lunes, 3 de diciembre de 2012
Decálogos 7 - 8
Con los capítulos correspondientes a los mandamientos ‘No robarás’ y "No levantarás falsos testimonios, ni mentirás’, Kieslowski vuelve a poner contra las cuerdas su rigidez, la revelación su inconsistencia (la de los puños y dientes apretados) al no tener en consideración lo circunstancial. En ambos es crucial la figura de una niña, una en presente, con un futuro posible dirimiéndose, y otra en el pasado, como una huella de una herida no cerrada. Ambas están recorridas por la idea (como una contusión) del desamparo, como esa ausencia de tierra firme cuando se deben tomar decisiones que resultan especialmente difíciles, esas circunstancias extremas en las que optar por lo que se considera justo o lo pertinente o consecuente no evita el causar dolor, como tampoco unos futuros remordimientos. ¿Se puede robar lo que te pertenece? Es la pregunta que resuena dolorosamente en el episodio séptimo del Decálogo (1988). Aunque otras subyacen, ¿te pueden robar la vida, lo que eres, la identidad?¿Cómo puedes reaccionar cuando no te dejan ser lo que quisieras ser, e incluso lo que eres por derecho?
De nuevo, Kieslowski traza en las primeras secuencias una circunstancia emocional, aún sin ubicarnos en lo que vincula a los personajes, y sin explicitar la naturaleza y raíz de su conflicto, porque opta, en primera instancia, por reflejar la desesperación que rasga su entraña, y porque la misma ‘desubicación’ es lo que siente una de las mujeres, quien siente que han suplantado su ‘rol’. Una niña, Ania (Katarzyna Piwowarcczyk), gime desesperada en la noche, una chica joven, Majka (Maja Barelkowska) intenta calmarla pero no puede, no lo logra, y, aún más, es despachada, apartada, con brusquedad por una mujer mayor, Ewa ( Anna Polony,)que sí logra calmar a la niña, diciéndole que no vienen los lobos. Majka, sollozando, cual figura desvalida busca consuelo en un hombre mayor, mientras Ewa le mira con expresión hosca. Ambas son realmente hija y madre, y la niña no es hija de la segunda, aunque la llame mama, sino de la primera, quien decidirá ‘robarla’, secuestrarla, para marcharse con ella a Canada, a iniciar su propia vida, aunque necesita el consentimiento de la madre, de ahí el ‘secuestro’. Majka se oculta en casa de quien es el padre, Wojtek ( Boguslaw Linda), su profesor en el colegio, quien la dejó embarazada con dieciséis años. El espacio, esa cabaña llena de osos de peluche (a lo que él se dedica) refleja que es un espacio fuera de la realidad, como ellos quizá incapaces de poder ser padres, aún tan niños como la propia niña, incapaces de protegerla de los ‘lobos’. Y si la abuela en principio parece ‘el lobo’ amenazador, quizá sí sea capaz de protegerla lo suficiente. A Majka le roban la posibilidad de ser madre, anulándola, pero quizá ya no tenga ni lugar, porque le han marcado como un ser a la deriva (y así desaparece en un tren).
En el episodio siete, el pasado crepita como un fuego tras las imágenes, los rostros. La vida de la profesora Zofia (Maria Koscialkowska), mostrada al inicio en sus rutinas, se ve sacudida cuando se produzca la aparición del pasado, que despierta esa quemadura de la que no se había desprendido ni curado. Vuelve a través de quien es la traductora de sus textos al inglés, Elzbieta (Teresa Marczewska). Aunque esta no ha logrado ‘traducir’ correctamente, o de ningún modo descifrar, el porqué de la actuación de la mujer que se negó, cuando era un niña de seis años, a ayudarla a conseguir una familia católica que la adoptara, aduciendo que no podía dar falso testimonio para que bautizaran a la niña, y así conseguir que no se supiera que era judía. ¿Fue esa la razón? Aparte de desmontar el mismo absurdo del mandamiento, si esa fuera la razón, lo que se desvela es que no es fácil juzgar ni discernir ni decidir. Es el ‘infierno de la ética’, precisamente como titula su curso Zofia, que es aquella mujer que tomó esa decisión que Elzbieta no ha logrado comprender, o, sobre todo, encajar, ya que subordinó, aparentemente, la vida de una niña a la sujeción a un mandamiento. Del mismo modo que a Elzbieta le cuesta deducir cuáles fueron sus razones, tampoco fue fácil para Zofia tomar aquella decisión. Hay decisiones que dejan secuelas dolorosas, o las hay que nos sitúan en un espacio en blanco que es precipicio, como se reflejaba en el episodio tres, el de la mujer que buscaba en el médico la certeza de si su esposo iba a morir o no, para decidir si abortaba o no el hijo de otro hombre, caso que es citado como ejemplo por una alumna.
Hay una hermosa secuencia que hace imagen y narración de esas dos circunstancias emocionales, que se reconocerán en su mutuo extravío en las sombras (del pesar), cuando acuden al lugar donde, en 1943, Zofia le negó la ayuda. Elzbieta ahora se esconde entre las sombras (como en sombras ha sentido las razones que pudieron motivar la decisión de Zofia, sombras huidizas que la han atormentado todas su vida, y a las que busca desesperadamente dar luz), mientras la profesora la busca entre los diversos pisos, desesperándose porque cree que la ha perdido ( como así se sintió entonces, y así se ha sentido ella, como si hubiera perdido algo de sí misma). Pero los diálogos se pueden recuperar, y encauzar, tras establecerse el entendimiento, todo es cuestión de flexibilidad, de elasticidad de la mente (como simboliza el encuentro de la profesora con el contorsionista en el parque).En cambio, los hay que prefieren vivir anclados en un pasado, que prefieren mantener cerrado, quizá a causa de demasiado dolor sufrido, como el sastre que iba a ser el padre que hubiera acogido a Elzbieta. Sobre él pesaba la sospecha de que pudiera estar relacionada con la Gestapo, lo que motivó la decisión de Zofia, (para no poner en peligro la organización tuvo que asumir el sacrificar la vida de una niña), aunque luego se demostrara que no era cierto. Pero juzgar sobre las apariencias, puede causar estragos, algunos incurables. Por eso, ¿cómo se pueden establecer mandamientos, o, más bien, actuar rígidamente según los mismos, si siempre hay que procurar conocer las circunstancias, cuando además las apariencias pueden ser tan equívocas, y además saber discernir a los demás no dejándonos llevar por los juicios apresurados?
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