martes, 18 de junio de 2013
El cebo
A Fredrich Durrenmat le encargaron que ideara un argumento sobre un tema 'de interés cívico' como la agresión a los niños. que se convertiría, con la colaboración de Hans Jacoby y del director Ladislao Vajda en el guión de 'El cebo' (Es geschah am hellichten tag, 1958), producción germano suizo-española-alemana. Pero Durrenmatt no quedó muy satisfecho con la conclusión de la película. No le convencía esa resolución, que aplicaba un molde standard de las novelas de detectives donde todas las piezas encajan felizmente. Por eso escribió a continuación una novela, 'La promesa – Requiem por las novelas de detectives'. Lo que no le satisfacía es esa aplicación de la ecuación matemática que el avispado detective de turno elabora con sus agudas deducciones. Como si existiera en la vida un hilo que fuera desentrañado por una mirada excepcionalmente perspicaz. Como si no se considerara la frustrante intervención de la aleatoriedad, del azar. Como si todo pudiera ser resuelto, esclarecido. La novela ironizaba explícitamante con tal cuestión, planteando finales alternativos. En la novela el criminal no era detenido, porque un accidente segaba su vida. Y el protagonista, el policía obsesionado con el caso quedaba enquistado en su obsesión, enajenado en la persecución de un 'fantasma' que estaba convencido existía, condenado a una espera fatal. Sobre esta novela, Sean Penn realizó una versión en el 2001, 'El juramento'. Como en la novela, a diferencia de la película de Vajda, el policía, Black (Jack Nicholson) se toma la promesa o juramento, a la madre de la niña cuyo cadáver se encuentra en los pasajes iniciales, de que capturara al asesino como una obligación que es espada de Damocles.
La secuencia existe en 'El cebo', y es sobrecogedora, pero no adquiere ese influjo tan determinante. Matthei (Heinz Ruhmann) se obsesiona con encontrar al asesino porque está convencido de que era inocente Jacquier (Michel Simon), el trampero que había encontrado el cadáver, y que se había ahorcado, tras un desesperante interrogatorio que le llevó a confesar el crimen. De alguna manera Matthei se siente responsable, porque quizá no insistió en convencer al resto de compañeros de su intuición, ya que abandonaba el país por un trabajo que había aceptado en Jordania. La muerte de Jacquier, se convertía para él en la consecuencia de un error, que no tenía que ver con el errado criterio de sus subirdinados y de su superior, todos ellos convencidos de que Jacquier era el asesino, sino de su negligencia, de su falta de firmeza, por abandonar, sumir, a alguien en el completo desamparo por preocuparse de sí mismo, de un cómodo futuro.
Matthei se decide a atrapar por su cuenta a un asesino que está convencido de que sigue libre, y urde una tela de araña, que implica poner un cebo, una niña, para atrapar a alguien que a su vez utiliza un cebo para cautivar a las niñas que mata, las trufas de chocolate, eso que parecían erizos en el dibujo que había realizado la niña asesinada como si fuera el retrato de un cuento de hadas (con gigante vestido de negro, una figura que asemeja un muñeco y otra una criatura con cuernos). El trayecto dramático de 'El juramento' se convierte en un descenso en el vértigo de ese empecinamiento del policía en encontrar al asesino, una obsesión que le conduce al trastorno. Lástima que Penn, como en el resto de su filmografía, opte por un montaje hiperfragmentado que se puede equiparar a las muecas o tics de un actor histriónico. Sea en esta obra, o en la que se centraba en la venganza de un padre que había perdido a su hija, o en la ruptura de un chico con su entorno, 'Cruzando la oscuridad' y 'Hacia tierras salvajes', respectivamente, el estilo se superpone al trayecto dramático y lo amortigua y disgrega (como quien buscara la intensidad con continuos riffs de guitarra).
