viernes, 5 de octubre de 2012
Cosmopolis
‘Tengo la próstata asimétrica’. ‘¿Eso qué significa?’. ‘No lo sé’. Una constatación que se convierte en una letanía en la narración, que aún repite en las secuencias finales Packer (Robert Pattinson) el protagonista de ‘Cosmopolis’ (2012), de David Cronenberg, como si intentara descifrar un enigma insondable, pero quedara estrangulado en la interrogante, la deriva que le encamina a enfrentarse con el cañón de una pistola que resolviera por fin su caída en barrena en un abismo en el que ya estaba extraviado. La odisea de cruzar en su limusina toda una ciudad dominada por los atascos para sólo cortarse el pelo lo evidenciaba . La declaración de Cronenberg de que ahora ante todo le interesa centrarse en el rostro humano ha sumido en el desconcierto. Lo que era una cualidad de distinción en Bergman, ahora parece asociarse con una negación de lo visual (por lo tanto de la puridad cinematográfica) y el predominio del verbo, de la palabra. Ya hubo quienes cuestionaron de su anterior obra ‘Un método peligroso’ que asemejaba a una sucesión de bustos parlantes. Particularmente, tuve la sensación de que sólo había percibido una mínima parte de sus complejas corrientes, entrevisto sus fisuras que habían calado en mí como interrogantes que evidenciaban que las emociones se escurren siempre indomesticables aun para las mentes más preclaras y certeras, más receptivas y abiertas, como las del dúo protagonista, Jung y Freud. El cuerpo convulso, como la presencia discordante, nota histriónica, asimétrica, del personaje de Keira Knightley, contrastaba con el dominio de la compostura, de la apariencia férrea, como corazas contenidas, de los dos estudiosos de la mente, la quintaesencia, ellos mismos, de la mente, exploradores y cartógrafos que alumbran oscuridades, territorios desconocidos; pero los mapas no son presas. El travelling final sobre el rostro de Jung no era sino la constatación de una derrota, las fisuras siempre desestabilizarán toda ansia de dotar de simetría a la vida, a las emociones, de interponer barreras, demolerán toda presunción de inmunidad, de control. Los cuerpos son demolición para los preceptos, convierten a las palabras en náufragos, a los pensamientos en derivas exploradoras.
Con ‘Cosmopolis’ también he tenido la sensación de que sólo rozaba parte de la superficie de su complejidad. Sí sentí que iba más lejos que la novela que adapta, de Don De Lillo. Está aún más remarcada la atmósfera desquiciada, fronteriza, más acentuada su condición alucinatoria. Los personajes hablan mucho, pero su lenguaje es el del delirio, los monólogos se entrecruzan con los diálogos, y no es fácil distinguir cuáles son unos y otros. Incluso, podría estar todo ocurriendo en la mente de Packer, la limusina podría ser la mente de este billonario, emblema del empresario de este capitalismo depredador que nos domina (quien en sus primeras apariciones, parece un lívido espectro que no soportara la luz del sol). No hay transición entre los diversos encuentros- Se suceden (casi se puede decir ‘aparecen’ como manifestaciones, lo que abunda en el sustancioso extrañamiento que va cuajando en la narración) en el interior de su limusina los diversos personajes, desde su consultora de arte (Juliette Binoche) a su asesora de finanzas (Emily Hampshire), pasando por un cantante de rap (K’Naan) o su consejera jefe (Samantha Morton): hay con quien folla, hay a quien se abraza, hay con quien se crea una tensión erótica mientras le exploran in situ la próstata), mientras alrededor del coche pulula Torval (Kevin Durand), su agente de seguridad personal ( aunque cuando vea a dos más, preguntará si también son suyos; ¿quién sabe si los ha creado, o multiplica, su mente en su delirio paranoico desquiciado, o en su enajenamiento ya agudo de quien habita el mundo como si este girara alrededor de él, una pantalla que pudiera manipular a su capricho o conveniencia hasta que se cortocircuita su proyector y la película se atasca, la asimetría se apodera de él, desesperado porque ignora por qué es asimétrico, por qué recorre la ciudad aunque haya tal atasco con el absurdo propósito de cortarse el pelo en vez de traer a un peluquero a su despacho o coche? ¿ O el atasco, en suma, es el de su mente?).
