viernes, 25 de enero de 2013
10 (+20) películas predilectas 2012: El cine lagartija
1. De óxido y hueso (Jacques Audiard)
2. Deep blue sea (Terence Davies)
3. Shame (Steve McQueen)
4. Casa de tolerancia (Bertrand Bonello)
5. J Edgar (Clint Eastwood)
6. Amour de jeunesse (Mia Hansen Love)
7. Millenium: Los hombres que no amaban a las mujeres (David Fincher)
8. Skyfall (Sam Mendes)
9. Las hierbas salvajes
10 Take shelter (Jeff Nichols)
11. Más allá de las Colinas (Cristian Mungiu)
12. Los idus de marzo (George Clooney)
13. Cosmopolis (David Cronenberg)
14. En la casa (Francois Ozon)
15. Cesar debe morir (Hermanos Taviani)
16. Martes, después de navidad (Radu Muntean)
17. Moonrise kingdom (Wes Anderson)
18. Tenemos que hablar de Kevin (Lynne Ramsay)
19. Amor bajo el espino blanco (Zhang Yimou)
20. La cueva de los sueños olvidados (Werner Herzog)
21. Frankenweenie (Tim Burton)
22. Les lyonnais (Olivier Marchal)
23. Sinister (Scott Derrickson)
24. Martha Marcy May Marlene (Sean Durkin)
25. Adiós a la reina (Benoit Jacquot)
26. Brave (Andrews, Chapman y Purcell )
27. Somos la noche (Denis Gansel)
28. Elena (Andrei Zvyagintsev)
29. Infierno blanco/The grey (Joe Carnahan)
30. Los nombres del amor (Michel Leclerc)
+ Estreno en DVD : La cabaña en el bosque (Drew Goddard)
Las tres obras que, preferentemente, destaco del cine estrenado en el 2012 pertenece a la estirpe de ‘Cine lagartija’, cine de procesos alquímicos, de surgimiento de las profundidades cenagosas, que a veces pueden parecer promesa de elevaciones. La protagonista de ‘Deep blue sea’, de Terence Davies, encarnada por Rachel Weisz, y el de ‘Shame’, de Steve McQueen, interpretado por Michael Fassbender, se asemejan más de lo que pueda parecer. Son dos personajes abrasados. Ella se ha quemado por querer mantenerse en unas alturas que carecían de centro de gravedad, él se ha abrasado porque ya no creía en elevaciones, y se había postrado en la decepción que camuflaba en su carrera desbocada desapareciendo entre otros cuerpos, como una encarnación de un cuadro de Francis Bacon, carne que grita silenciosamente, aunque él mismo se niegue a oír ese grito, hasta que el desgarro de su hermana rasgue sus oídos, y haga sangrar su mirada.
Ambos, los personajes de Weisz y Fassbender, han quedado cegados por espejismos. El círculo se cierra para ambos, como un reinicio, como refrendan las secuencia de apertura y cierre de ambas películas. También aprende el protagonista de ‘De óxido y hueso’, de Jacques Audiard, que no deja de tener sus vínculos con el de Fassbender, ambos a la fuga, huyendo de sí mismos. Necesita que sus sentimientos y emociones aprendan a ‘andan’, aún más, que le crezcan esas ‘piernas interiores’ para poder desplegar, expresar, realizar sus emociones ‘con/para los otros’ (aprender a saber darse): necesita romper unos hielos en su interior que le distancian de los otros, de sí mismo, de la vida. Es mi obra predilecta entre los estrenos del pasado año: la secuencia de Cotillard reencontrándose con quien provocó que perdiera sus piernas, la orca, es uno de los instantes que más me han conmovido y conmocionado en una pantalla.Los espacios del deseo pueden ser espacios heridos, cruce de miradas extraviadas, prisioneras, como reflejan tanto ‘Shame’ como ‘Casa de tolerancia’, de Bertrand Bonello. La desesperación brama como un oleaje entre la danza sexual de unos cuerpos cautivos de unas máscaras, algunas de las cuáles no saben que portan, incrustadas en la piel. Como hay ‘sombreros’, los de las proyecciones idealizadas, que pueden emborronar el discernimiento, como la protagonista de ‘Amour de jeunesse’. Fulgores, revelaciones o espejismos, el profundo mar azul y la quilla (¿hacia dónde nos lleva el timón de nuestros sentimientos encendidos que despliegan con euforia su velamen? )
Eastwood y Fincher vuelven a meter el dedo en la encubierta llaga de los sórdidos sótanos del poder, de los que determinan y rigen el escenario de nuestra realidad.
Eastwood desnuda la reificación de quien detenta el poder, cómo su versión, conveniente, se instituye como realidad, cómo se convierte en versión oficial (print the legend), mientras a sí mismo se niega la desnudez de sus sentimientos. Hace de la vida escenario, y enajena su intimidad. Fincher transforma de nuevo la pantalla en una partitura musical, su dominio del montaje no tiene comparación hoy en día. Mientras, continua ‘hackeando’ las falacias de la realidad (las podedumbres ocultas). Destapando sus sótanos, la abyección que alienta a los que dominan el tejido económico. Mendes también da una patada en el vientre a toda una institución, todo un icono, Bond que es a la vez dárselo a todo un sistema. Mata a la madre, a la generadora de monstruos, como Bond. También muestra el rostro corroído por el ácido de las miserias del poder. Y lo hace, como Fincher, recuperando las capacidades sensoriales del viaje narrativo, también alquímico.
El celuloide de estas obras es el de un cine insurgente, que devora y genera vida. Es un cine que se revuelve, que muerde y araña, que no tiene miedo de mostrar sus temblores. No es un cine embalsamado. No es un cine infectado por la decepción, como pasa, respectivamente, con dos de las obras más alabadas entre los estrenos del pasado año, ‘El caballo de Turín’, de Bela Tarr o ‘Holy motors’, de Leos Carax. Por mucho dominio de las texturas visuales y sonoras, como Tarr, o lúcidas disecciones de nuestro tiempo, como Carax, hay algo insuficiente en sus ‘cuerpos’. A uno le falta sustancia suficiente, el otro no logra dotar de la condición corpórea necesaria sus incisivas reflexiones, como si no se hubiera desprendido de la infección que denuncia, la de un mundo que no sabe apreciar ni generar belleza, preso de su ensimismamiento, pasajeros de una nada que es más virtual que real, y que deriva en desperdicio de vida. Una mascarada grotesca que nos refleja como maquinas. Le falta el aliento del cine lagartija, que está hilvanado con fisuras, esas por donde se fuga díscola la excentricidad de ‘Las hierbas salvajes’ de Alain Resnais, o las incertidumbres que se anuncian, cual tormenta, en el horizonte como nuestro espejo, como en ‘Take shelter’ de Jeff Nichols.
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