lunes, 16 de enero de 2012

Llamada para el muerto. Entre el teatro y el muelle, entre la decepción y las ilusiones


Una de las más estimulantes composiciones de Quincy Jones, para 'Llamada para el muerto' (The deadly affair, 1966), de Sidney Lumet. Además de por sus excelencias como película, oportuno revisarla como complemento de la magistral 'El topo' (2011), de Thomas Alfredsson.Me siguen pareciendo las más sugerentes adaptaciones de obras de Le Carre, junto a 'El hombre que surgió del frío' (1965), de Martin Ritt. También fue el inicio de una fructífera colaboración con James Mason, a la que siguieron la interesante adaptación de la obra de Chejov, 'La gaviota' (1968), la turbadoramente sugestiva 'Child's play' (1972) y 'Veredicto final' (1982), una de las grandes obras de Lumet. También fue otra de las producciones británicas que realizará en aquellos Lumet, implacables radiografías de las miserias y sórdidas y turbias tinieblas morales de las instituciones, como dos de sus mejores obras, 'La colina' (1965) o 'La ofensa' (1972), con la militar y la policial respectivamente. En 'Llamada para e muerto' se teje sobre la corrupción de las ilusiones, la incapacidad del ser humano de saber vivir en sociedad, de saber relacionarse, comenzando con la reflexión inicial de político británico puesto e ncuestión por su vínculo pasado con el comunismo, y cómo este lo contextualiza en la década de los 30, en luchas como contra el fascismo en España, pero aquella ilusión de transformar la sociedad, de mejorar, se vio seguida por la decepción por los pies de barro del ídolo,el sistema comunista. Una impecable manera de comenzar, además en un entorno natural,cruzando un puente, en un parque. Pero ¿Qué puentes capaz de construir el ser humano?. Dobbs (Mason), trasunto de Smiley (que encarna Oldman en 'El topo') en la investigación del crimen del citado político ( que se convierte en representación de la honestidad; o último vestigio de ella), desesperará por las mezquindades de la institución gubernamental en la que trabaja. Pero hay otras ilusiones dañadas que se verán reflejadas, conjugadas en la narración, la de la amistad y la del amor o relación de pareja,con su esposa Ann (Harriet Andersson). Nunca ha estado más evidente el vínculo con Bergman, con la intervención de la actriz asidua a las películas del cineasta sueco, sobre todo en cómo trata ciertas secuencias de relaciones de pareja de descarnada, obscena entraña, como si se despellejaran las emociones (su cima fue la de la conversación entre el policía encarnado por Sean Connery y su esposa en 'La ofensa'). Como ejemplo una secuencia de diálogo entre ambos, casi toda en plano de larga duración con reencuadres, que además de poner de manifiesto el excepcional talento de Mason ( su dominio de la expresión corporal), también el talento de Lumet, ya que rompe la planificación con un primer plano de ella, con su gesto de dolida decepción cuando él, de espaldas a ella, muestra su resignada 'comprensión' de la tendencia pasional de ella frente a la indolencia de él, ya que ella desea fervientemente que él no acepte sus relaciones con otros,sino que pelee por ella,que demuestre su pasión. Dobbs permanece suspendido en una dinámica de relación, que le va minando, que quiere mantener a la par que le causa un desolador dolor, como ha mantenido con su propio trabajo, entre la aquiescencia del hábito y la insatisfacción, y cuyo detonante que resitué ambas será enfrentarse a la decepción de la amistad. Elocuentemente, un momento crucial en el último tramo tiene lugar en un escenario teatral, el momento de la 'revelación', durante una representación de Eduard II de Christopher Marlowe,en donde componente crucial es la esposa (Simone Signoret) del político asesinado, matrimonio que se va revelando como reflejo smbólico del de Dobbs. En una historia de indecisiones, como las de Dobbs, de no decidirse a 'partir', de no romper amarras, o de crear otro destino, el esplendido desenlace tiene lugar en un nocturno muelle.

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