Mia Farrow durante el rodaje de una de las secuencias culmen de 'La semilla del diablo' (Rosemary's baby, 1968). Debo ser uno de los escasos habitantes (quizá cual último mohícano) de este planeta al que esta película deja sumido en la más tibia indiferencia, como si asistiera a una versión papel cuché de una película de terror 'vestida de etiqueta'. No turba mis entrañas ni sacude mi mirada como lo podía hacer la previa 'Repulsión', sin tampoco la mordacidad irreverente que sabe jugar con los tonos y los géneros de 'El baile de los bailes de los vampiros'. Es un estilo neutro, pero sin relojes de cuco suizos.
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