En 'El cebo' es el trayecto de una fría determinación, una metódica investigación planteada con la distancia de un científico que experimenta con cobayas. Para corregir un error, una negligencia consecuencia del egoismo, paradójicamente se deshumaniza. Cuando es consciente de que ha puesto en peligro la vida de Annemarie (Anita Von Ow), la niña que ha usado como cebo, su lamento es más bien la del que toma consciencia de ha realzado otro error, este de cálculo, porque no podía estar en todo momento controlando los movimientos de la niña. No se afecta por la reacción de la madre, Frau Heller (Ana María Salgado), quien toma consciencia de que les ha utilizado, de que ha puesto en peligro la vida de su hija. Es el lamento del científico que ha cometido una torpeza en su método.
Hay un muy sugerente, y fructífero contraste, entre la distancia narrativa (modélica en su capacidad sintética) de los pasajes relacionados con Matthei y la turbadora atmósfera que irrumpe, como estremecimientos, con las 'apariciones' del asesino, Schrott (Gert Frobe, quien interpretaría a otro personaje, un capitán de barco, que sería asesinado por una niña en estado febril, al pensar que le atacaba, en 'Viento en las velas', 1963, de Alexander MacKendrick), Su presencia, ese fuera de campo que quiere visibilizarse, capturar con su 'red' Matthei, no se corporeizará sino en la tercera ocasión en que se le relacione escénicamente, como si fuera la culminación de un truco de magia. Primero, con dos figuras asociadas. Una la que representa su fuga o liberación. Su coche aparcado junto al edificio donde vive es lo primero que vemos, porque la trama que ha urdido Matthei tiene en cuenta que el asesino realiza viajes por una determinada carretera, así que su coche es el primer elemento que puede llevar a su identificación (por ello, Matthei alquila una gasolinera durante varios meses, su red, y contrata como ama de llaves a la madre de la niña, el cebo). La otra es la que representa la red que le tiene sumido en un cautiverio (como en los cuentos de hadas pueda padecerlo la princesa u otro personaje femenino): su esposa.
Urdimbres: en la primera secuencia en la que vemos parte de la figura del asesino, su esposa está tricotando, es ella quien domina su vida, quien la urde, quien le anula (su residuo en los gestos, de abrir y cerrar la puerta); de él sólo vemos el detalle de cómo estruja sus manos con nerviosismo. No vemos más de él, ya se ha definido cuál es su posición en esa casa, no existe, es una sombra, una figura ausente, una figura sojuzgada, estrujada ( que tiene que estrujar 'algo' para contrarrestarlo). Cuando se hace presente, cuando vemos por primera vez su rostro, es cuando observa a la niña que Matthei utiliza como cebo. Es cuando siente que domina el mundo, que puede urdir su propia red, que puede responder a la humillación constante que sufre con su esposa (añádase que antes fue chofer, doblemente servil su condición). No es el único reflejo de una realidad tramada, o enmarañada, sobre las 'apariencias' y una solapada violencia. Jacquier sufre un fatal vía crucis porque es un mero trampero, una figura errante, marginal, que le convierte por ello en sospechoso, adecuado chivo expiatorio, de un atroz crimen. Frau Heller es despreciada por su entorno porque es una madre soltera.
Schrott es como un niño grande. En su figura se conjugan la vulnerabilidad con lo siniestro (no lejano de lo que en cierto modo emanaba del 'M' que encarnó Peter Lorre en la obra de Fritz Lang). Se hace comprensible que no suscite desconfianza en las niñas. Es como otro niño con apariencia de gigante. A las niñas no les resulta turbadora su aparición con ese muñeco títere. Schrott se siente títere. Y como niño que es sólo se siente capaz de dominar a unas niñas pequeñas, con las que liberar su frustración con el 'erizo' de su esposa, con las que sentirse él titiritero. Las estruja, las deguella con la 'espina' de su navaja, como si lo hiciera con ella. Schrott también es metódico, sabe cómo conseguir la confianza de las niñas, que le ven como un mago. Crea 'ilusión, cautiva. Lo que no ha conseguido, en cambio, Matthei con la niña. Al final, ya capturado Schrott, él usa el títere con la niña, que ahora sí le ve como un mago, no como un rígido y frío adulto. De su muñeca brota sangre, de la herida que le ha infligido Schrott antes de ser abatido. Quizá la herida que le ha devuelto la humanidad.
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