En aquel pequeño pueblo de Suiza, cerca de Zurich, le llamaban 'El último cruzado'. Se llamaba Alain Goretta. Cuando se cumplía el aniversario de la muerte de la mujer que amó, Stephanie, recorría el trayecto de aquella línea de autobús, la
que recorrieron el día de su primera cita, cuando por primera vez se cogieron las manos, el día de su primer y tímido primer beso. No dejó de hacerlo durante treinta y dos años. La última vez, ya centenario, las lágrimas surcaban su rostro. Alguien le preguntó por qué lloraba. Él respondió que porque sabía que era el último viaje que harían juntos.
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