jueves, 22 de diciembre de 2011

Plácidas pausas de rodaje: David Fincher

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David Fincher, meditaciones en una pausa de rodaje de 'El curioso caso de Benjamin Button' (The curious case of Benjamin Button, 2008). Hay obras que son gozne y umbral. Una obra inconmensurable y excepcional, tan rara avis como el propio Benjamin. Su emoción germina en el tuétano y ahí crece con su inmensa luz, lumbre y asombro. La eternidad desgarrada, el instante pleno. Aunque oigamos el ruido del proyector, la emoción se palpa como sublime ceremonia de entrega a la vida y al otro. Y eso es el amor en su estado genuino, ese verde valle. Ilusión y entrega. Cómo transmitir la honda conmoción que logra en instantes como cuando Benjamin Button lleva al padre que le abandonó cuando era bebé a que contemple su último crepusculo antes de morir. Mientras reflexiona por qué hacerse mala sangre, para qué el rencor o el sentimiento de agravio. Sólo hay que dejarse fluir (let it go). Inmnsa es esa hermosa fábula del relojero que se impuso la tarea de lograr crear la ilusión de un reloj que girará hacia atrás,para asi recuperar lo perdido, y aliviar la desolación que comportaban esas pérdidas. Y narrado, precisamente, como si fuera las primeras proyecciones del inicio del cine, recuperando la mirada virginal y despejada, donde se recrean las mismas rayas cual fisuras en la imagen, recordándonos que el tiempo está hecho de erosión, y que en el principio estaba el final, que en el presente está el pasado, y que nada ha cambiado, porque nada permanece, aunque todo cambie, pero cambia la transitoriedad singular, no nuestra condición inevitable de seres vulnerables al paso del tiempo. Aquí uno se siente tentado de evocar a Terence Davies o Tarkovski, otros herederos o afines de ese cine de la memoria y el anhelo, de la transitoriedad y el impulso, del cine de Ford, de la fundacional 'Qué verde era mi valle'.

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