lunes, 5 de diciembre de 2011
En rodaje: Tod Browning y Lon Chaney. Los pantanos de Zanzibar, venganza, degradación y redención
Hay secuencias de 'Los pantanos de Zanzibar' (West of Zanzibar, 1928), de Tod Broning, que se han perdido o fueron cortadas, como esta imagen en la que vemos a Browning con Lon Chaney, como el hombre pato, en claro antecedente , en cuanto caracterización, de la (grotesca degradación) final del personaje de Olga Baclanova, Cleopatra, como pato humano, en 'La parada de los monstruos' (Freaks, 1932). El payaso que en esta encarna Wallace Ford, se llama igual que el mago que interpreta con imponente poderío Lon Chaney, Phroso. Desde luego, Browning podía haber sido un cineasta ideal para llevar a la pantalla la obra de Aleandre Dumas, 'El conde Montecristo', tal como materializa, con opresiva turbiedad, este aspero drama de raigambre folletinesca, en el que la venganza, o su obcecado propósito durante largos años, enajena a su personaje protagonista, hasta que deriva en su redención, en lo que rencidió en su posterior 'Muñecos infernales' (1935). La raíz la condensa con suma habilidad en sus primeros pasajes, los que describen la actuación en un escenario de Phroso, con su ayudante y esposa, Anna; el truco, entrña simbólica de la obra ( el ataud que primerocontienen un esqueleto y en el que aparece despúes Anna; la aparición, escondido tras la puerta del camerino, que define la condición esquinada del personaje, de Crane ( Lionel Barrymore), amante de Anna, que se la pretende llevar a Africa; la contudente y concisa pelea entre Crane y Phroso, hasta que ese se precipita en el vacío, rompiéndose la espalda; la sobrecogedora imagen, tiempo después, de Phroso entrando arrastrándose en la iglesia, confrontándose con el bebe, también arrastrándose, de Anna, a la que encuentra muerta. Phroso determinará su vida a vengarse del hombre que enamoró a su mujer, consiguió que le abandonara, abandonara, a su vez, a ella después con un bebé, y causando que él sea una figura sin movilidad en las piernas ( ni en su corazón). También parece que desaparecieron fragmentos que rodó Browning de Phroso y la troupe de un circo llegando a Africa. Ahora no es sino una elipsis de dieciocho años, que nos sitúa con un Phroso transformado, de cráneo rasurado y torva y hosca expresión, que vive junto a una tribu canibal que tiene una costumbre, que no deja de ser elocuente ironía (algóricamente hablando), la de quemar a las esposas cuando muere un hombre de la tribu. Junto a él vive un doctor, Doc (Warner Baxter), de quien se aprovecha por su alcoholismo (incentivando la dependencia), fascinante personaje de engmático pasado ( cuya evocación es como el incómodo espasmo de volver a sentir una gangrena emocional), hasta que, como truco de magia, hace entrar en escena a la hija de Crane ( que tenía 'escondida', aunque se revela como el cuerpo que realmente no sustituye al 'esqueleto', sino que lo deja en evidencia: el fúnebre empecinamiento de su venganza). En el último tercio de este intenso y siniestro cuento cruel (y que parece exudarla), que exaspera la narrativa con admirable eficacia, no falta el eficaz giro folletinesco, una vuelta de tuerca, o imprevista revelación, que hace que el protagonista se enfrente al desquiciamiento de su obcecación (y lograr la redención: en una vibrante catarsis narrativa, que hace uso ejemplar además de la elipsis).
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