martes, 23 de julio de 2013
Dates
La primera cita, una cita a ciegas, aunque haya habido un contacto o conocimiento virtual, se puede convertir en una lid, en un forcejeo, entre dos miradas que buscan perfilar en la pantalla del otro lo que están buscando, anhelando. Las miradas, los gestos, las palabras, tantean, pero también se escurren, buscan posiciones de defensa, barreras, aunque sean las de las omisiones. En esas citas el otro es un territorio desconocido, es la representación de lo que puede ser, de lo que sueñas, pero también de lo que temes. No sabes en qué medida es cierta la información que te han suministrado, no sabes cuán relevante es lo que te han omitido. No sabes en qué medida has podido sugestionarte, ya sólo por cuanto anhelas dar cuerpo a esa pantalla de tus sueños, como quizás no seas del todo consciente de cuánto tus impresiones de los otros tienen que ajustarse a un modelo predeterminado. E incluso quizá no sepas con cuántas corazas y lanzas vas equipado. Lo imprevisto puede convertir el encuentro en arenas movedizas, una espesura, un campo de minas. También en una aventura, según cómo enfoques la circunstancia.
También arrastras tu pasado, las cadenas de las decepciones, las heridas de las frustraciones, los cadáveres de los fracasos, los resentimientos y las vergüenzas. Quizá broten como un espasmo, quizá los escondas tras una costra que parece una sonrisa. Las sombras pueden no ser transparentes. Habrá quien parezca que transita el mundo sobre superficies, pero quizá no sea sino una máscara. Las apariencias son un laberinto en el que te puedes extraviar. Hay que también saber descifrar, quizá sea máscara porque no sabes discernir del modo adecuado y preciso. Hay nieblas, interferencias, en la mirada, como en el paisaje, en la pantalla. No sé sabe de dónde proviene esa niebla, o sí, pero hay que esforzarse en querer discernirlo. Por otro lado, exponerse es una contorsión que puede hacerte sangrar. Dudas, palpas en la oscuridad, te repliegas, das un paso, te tropiezas, dices lo que no quería decir, no sabes que quizá tu mirada da la impresión o transmite lo que no quieres expresar. A veces es cuestión de perseverar, de no cejar en el intento, de dejarte llevar por lo que sientes, por la intuición, de ser firme aunque duela. Citas, encuentros o desencuentros, forcejeos en busca de esa pantalla cuya mirada reconozca en tu mirada que eres esa pantalla que también anhelaba. No es fácil, hay que saber qué se quiere, hay que saber a dónde se va o no importarte perderte porque no sabes con quién te tropiezas en la intemperie. Y los tropiezos pueden convertirse en saltos que dais juntos.
Dates (2013), creada por Brian Esley, es una serie británica que consta de nueve episodios de poco más de veinte minutos de duración. No son nueve diferentes citas. Hay un arco dramático que les vincula, o más concretamente, tres. El principal implica, especialmente, a tres personajes en cinco episodios. Mia (Oona Chaplin) duda entre dos hombres, dos citas, David (Will Mellor) y Stephen (Ben Chaplin). Ambos también tienen sus propias citas, alguna improvisada, como es el caso de Stephen, tras que Mia falte a la que habían establecido, y que da lugar a uno de los mejores episodios. Dos hombres diferentes, un camionero que va de frente, un incendio de impulsos, tan directo que puede carbonizar porque no sabe poner frenos, porque no entiende que otros vayan con el freno puesto (no deja de ser irónico en el primer episodio que se sorprenda ella de que su nombre, David, sea el verdadero), y un cirujano, más escurridizo, o ambivalente, con el que resulta más complicado precisar su imagen.
David es un personaje que lo tiene todo tan claro que puede apabullar, sobre todo si se confronta con la indefinición personificada que es Mia. Son como dos extremos, entre los que se intenta buscar esa zona intermedia del equilibrio, si hay la conexión adecuada. Si la hay es cuestión de esforzarse en quitar los desenfoques, realizar los ajustes. Otro arco dramático, que implica dos episodios, incide en la imprevisibilidad de las citas, en la incógnita del otro, en las sorpresas que pueden deparar, en la multiplicidad que parece tener como constante el extravío, la ofuscación, la volubilidad, incluso, la inconsistencia. Las emociones pueden enmarañarse tanto que no dejan ver, ni a sí mismos. En ambos, Jenny (Sheridan Smith) tiene dos citas con dos personajes que supondrán dos (decepcionantes) cajas de sorpresas (en un caso quizá incluso para sí mismo). Y el tercero incide en las propias cargas,o en los propios condicionamientos que trae uno, como pueden ser las presiones que recibe Erica (Gemma Chan), por parte de su familia, ya que no acepta que sea lesbiana. A veces los frenos los llevamos puestos, por inseguridad, por un pasado que aún no ha sabido cerrarse y aún sangra o rezuma pus, o por estar condicionados por la influencia de voluntades ajenas.
Dates fluctúa admirablemente en ese territorio indefinido en el que resbalan tanto el drama como la comedia, porque todo se hilvana y conjunta y desliza sin que haya un centro definido, como en la vida misma, y quizá de un instante de desencuentro se transfigure en otro de conjunción, o a la inversa, de repente tu mirada está embelesada, y dos segundos después atónita porque no sabes quién es aquel con quien estás hablando, y ese funambulismo es una de las principales virtudes de esta serie. Quizá no haya personaje en el que mejor se condense sus cualidades que en el desarrollo de Stephen, el personaje más sugerente, o con más relieve, quien en principio parece, precisamente, superficial, y del que se van descubriendo diversos ángulos, lo que ejemplifica cómo puede ser de complicado enfocar a la otra persona.
Aunque quizá el sentimiento ya se haya definido imperiosamente, antes de enfocar del todo, y te presiona para lanzarte hacia aquella incógnita que es el otro, claro que hay quien vacila, prefiere enfocar en primer lugar, si puede, si su mirada es capaz, cómo es el otro, por si de un segundo a otro no varía radicalmente la percepción con un detalle que lo revela como un trastornado, un resentido con las mujeres que ve en ti a la que le amargó la vida, como alguien que quizá quiera dirigir tu vida con sus creencias, o que sencillamente tenga varias capas, no sólo vidas, y no sepas cuál es la original, y si quizá tenga otras relaciones, y tú que te sentías, por un momento, la protagonista de la pantalla, quizás eres una más, o secundaria, o incluso una extra.
Stephen es un personaje que en ocasiones parece que va detrás de sí mismo, de sus impulsos, de sus reacciones, y en otras por delante, incluso de los demás. No deja de ser significativo que sea él quién ponga la certera puntilla, o condense en el magnífico último episodio, que vincula a Mia, David y a él, el substrato de esta espléndida serie que sabe coreografíar los sentimientos en sus torpezas, indefiniciones, tanteos, inseguridades, representaciones y anhelos: 'Está todo ahí para ti, puedes pasar el rato, hacer lo que quieras. Entonces...realmente no sabes a dónde vas o lo que estás haciendo. Tienes todas estas historias en tu cabeza, y excusas y razones por las que no puedes dejar que pase el tiempo. Y al final piensas: 'Soy una mierda'. Pero eso ya no vale ¿verdad?'
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