sábado, 15 de mayo de 2010
Yo anduve con un zombie
Tan incierta es la realidad como nuestra forma de percibirla. Estaba condensado en una de las más hermosas y turbadoras secuencias de la historia del cine, en ‘Yo anduve con un zombie’ (1943).
En la cubierta del barco que les lleva a Haiti, conversan la protagonista, Betsy (France Dee), y Holland (Tom Conway ), quien la ha contratado como enfermera para que cuide a su esposa que ha caido en un extraño catatónismo. Betsy, arrobada, resalta la belleza del fulgor con el que el brilla el oceano. Holland le señala que ese brillo es el de la putrefacción, el de la descomposición de los peces. Betsy percibe un brillo de vida, él el de la muerte (las criaturas se devoran bajo esa superficie). No es que una percepción anule la otra, es que ambas realidades y percepciones son ciertas. A la vez que se contradicen, se complementan.La realidad es porosa y movediza, en cuanto dejamos establecerse la noción de lo posible y la razón lógica o instrumental se muestra flexible y asume y alienta la interrogante. Aunque nos enfrenta a nuestra vulnerabilidad y limitaciones. Y al miedo. A esos vacíos y desencajados ojos que nos devuelven la mirada (como el zombie guardián). De repente, sentimos que la misma realidad nos mira, y no sabemos cómo, y qué hay tras su mirada, de qué materia está hecha. Y a dónde nos lleva si nos decidimos a cruzar ese umbral.El miedo de lo que no sabemos. El miedo ante lo que no dominamos. La oscuridad. Ese fuera de campo que es ausencia de luz, y pantalla incierta. Y nuestros deseos ocultos, nuestras represiones no asumidas. Por eso, las obras de Tourneur se abren o amplifican como ondas concéntricas y en varias direcciones.
En Betsy se debaten encontrados sentimientos, entre su condición de enfermera y de enamorada de Holland. Aquello que se urde en el relato puede estar en consonancia con ese desencuentro interior. ¿Desea que la esposa se cure o que permanezca siempre así, catatónica, ausente? ¿En qué estado resulta mayor estorbo para realizar el amor que anhela con Holland? Además, ¿ la esposa está ‘ausente’ o en otra realidad su mente?¿Es mejor no saberlo o precisamente se hace necesario?. La lógica busca enfrentarse o dominar y esclarecer las sugestiones y miedos interiores, pero también posee un componente de represor, o de domesticación de lo posible o inefable. Como la de la doctora, madre de Holland. Y abre otra compuerta, la siembra por parte de la Razón de la sugestión de los miedos para hacer prevalecer la manipulación interesada. La mente humana imagina y crea fantasmas, y las leyendas se convierten en caldo de cultivo de superstición, porque la incierta oscuridad siempre es fuente de temor (hecha canto, a través del cantante de calipsos, que contrapuntea la acción).Pocas veces se ha podido 'palpar' la sensación de cruzar el umbral a otro mundo, o, más bien, a otra forma de percibir la realidad (esa sensación de que a partir de ese momento se verá todo desde otro ángulo, 'alterado', 'modificado'), como en la escena, en la que Betsy lleva a la esposa 'muerta viva' para asistir a una sesión de vudú, la cual quizá consiga que salga de ese estado. Recordemos que Betsy se ha acabado enamorando del marido, con lo cual esta iniciativa, de alguna manera, va en contra de sus aspiraciones, ya que podría suponer el fin de cualquier expectativa de conseguir su amor si ella logra ser curada.
Es como si conjurara su propio egoismo, asumiendo ese sacrificio, que implica un verdadero amor ( ya que le importa lo que a él más feliz haga, aunque también pudiera verse como una forma de liberarle de una 'carga', y que asi pueda tomar una decisión de veras, no dependiendo del cuidado de su esposa convaleciente para siempre; lo ambivalente domina su acción).
La secuencia es un prodigio de creación de atmósfera: el sendero entre los campos de caña de azucar, como 'verjas' que cerraran el paso a una posible huida, la oscuridad de la noche aleteando como una presencia viva intangible, los ruidos de los támbores, el pañuelo (la contraseña para poder cruzar) que se queda prendido a una planta, los animales colgando muertos, y como remate la aparición de ese gigante ciego, una criatura que no parece de este mundo, un cancerbero que decide (aunque ¿cuál es su voluntad o de quién o qué?) quién entra a ese mundo (ante el que sientes tu piel erizar como si te encontraras ante lo impreivisible innominable). En este paseo uno siente que ya nada es seguro, incluido el retorno. Pero resulta que, paradoja, quien está detrás de las acciones (¿representación') del vudú (en las sombras), es la doctora y suegra de la enferma. Y es que la sugestión no tiene limites cuando desconoces a lo que te enfrentas, a lo 'posible' (cuando sientes que puede ser todo posible), aunque detrás, tras los hilos, está la enrevesada trama de los afectos. Es la raiz de cualquier misterio. Las sombras son muy humanas, esas sombras que se camuflan en el tablero de las emociones, o mejor dicho, de los egos (sus disimuladas implicaciones, los deseos escondidos, las rivalidades: las criaturas humanas devorándose bajo la difusa superficie). A veces, sólo es necesario ver las cosas. también, desde otro ángulo (otras perspectivas, la de los otros) para ver la realidad con claridad. Todo era un puzzle en el que faltaban piezas. Y es que la mente crea sombras.
Una de mis obras predilectas. 'Yo anduve con un zombie' (1943), de Jacques Tourneur, es una excepcional variación de la obra de Jane Eyre. Pura poesía tenebrosa. Tourneur nos envuelve con sus atmosferas, haciendonos perder pie, entregados a una musicalidad en la que por unos momentos no sabemos qué es lo real y que no lo es, qué es posible o no lo es. Nos sumerge en un inquietante y envolvente universo ambivalente donde no hay una perspectiva determinante.
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