miércoles, 4 de agosto de 2010

Marcello Mastroianni, la mirada de las profundidades

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En el sugestivo laberinto de la felliniana exposición 'El circo de las ilusiones' se escuchaba, cual bucle, la voz de Anita Ekberg en la celebre secuencia de la Fontana di Trevi en 'La dolce vita': ¡Marcello, come here!. Pero aunque ese momento se haya ya convertido en todo un icono preferentemente por la presencia, o imagen, de Ekberg, es la expresión, de Marcello Mastroianni la que me cautiva y conmueve. Ese contraplano de su rostro, su gesto entre cansado, como si arrastrara ya un peso de consciencia, de demasiada consciencia, y anhelante, ese brillo que asoma en sus ojos, que casi parece uns suplica, como si no diera crédito a que un sueño, que le haga olvidar la realidad rampante por la que transita, pudiera materializarse. Y entra en la fuente, y parece que se fueran a besar, pero, subitamente, el agua deja de correr. Es de de día, el sueño fugaz ha terminado. Hay una fotografía en la exposición que certifica mi sentimiento de que la interpretación de Mastroianni en esta película es una de las más admirables que he visto en una pantalla: Ese gesto, en la secuencia final en la orilla de hacia la niña que no puede oír, y encoge los hombres, y alza los brazos: la imagen registrada hace que se asemeje a un Cristo de expresión exhausta y ya con la resignación irónica de quién no cree que sean ya posibles los sueños ( y s se asocial con esa secuencia inicial del helicóptero transportando la estatua de un Cristo, el cierre alcanza cotas corrosivas).
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Esa hondura en la mirada de Mastroianni, una mirada incomparable en la historia del cine, parece la del que ha visto demasiado. Ante todo es la sensibilidad que se tiene el elemento fundamental, pero, por otro lado, pensaba en cómo le habría influido el haber sido prisionero en un campo de trabajo en el norte de Alemania tras ser capturado por los nazis cuando trabajaba de dibujante en Roma en el último año de la guerra, campo del que logró escapar, permaneciendo oculto en Venecia hasta que finalizó la guerra. Sus primeros pasos como actor tendrían lugar en la compañía de teatro de Luchino Visconti. En una obra tan amplia como la de este actor, que trabajó seis veces con Fellini, destacando sobremanera su protagonista alter ego de '8 1/2' (1963), destacaría algunos trabajos quizá no tan conocidos como en la magnífica 'Los camaradas' (1963), de Mario Monicelli, con el que había trabajado ya, entre otras, en la maravillosa 'Rufufú' (1957), su asombrosa creación en la bella 'El apicultor' (1986), de Theo Angelopoulos, con quien trabajó también en la muy sugerente 'El vuelo suspendido de la cigueña' (1991), su colaboración con Visconti en una de sus mejores obras, 'Noches blancas' (1957), obra más afinada que 'El extranjero' (1967), en la que lo más destacado es el mismo Mastroianni, o en la esplendida 'Crónica familiar' (1963), de Valerio Zurlini, cineasta a reivindicar.
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Sería muy extenso el reseñar sus múltiples excelentes trabajos. Por destacar algunos, en una filmografía con colaboraciones con cineastas como Raul Ruiz, Marco Ferreri, Luigi Comencini, Ettore Scola, Dino Risi, Luciano Tovoli o Marco Bellochio, señalaría su participación en una de las mejores obras de Antonioni, 'La noche' (1961), su popular y sobrecogedor trabajo en 'Ojos negros' (1987), de Nikita Mikhalkov. Sus primeros planos finales son de los más conmovedores que ha dado la historia del cine.

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