jueves, 22 de diciembre de 2011

Gertrud - La disidencia del amor pleno

Aún recuerdo la visceral reacción, casi con sentimiento de agravio, de Juan Miguel Lamet en el coloquio posterior a la emisión de esta lacerentemente bella e inmensa obra ('El mundo no es triste,es grande, decía un personaje de 'Yo te saludo, María' de Godard. Puede ser inmenso, como esta obra única). Lo que irritaba sobremanera a Lamet era lo poco comprensiva que le parecía Gertrud con respecto a lo personajes masculinos. De alguna manera, se convertía en ejemplo preclaro de cómo proyectamos en cada película, cómo esa relación se ve condicionada por nuestras vivencias, por nuestras frustraciones, anhelos, por lo que vivimos y no hemos vivido, y por lo que aspiramos. Puede parecer una obviedad de perogrullo, pero no lo es cuando hay tantos y tantas que siguen etableciendo las relaciones con el cine como una acción de sentar catedra, de juicios máximos, que pueden convertirse en lid de voluntades (de capacidades de discernimiento en juego: es o no es, realidad ajena a nuestra condición como sujetos, que no interfiere, sino que revela; las otras voluntades, contrarias en su valoración, están ofuscadas). Las películas, la pantalla,se convierte en una representación, como los demás. Y algo de ello hay en 'Gertrud'.
¿Quién es Gertrud cuya conducta o incapacidad de comprensión soliviantó tant a Lamet? Una mujer que al final, cuando recita el único poema que escribió, ya no era bella, ni joven, ni estaba viva, pero había amado. Porque el amor lo es todo. Es lo fundamental en la vida. Durante la película hemos asistido a su lid con tres figuras masculinas. Dos a las que cuestiona cómo han subordinado el amor a su trabajo. Uno, Gustav (Bernd Rothe), su marido, político que va a ser elegido misnistro, a quien abandona. Su relación no deja de ser una variación de la que vivió con el escritor Gabriel (Ebbe Rode), quien llegó a escribir que el amor a una mujer y el trabajo son enemigos. Figura que reaparece del pasado intentando recuperar lo perdido, al recuperar tardíamente la consciencia, como tantos y tantas, de lo que realmente era lo 'verdadero', lo que valía la pena, en vez de desperdiciar su vida. Entonces escribió: 'Creo en los placeres de la carne y en la soledad irremediable del alma'. Ahora es consciente de su error en no haber creído en el amor entonces, abocado al escepticismo desolado de quién ha descubierto tardíamente de qué está hecha la matería escénica de la vida. Abocado a la soledad, porque Gertrud no puede ya recuperar lo que sintió entonces, abocada tras romper con él a los placeres de la carne y al matrimonio con Gustav. Y ahora, también, como él, abocada a la soledad, porque la ilusión renovada del amor que había sentido por el joven músico Erland (Baard Owe) se había trocado en decepción, al descubrir que él tenía varías amantes, que no era la única. Incluso, se puede decir, que era una variante de los otros dos hombres, las relaciones las había supeditado a la conveniencia de ascender en su carrera de pianista y músico (la relación por la que opta, la mujer que le ayudó a alcanzar posición social).
Pero el asombro, ese misterio único que es 'Gertrud' resplandece en su depurado estilo. Esa atmósfera de embalsamamiento vital, de figuras atrapadas como insectos por un alfiler. Los actores casi no se miran cuando conversan, sus miradas se pierden en la distancia; parecen moverse como si su cuerpos fueran un peso que les supera, agostados en una rigidez que es atrofia ( como la contención de los mimos encuadres, que no parecen respirar, como estampas de un tiempo detenido), o que se desenvolvieran como autómatas o marionetas en un atmósfera espesa. Da igual si es interiores o en exteriores ( las conversaciones con Erland en un parque; esa naturaleza, eas corrientes de agua, que parecen promesa de expansión de emociones encorsetadas, de liberación, pero que son vana ilusión: el canto de un pavo real señaliza lo que es realmente aquel que ama,el que, irónicamente, reprocha el orgullo de su alma). Casi se puede decir que esa atmósfera espectral hace sentir que los personajes viven atrapados en un sepulcro, gritando sin que nadie les pueda escuchar ( o es el caso de Gertrud sobre todo) mientras se agitan en su contorsiones (la rabia despechada de Gustav, la resignada desesperación de Gabriel). Hay dos secuencias que se revelan como agudos contrastes, dos flashbacks, en la que la luz brilla con un radiante fulgor. El primero es un travelling que sigue con impetu a Getrud, como la emoción que siente esta, entrando en la casa de Erland, que está tocando el piano ( la cámara supera la pared que separa pasillo de piso, rompe el verosimil como rompe límites, como el sentimiento de Gertrud). Esta se pone a cantar junto a él, luz y música se conjugan en celebración de lo sublime, de la realización, del amor, de ser presencias ( vivas). Es doloroso el contraste posterior en la secuencia en la que canta en la recepción, con de nuevo Erland al piano, pero tras saber cómo este tiene otras amantes: Gertrud se interrumpe porque no puede continuar por el dolor, por la decepción, no puede simular real alegría, el canto se ha quebrado como la ilusión de su amor.
El otro flashback es de años atrás, una danza, Gertrud entrando en la casa de Gabriel, cuando mantenian su relación, desplazándose por las habitaciones gracilmente, casi como si estuviera suspendida, elevada en el aire, y descubre la nota en la que Gabriel ha escrito que el amor a una mujer y el trabajo son enémigos. La misma luz radiante se desvanece, como la ilusión de Gertrud.En la última conversación entre ambos, ya en el presente, hay una bella utilización del espejo, el que él le regaló tiempo atrás para que admirara su belleza cada día,y que revela lo que hay de 'representación' para alguien que ha perdido la afrmación de vivir, para quien Gertrud es el reflejo de poder recuperarla. Tras que él haya encendido las velas junto al espejo, ella aparece, reflejada en el espejo. Tras acabar la conversación, en la que ella ha compartido el dolor que él la causó, así como la imposibiliad de amarle, ella se aleja, reflejada en el espejo. Ya es distancia insalvable, mero reflejo sin posibilidad de ser cuerpo. Un cuerpo, el de Gertrud, que al menos sabe que ha amado, clausurada en la bella secuencia final en su soledad conciliada, apartada del mundo, consciente de que lo que se vive incluso puede llegar a ser un difuso recuerdo, o ni siquiera un recuerdo. El tiempo se fuga, como lo que fuimos, o representamos. Photobucket
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Carl Theodor Dreyer, Nina Pens Rode y Baard Owe en varios momentos del rodaje de 'Gertrud' (1964). O el asombro hecho cine.

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