miércoles, 15 de diciembre de 2010

Charles Laughton, cazador de registros

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Charles Laughton fotografiado por William Walling jr., en 1932. Tras las cámaras realizó una de las obras más singulares y turbadoras que ha dado el cine, el siniestro cuento de hadas 'La noche del cazador' (1955). Delante de las cámaras, desde su doctor Moureau en 'La isla de la legión sin alma' de Erle C Kenton a otro sibilino y arrogante manipulador, el político conversador de 'Tempestad sobre Washington' (1962), de Otto Premiger, su talento dominaba los encuadres como si fuera un titiritero en las sombras que irradiaba tal carisma que hasta podía hacer olvidar las carencias de la obra, como en 'Testigo de cargo' (1958), de Billy Wilder. Su presencia era siempre restallante, fuera cohibida y envarada como su mayordomo en la excelente comedia 'Nobleza obliga' (1935) o ponzoñosa como su juez de la magnífica 'El proceso Paradine'. Dado lo que le atraía las oscuridades del ser humano no es de extrañar que dominara las cuerdas de la vesanía o la perfidia con tal cautivador equilibrio, como su pirata en la estimulante 'El capitan Kidd' (1945) o sus abyectos personajes como los de las notables 'El reloj asesino' (1948), de John Farrow y 'Arco de triunfo' (1948), de Lewis Milestone. Pero también transitó los otros extremos como en una su apocado profesor en una de las mejores obras de Jean Renoir, 'Esta tierra es mía' (1943), Quasimodo en 'El jorobado de Nottre Dame' (1939), de William Dieterle, o su más ecuánime político en 'Espartaco' (1960), de Stanley Kubrick. Sin olvidar, como refrendo de su versatilidad, sus trabajos en 'El despota' (1954), de David Lean, 'Rebelión a bordo' (1935), de Frank Lloyd, 'La vida privada de Enrique VIII' (1932), de Alexander Korda, 'El fantasma de Canterville' (1943), de Jules Dassin, la interesante 'Bajo diez banderas' (1960) de Duilio Coletti, o la notable 'El sospechoso' (1948), de Robert Siodmak, en la que creó uno de sus más complejos personajes.

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