miércoles, 5 de octubre de 2011
El crepúsculo de los dioses - Imágenes de un rodaje. Espectros en un escenario embalsamado
Ya no sólo es que, ingeniosa ocurrencia de construcción narrativa, sea la voz de un muerto, Gillis (William Holden), cuyo cadáver, flotando, nos es presentado desde el interior del agua de la piscina (un cambio de eje que nos hace sentir como si fuéramos a cruzar al otro lado del espejo; y a través de un espejo en el fondo es cómo se rodó ese plano), quien nos relate la 'espectral' historia de 'El crepúsculo de los dioses' (Sunset Boulevard, 1950), es que ya la grisácea y lívida luz del amanecer (qué ironía que un amanecer transmita esa sensación fantasmal) de las primeras imágenes de los coches de policías y periodistas por la carretera en dirección a la mansión donde se encontrarán con el cadáver en la piscina, transmiten esa sensación de atmósfera claustrofóbica, embalsamada, sordidamente espectral, de aire viciado y retenido, fúnebre, que empapa toda la obra (magnífico el trabajo fotográfico de John F Seitz). El encuentro entre Gillis, guionista que, asediado por los que quieren quitarle el coche por moroso acaba, sin aún saber que será un 'callejón sin salida', en la mansión de Sunset Boulevard que asemeja un mausoleo abandonado, tétrico (como ya bien asocia la voz de Gillis, asemeja a la mansión de Miss Havisham en 'Grandes esperanzas' de Charles Dickens. Y la toma de contacto con esta moderna Miss Havisham, Norma Desmond (Gloria Swanson), 'abandonada' por los 'focos del cine', tendrá lugar a través de la muerte, al confundirle ella con quien debe traer el ataúd para su mascota chimpance. Este turbador detalle adquiere amplias resonancias: Norma Desmond es una representante (embalsamada en su cápsula apartada de la sociedad) del cine 'primitivo', el de los inicios, el cine mudo; cáustico es el detalle de que en buena medida Gillis será el sustituto acompañante (chimpance) de Norma; y, subyacente, más allá de los aspectos relacionados con el mundo del cine, una ácida visión sobre los predominantes aspectos primitivos de la condición humana que rigen sus conductas y relaciones ( esa actitud, de Norma, de niña caprichosa, susceptible, que no duda en chantajear emocionalmente con intentos de suicidio para que no la abandonen; su rabieta despechada final que la lleva al crimen). Fuera de esa tétrico ( y magnífico) decorado, tampoco respira mucho la narración. La multitudinaria fiesta de su amigo, el ayudante de dirección, incide en las sensaciones opresivas, agobiantes (pese a que contraste con el vacío taxidérmico de la mansión de Norma); o las secuencias entre Gillis y la correctora ( encarnada por Nancy Olson)en los estudios de la Paramount (como si fueran otra celda, de escenario de vida, o vida como escenario, que marca y atrapa: el relato en la noche, entre los decorados, de ella sobre cómo generación tras generación su familia ha trabajado en el mundo del cine). El sobrecogedor plano final, el rostro de Norma dirigiéndose a cámara, transtornada, que es dirigirse a nosotros, espectadores, mientras la imagen se emborrona, es la correspondencia con el plano del cadáver de Gillis, de figura difusa entre reflejos en el agua, y la constatación de un irreversible viaje a la pérdida de sentido de realidad. Norma habitará ya definitivamente la vida como un escenario entre focos y cámaras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario