunque el fracaso no impedirá que intente buscar otro sustituto, otra vía, porque lo fundamental para ella es sentir que su propio tren aún circula.
La cámara se desplaza entre los vagones y entre los personajes como un movimiento que vincula a otro, como variantes de un entramado, de una circulación, que parece condensarse en lo que expresa Marta al final del viaje. 'Nadie quiere amar, todos buscan ser amados'. Unos y otros somos espejos de los demás, en los que buscamos afirmarnos. Antes, un hombre ha sido perseguido por la policía a lo largo del tren. Por un momento han pensado que era Jerzy el asesino, ya que era el hombre que había facilitado el billete a Marta. Un hombre que puede ser otros, cualquiera de los que le persigue campo a través. Un hombre que mató a su esposa, quizá porque no se sentía amado, como Staszek amenaza con tirarse del tren, como la mujer del abogado busca sentirse alguien, deseada, por la mirada de otro hombre que no sea un marido que ya la ignora porque se ha convertido en periferia en su vida. Los cuerpos parece que se animan cuando pueden ir en persecución de algo, de alguien, aunque no le conozcan, aunque ignoren su historia. Parece que se desata una vida en suspenso, emociones que necesitan hacerse cuerpo aunque sea persiguiendo otro, como si así descargaran su frustración. Un espejo que persiguen para encontrarse y afirmarse.
Por un momento, parece que a sus vidas les sacude una historia, como si fueran árboles a los que se dota de movimiento. Poco saben de los otros, como mucho quizá representan algo, o nada. Por un momento, Marta sabe que aquel hombre que la ha acompañado durante un viaje nocturno portaba en su interior las gafas oscuras de la pesadumbre, de la muerte de la última mujer que había operado en el quirófano. Marta simplemente recomenzará su historia, ha hecho un viaje en el vacio más bien como un gesto de despecho o de castigo. No iba a ninguna parte, sino más bien dejaba atrás algo. Otras historias ocuparán esos vagones, otras historias que se cruzarán, otros cuerpos que se tantearán, que suscitarán preguntas, que se miraran como una perturbación, quizá crucen algunas palabras o algún sueño en miradas que aún buscan vías que no estén muertas.
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