Como fuera se suceden eventos que colapsan la ciudad, desde la visita del presidente, el funeral por un cantante de rap o una manifestación de anarquistas, disfrazados de ratas, porque la moneda de este capitalismo rapaz es la rata, la voracidad roedora de hacer dinero. Los personajes hablarán mucho, pero como en ‘Un método peligroso’, no son los diálogos los que calan. Si en esta eran las fisuras que ofrecían el fuera de campo dentro del encuadre, los gestos, las miradas que rasgaban las pantallas de las palabras, el denodado esfuerzo de estas de crear un orden, una simetría, en ‘Cosmopolis’ lo que cala es esa atmósfera febril, esa compulsión desaforada que no es sino el reino de la asimetría que ya no se puede controlar, gobernar, dotar de sentido, tal es su desquiciamiento (por eso no hay transiciones, es una narración en precipitación). Si en ‘El almuerzo desnudo’ (1994) no lograba armonizar esa atmosfera fronteriza, en la que lo real y lo mental se enmarañaban, y en ‘ExistenZ’ (1999), lograba dar un paso más allá aunque sin aún encontrar ese equilibrio de la fusión de la carne y lo virtual, esa criatura mutante que somos, lo logra en ‘Cosmopolis’, ahondando en los logros de una obra previa de cuerpos y maquinas, ‘Crash’ (1996), una de sus creaciones ( o mutaciones) más logradas. Allí hablaban poco, y follaban mucho, era un mudez que tenía mucho de desesperación, de comunicación atascada, de vida accidentada en la suspensión, que gritaba entre los sudores de su carne y los hierros (que no sólo eran los del exterior).
En ‘Cosmopolis’, hablan mucho, sin parar, es un frenesís verbal, de diálogos delirantes, y algo se folla, en el coche, en un hotel, porque hay tal atasco que se puede permitir realizar varias paradas para ello o para conversar en un bar con su esposa, Elise (Sarah Gadon, quien curiosamente había interpretado a la esposa de Jung en la obra anterior) que no quiere follar con él, o en la noche ante un campo de baloncesto donde juegan dos chicos y decide descerrajar de un tiro la cabeza de alguien (como aperitivo de la propia), o al final para visitar a quien cree o supone que quiere matarle (Paul Giamatti). Aunque quién sabe dónde ocurren las cosas, si no es en la mente de esta ave rapaz que no sabe por qué tiene la próstata ( ¿o era la mente?) asimétrica.
Estupenda crítica. He visto hoy la película y me parece el mejor trabajo de Cronenberg desde "Crash", con la que, como bien comentas, comparte varios aspectos. Particularmente me ha parecido un cruce intelectualizado entre "Eyes wide shut" y "El club de la lucha", y protagonizado por replicantes rescatados de "Blade Runner".
ResponderEliminarSí, buena asociación con 'El club de la lucha', comparten parecida incendiaria entraña, una atmósfera extrema, febril, al borde del colapso. Con la de Kubrick cierto por lo del periplo urbano (aunque reconozco que me parece mucho más desvaida la de Kubrick). Mordaz la equiparación de los personajes con los disidentes con fecha de caducidad de Blade runner...
ResponderEliminar(SPOILER)
ResponderEliminarLa asociación con la película de Ridley Scott me vino a la cabeza en las conversaciones del protagonista con su mujer, y me la acabó de ratificar un momento previo al desenlace. Si en "Blade Runner", Rutger Hauer se atravesaba la mano para intentar prolongar su vida, aquí Robert Pattinson hace algo similar pero para sentirse humano a través del dolor físico.
Muy aguda observación, ciertamente!
ResponderEliminar'Cosmopolis ' es otra criatura pretenciosa del Sr. Cronenberg (por qué no seguir el camino de 'Promesas del Este'?), perdido en sus masturbaciones capitalistas y apocalípticas disfrazadas de vampiros... Un saludo!!!
ResponderEliminarYa decia yo : Es la
ResponderEliminarPelícula o soy yo el que Delira