lunes, 19 de mayo de 2014
Welcome to New York
Hay gestos, acciones, que definen. Deveraux (Gerard Depardieu), está tan acostumbrado a que le hagan una mamada cuando lo requiere, sea gratis o previo pago, que por qué una sirvienta que entra en su habitación del hotel se va a mostrar remisa, e incluso violenta, a hacerle una felación cuando se lo pide (o más bien cuando intenta forzarla a que se la haga). Como le pregunta antes de exigirsela, '¿Sabe quién soy yo?'. Deveraux es un hombre poderoso, está acostumbrado a que le sirvan. Por ello, no puede asimilar que alguien le rechace, y lo sienta como una imposición y un avasallamiento, o que la rechace cuando se la ofrece gratis, como servicio prestado, como en la primera secuencia, al representante de una compañía de seguridad que había contratado. En 'Dom Hemingway' (2013), de Richard Shepard, el protagonista, en la base de la pirámide económíca, se apercibe un poco tarde de que las mamadas pueden no ser precisamente satisfactorias, porque son más bien por sacrificio, y que él las ha hecho sin darse cuenta tragándose, metafóricamente hablando, doce años de cárcel. Para Deveraux, en lo alto de la cúpula económica, todo se reduce a eso, a que te la mamen cuando dispongas. Claro que puede darse el caso de que alguien no trague, y te ponga en un apuro, aunque sea de modo provisional, porque las ventajas de un poderoso es que se puede pagar el modo de superar los malos tragos. Los sucesos que se narran en 'Welcome to New York' (2014), de Abel Ferrara están inspirados en los que protagonizó el ex-presidente del Fondo monetario internacional, Dominique Strauss-Kahn, en el 2011.
Aquí, Deveraux, también aspira a la presidencia de Francia. Pero ante todo es un emblema. El del hombre que rige los hilos de la economía mundial, el modelo de actuación y deseo. Deveraux, en su juventud, fue alguien con ideales que aspiraba a transformar el mundo, que creía en la posibilidad de la equitativa distribución de riqueza según las necesidades, que pensaba que podría evitarse la pobreza. Cuando cruzó el umbral de acceso al universo del banco mundial, su perspectiva varió. Nada podía cambiarse. El sufrimiento no podía paliarse. Ni transcenderse lo patético. Se convirtió en un hombre hueco, alguien, como reconoce sin rubor, que carece de emociones y sentimientos. Nada le afecta. Quizá las adversidades le contrarían, pero él no siente nada. Es un cuerpo en precipitación. Instinto que arrolla, y se impone, y depreda (ha disfrutado de dos encuentros sexuales durante la noche pero eso no le impide que avasalle imperioso a la sirvienta). El lo llama adicción al sexo, pero es otra expresión de su carencia de escrúpulos avasalladora y voraz. Es alguien que sólo necesita que alguien decore su entorno. Su esposa, Simone (Jacqueline Bisset), se define también por sus acciones. Ha comprado decenas de cuadros para sustituir los que había en el apartamento que ha comprado en Nueva York, el apartamento en el que tiene que permanecer Deveraux recluido hasta que se celebre le juicio. Devereaux carece ya de interior. Su esposa decora los interiores por donde transita o aparenta que habita. Instinto y simulacro.
Alguien que ya es sólo gestos, acción, cuerpo, gruñido (de bestia), tiene que presentarse de tal modo. Las primeras secuencias, el primer tercio de la película, es una sucesión de secuencias de encuentros sexuales. Ferrara exaspera la duración de las secuencias, como si la narración se sostuviera sobre el vacío. No varía esa duración, esa distancia, en las secuencias, que representan su reverso, el trance en la cárcel cuando le detienen. O el contrapunto, en el que la emoción irrumpe, como una fisura, el plano de larga duración, de la sirvienta relatando, entre lágrimas, el momento en el que Deveraux la avasalló. Ferrara sabe también cuando cortar. En el momento en el que su relato se hace más balbuciente, y doloroso, cuando tiene que explicitar lo que la quiso obligar a hacer, corta el plano. Esas secuencias iniciales definidas por la gestualidad, y las acciones (o intercambio de frases insustanciales, y alrededor del sexo: incluso, cuando su hija le presenta a su novio, lo primero que les pregunta es qué tal cuando follan), contrastan con la larga secuencia del tenso primer diálogo de Deveraux con su esposa, en el que se expone ese entramado de vida deteriorada, una vida de apariencias e intercambios de intereses, decepciones y resentimientos (esa distancia se hace cuerpo, a través de la medida coreografía de sus gestualidades, de sus aproximaciones y rechazos).
Simone es alguien que intentó encajar, sin éxito, a Deveraux en sus planes o diseño de vida, en sus fantasías. Devereaux se ha sostenido en su dinero, en sus ambiciones, en dominio del entramado de relaciones sociales (o se ha servido de todo ello, como quien se deja llevar por una ola). Pero Deveraux es un cuerpo que se desprendió tiempo atrás de su sustancia, y ya simplemente, transita como un cuerpo en precipitación, con el piloto automático puesto, y sin límite de velocidad, como quien siente que todo lo puede conseguir sin impedimento y sin tener que atender a ningún código de circulación, porque los establece él. Por eso, sabe que quedará impune, aunque pueda sufrir ciertos reveses que impliquen ciertas pérdidas e impedimentos para amplificar su poder. Pero no le faltarán sirvientas, o sirvientes, a quienes seguir avasallando, como refleja la última secuencia. Siempre habrá alguien que se la mame cuando se lo pide, o le pague, o se lo exija. Strauss Kahn quedó libre, porque a la acusación no se le encontró la mínima base de duda razonable. En 'Welcome to Nwe York', no hay dudas, aunque los nombres sean otros. Por eso, Strauss Kahn denunciará a Ferrara por difamación. Qué menos, cuando se tiene tanto poder.
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