martes, 18 de septiembre de 2012
El cazador
1. Primera selva, primer infierno. En el primer plano de ‘El cazador’ (The deer hunter, 1978), de Michael Cimino, se perfila en el horizonte una selva de metal, una fábrica siderúrgica cuyos árboles son torres que expelen humo. En su interior, el fuego, donde los trabajadores consumen buena parte de sus días, como cuatro de los cinco protagonistas (el otro regenta un espacio de ocio, el espacio del reposo del ‘guerrero’) de ascendencia rusa de este pueblo de Pensilvania. Esta es una selva en la que nada cambia, en la que poco o nada sucede; los acontecimientos que son requiebros en la fragua de la rutina (de la inercia y la costumbre), son eventos extraordinarios, otros rituales, como la boda de uno de los cinco amigos, Steven (John Savage). Otros rituales son los de las fugas, liberadores. Más allá de la espita abastecedora del bar (alcohol y canciones; conexión con Ford y Davies), la caza, sobre todo para Mike (Robert De Niro) es la ‘descarga’ de las brasas acumuladas en el entumecedor paso de los días. La guerra en el otro horizonte, para la que han sido llamados a filas Mike, Steven y Nick (Christopher Walken), es otra fuga, la promesa de ‘acción’, de ‘acontecimiento’. Son como un regalo, unas vacaciones pagadas, un permiso para abandonar provisionalmente el infierno.
2. El espectro, la cacería del ciervo. La aparición, o irrupción, del soldado de permiso en la boda, es como un fantasma dickensiano que anuncia que no hay futuro, No hay casi ni palabras, sólo un escueto y contundente ‘que se joda’ (la guerra, el país, todo). Para Mike, un obseso del control, matar a un ciervo es la acción que le reafirma en que aún es alguien, algo, en que vale para algo, que aún puede dominar la realidad. Un solo disparo, dos ya es ser un mierda, poco hombre. El punto de mira, la eficacia, la buena puntería, la realidad es tuya, por un instante. Para Nick, en cambio, son los árboles, la montaña, ese otro espacio, el de la naturaleza, del que parecemos desligados, o sólo vinculados, más que conectados, a través del instinto, de la ciega visceralidad: Mike y Stanley no dejan de discutir (otra agria discusión de violencia a punto de estallar cual volcán en erupción tiene lugar al inicio de la cacería tras la boda), pero no dejan de tener sus puntos de equiparación: a Stanley le encanta ir con un revolver en el bolsillo, otra forma de sentir que controla la vida, otro reflejo de grotesca hombría de resonancia adolescente como la de Mike con su recuperación del hombre de los orígenes, de la hombría perdida, del cazador (que gestiona la realidad y compite exitosamente). The deer hunter, El cazador de ciervos, es el título original. Porque se caza y dispara, con una sola bala, sobre una criatura viva, que convierte en símbolo ( su cornamenta es como un corona simbólica para él) . Su mirada eficiente es un punto de mira, es la mirada de la inconsciencia, la mirada que se mira a sí misma reafirmándose en lo que tiene en el punto de mira. El espectro diría: que se joda.
3. La selva del otro infierno (¿sueño o despertar?). Elipsis sin transición. Del canto de los amigos en el bar, en el espacio hogar, al campo de batalla. Mike despierta, inconsciente tras algún enfrentamiento. La película de la guerra no es como se esperaba. Caos, crueldad, carne desgarrada, dolor, muerte. Un vietnamita lanza una bomba en un refugio oculto en el suelo, en donde están hacinadas mujeres y niños. Ametralla a una mujer, con una niña en sus brazos, que sobrevive. Mike le abrasa con un lanzallamas. Mike sigue en la fragua, entre fuegos. No son las vacaciones que esperaba. ¿Es una pesadilla o realmente ha despertado? La caza ya no es una acción en la distancia con una criatura nada amenazante como un ciervo, que sólo huye. La guerra es dispararse a la sien, no se puede condensar mejor lo que es. Quien sobrevive es porque ha tenido la suerte de que la bala haya perforado la sien de otro. El núcleo de la vivencia del infierno de la guerra es una cruel competición, para entretenerse, de ruleta rusa entre los prisioneros. Mike ya no dispara a ciervos, ahora sabrá qué es lo que puede sentir un ciervo, si de la pistola con que se apunta su sien surja una bala que destroce su cerebro. La guerra es ajenidad, el otro es representación, no puedes pensar que la bala perfora otro cuerpo, que otra vida se desvanece, sólo eliminas un símbolo.
4. ¿Retorno a dónde? Cuando Mike retorna ya no puede disparar sobre el ciervo. Ya la caza no es aquella fuga que le reafirmaba en vanas proyecciones. Incluso, se comporta cruelmente con Steven, al ver que porta un nuevo revolver (poniendo una sola bala en la recamara yd disparando sobre su cabeza), aunque es más bien como si lo hiciera consigo mismo, con la inconsciencia que tenía, o padecía, antes. Si antes despreciaba a al espectro con uniforme militar que apareció en la boda, por que no era capaz, ni remotamente, de comprender; ahora es como él (con el mismo atavío), por eso, prefiere no asistir a la fiesta de recepción. Huidizo, sabe que no tiene nada que celebrar. Sólo le resta recuperar algo que le permita poder habitar ese infierno en el que no pasa nada y nada cambia, recuperar a la consciencia de la fuga que era encuentro, consciencia, la de la sensibilidad ecuánime, de la relación conciliada con el entorno y los demás, representada en Nick, el hombre que apreciaba ante todo los árboles, las montañas, aún extraviado en Vietnam, en el circuito de autodestrucción de la competición de ruleta. La película se cierra con otro canto. Los amigos, en el espacio del bar, como figuras dolientes, apesadumbradas, entonan, casi arrastrando, el ‘God bless America’, que no deja de ser como una canción de cuna que intenta no escuchar el fragor de un caos incontenible, de una oscuridad que se cierne sobre ellos inclemente.
5. El resto es silencio
Mike: ¿Te acuerdas de los árboles, Nick, de las montañas?
Nick: Sólo una bala ¿eh?
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