lunes, 5 de diciembre de 2011
El puente sobre el río Kwai, trayectos de un absurdo
'¡Qué locura, qué horror!', son las palabras que cierran 'El puente sobre el río Kwai' (Bridge over the Kwai River, 1957), de David Lean. Evocan ¡el horror! ¡el horror! de 'El corazón de las tinieblas', de Joseph Conrad, tan sugerentemente adaptada, y actualizada, por Francis Coppola en 'Apocalipse now' (1979). Incluso, entre ambas (no he leído la novela que adapta de Pierre Boullé) pueden establecerse ciertas asociaciones, o correspondencias, dos figuras fundamentales, Marlowe (Willard en la película de Coppola) y Kurtz, en la obra de Conrad, Shears (William Holden) y Nicholson (Alec Guinness), la presencia de un río, el recorrido o esforzado trayecto que realiza un personaje (el de 'vuelta' de Shears), la enajenación, con sus matices diferenciadores cada uno, de Kurtz y Nicholson. La locura, el horror, el sinsentido entre grotesco y absurdo, es lo que perfila Lean, y que afinará aún más en sus siguientes obras, que culminan también de modo trágico para sus protagonistas, en especial las dos posteriores ('Lawrence de Arabia' y 'Doctor Zhivago'). No puede haber dos figuras protagonistas más lejanas del convencional héroe, como más absurdos sus trayectos. Nicholson es incapaz de darse cuenta, hasta el momento previo a morir ( 'Pero ¿Qué he hecho?') de que, enajenado con su sujección a las directrices militares y a su orgullo nacional, siendo prisionero de guerra del ejercito japonés, ha construido un puente para este del modo más eficiente posible (sólo el doctor, encarnado por James Donald, en un momento dado pone en cuestión el desatino de su propósito, en vez de hacerlo de la peor manera posible, como debería ser; de hecho, el doctor es el personaje que al final pronuncia las palabras de ¡Qué horror, qué locura!). Incluso, Nicholson, es quien sorprende el intento de saboteamiento del puente de los aliados, y revela la posición de los saboteadores, sus compatriotas. Como remate, se encuentra, para su sorpresa con Shears, quien muere ante sus ojos. El absurdo referente a Shears es aún más doliente. Logra fugarse del campo de prisioneros, pero tiene que volver, porque el mayor Warden (Jack Hawkins) sabe que se apropió de la identidad de un oficial, lo que utiliza para convencerle (obligarle, más bien) de que le acompañe a volver al campo de concentración para sabotear el puente. Algo que no haría voluntariamente Shears, porque no tienen madera de héroe. De hecho, es alguien, como remarca, que ama la vida, que tiene alma de civil. Representa la vida, a la inversa que Nicholson y Warden, como achaca a éste, a los que califica como representantes de la muerte, por sus grotescos y absurdos ideales (destruyan o construyan, viven cautivos de su fúnebre uniforme mental). No deja de ser demoledor su cuestionamiento de esa mentalidad militar como de la propia noción de guerra, con ese contrapunto irónico de la 'construcción' de un puente (cuando el ser humano no tiende precisamente a contruir puentes con otros, sino a derruirlos o sabotearlos). El plano final, la cámara distanciándose, correspondencia inversa con aquella mirada del huido Shears hacia el pájaro en el cielo ( la indiferente e implacable naturaleza), es la impecable clausura que desnuda un escenario enajenado cuya entraña es la locura y el horror. En la imagen, David Lean, Alec Guinness y Sessue Hayakawa durante el rodaje.
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