martes, 3 de agosto de 2010
Gabriel Byrne, el principe exiliado
Gabriel Byrne creó con Tom Regan, el protagonista de 'Muerte entre las flores' (Miller's crossing, 1990), de los Hermanos Coen, uno de los personajes más cautivadores y fascinantes (y más complejos) que ha dado el cine en las últimas décadas. Aunque se alimente más de la literatura de Dashiell Hammet, no podía evitar sentir que su condición fronteriza lograba plasmar como no se había logrado hasta entonces el espíritu de la obra de Raymond Chandler, el de su memorable personaje, Philip Marlowe, y las emociones que suscitaba una de sus más insignes obras, 'El largo adiós'. Ante un personaje como Regan no podía dejar de preguntarme qué es lo que palpita tras esa mirada, entre desapegada y melancólica, entre cansada y reflexiva (como si no dejaran de bullir en su mente mil pensamientos), y tras esa presencia, que parece camuflarse en el segundo plano, entre bambalinas, como quien se escuda en el hielo de la aparente indiferencia, y como quien ya se restringiera a 'comentar la acción' desde fuera ajeno a este mundo? ¿Desilusión, resignación, templanza? Su agudeza analítica, además, parece destacarle en su entorno, en el que, por ella misma, parece fuera de sitio, paradojicamente. Y quizá tras esa mirada laten aún brasas que ha preferido mantener hibernadas para poder seguir. sobreviviendo. Se podría pensar en él como una especie de príncipe exiliado. Y no deja de destacar, por otro lado, dentro de la obra de los Hermanos Coen, como figura excepcional. No ha habido otro personaje de esta entidad de sensibilidad aguda y especial ( quizás pueda ser ese personaje en el que más han podido sentirse próximos estos grandes cáusticos cineastas). Byrne, dublinés que iba para sacerdote hasta que le expulsaron del Seminario al ser sorprendido fumado, estudió arqueología, en lo que trabajó durante tres años, como también de profesor de castellano y gaélico en una colegio católico femenino. Sería ya rondando los treinta cuando empezó a dedicarse a la interpretación: se le puede recordar en un personaje secundario en 'Excalibur' (1981), de John Boorman. Pero su reconocimiento tuvo logar con su personaje en la película de los Coen. Desde entonces, ha seguido dotando a sus personajes de esa singular aura de distinción que sobresale hasta en mediocridades como 'El fin de los días' (1999), donde interpreta al Diablo, 'Enémigo público' (1998), de Tony Scott, en una fulgurante aparición secundaria como asesino a sueldo, o 'El hombre de la máscara de hierro' (1998), en la que interpretó al mejor D'Artagnan en la pantalla. No han abundado las grandes obras en su filmografía, a excepción de 'Spider' (2002) o 'Sospechosos habituales' (1995), de Bryan Singer o en 'Dead man' (1995),de Jim Jarmusch en la que tiene una breve pero memorable intervención. Pero también vale la pena recordar obras interesantes como 'Into the west' (1993), de Mike Newell o 'Jindabyne' (2006), de Ray Lawrence, o con sus desequilibrios, 'The keep' (1993), de Michael Mann. Gabriel Byrne, en suma, es de esos actores que tienen 'presencia', algo no muy usual en el cine de hoy. Quizás también es un príncipe exiliado en el tiempo.
A mí me vuelve loca, con esas capas de deliciosos matices, a veces contradictorios, que sabe superponer en su personajes... y además irlandés.
ResponderEliminarEngánchate a In therapy, y luego me cuentas, yo me la pongo en vena de más en más...