viernes, 21 de mayo de 2010
Elephant
Con 'Elephant' (2003), Gus Van Sant fue un paso más adelante, o realizó una fructifera variación, o ampliación, en la que quizá sea su obra maestra. Sensualizó la experiencia, desprendiéndose la radical aridez de 'Gerry' (2002), a través de la conjugación de movimientos y música, en una sinfónia de largos travellings de seguimiento a personajes desplazándose. De nuevo, no hay psicología, o escasa. O 'suspendida', como la propia narración. Y en esta ocasión construyendo la narración sobre un punto de partida de trama, pero disuelta su continuidad, o relevancia, combinando tiempos y perspectivas ( aunque sea de casi meras presencias). Porque bajo la trama de la realidad quizás sólo se oculte el vacio, la suspensión, la 'falta', y así, el grito.El elemento que une a los personajes, y se va desvelando progresivamente, hasta materializarse en el último tramo, es que son testigos o víctimas de un atentado, o masacre en un colegio efectuado por dos de sus alumnos. Los cuáles adquieren presencia en el último acto, pero de igual modo fantasmal, como presencias casi intercambiables con el resto, y cuya seña de distinción es que se han sentido demasiado discriminados o despreciados.
La rebelión del susceptible en un mundo sostenido sobre la cruenta discriminación, donde no hay discurso ni relaciones sustanciales. Así que su reacción, por extrema que sea, es reflejo de una sociedad, o cultura, vaciada. En la que somos fantasmas que deambulan de casilla a casilla, de un espacio de representación a otro, en el que estamos atrapados como mariposas com un alfiler. Sólo existe el espacio de representación, cuya máscara esconde un desierto. Y en ese vacio no asumido la violencia puede explotar en cualquier momento como desgarro de esa pantalla virtual en la que se ha convertido nuestra vida o sociedad. Hay, por otro lado, una presencia, la de Timothy Bottoms, como el padre del chico rubio, que establece un vínculo con una obra preterita, en la que era uno de los protagonistas, 'La última sesión' (1972), de Peter Bogdanovich, cuya acción transcurría en lo primeros 50. Un detalle que nos sugiere que la raíz del caos presente tiene su germen mucho tiempo atrás, algo enquistado en la propia sociedad o cultura.
'Elephant' (2003), de Gus Van Sant me parece una de las más grandes obras, aparte de ser de las más turbadoras, que ha dado esta década. A partir de Gerry (20029, Van Sant estructura el relato a través de la discontinuidad, la fuga y la fragmentación de perspectivas.
Van Sant reconoce que fue la influencia del cineasta hungaro Bela Tarr, desconocido en nuestras pantallas, el que le influyó en el cambio estético o narrativo de su cine. Como Malick, en su rupturista manera de hacer del tiempo, de la duración, cuerpo y desgarradura, a la vez, de la narración, sobrevuela con su influencia en ambos cineastas.
En sus primeras obras, Van Sant, colocaba en el centro de la narración a personajes socialmente periféricos. Aquellos que habitualmente no encontraban espacio protagonista en el cine de mayor difusión, y convencional, como tampoco lo tienen en la trama de nuestra sociedad. Son figuras invisibles o marginales. O estigmatizadas. Asi los gays de 'Mala noche (1986)' o 'My own Private Idaho' (1991), los yonkis de 'Druggstore cowboy'(1989) . LLegando a una dislocada ordalía de figuras extravagantes o 'anómalas' en 'Even the cowgirls get the blues' (1994).
E incluso aunque su condición social entre dentro de márgenes más legitimados, o menos 'raros', los protagonistas de 'El increible Will Hunting' (1997) y 'Descubriendo a Forrester'(2000) son períféricos emocionales, caso del profesor que encarna Robin Williams o el mismo Will (Matt Damon), un joven de baja extracción cuyo talento aún no ha sido reconocido, incluso no asumido por él mismo como seña de distinción (algo poco práctico), en la primera, o el escritor retirado, encarnado por Sean Connery, en la segunda. Sin olvidar el rasposo retrato de una abyecta arribista en la figura de la periodista, o presentadora de televisión, encarnada por Nicole Kidman en' Todo por su sueño' (1995). Sí, la mirada de Van Sant parecía querer dar voz a los que generalmente carecen de esa posibilidad, visibilizando de modo natural una realidad que si se representaba era desde la perspectiva 'enrarecida' de quien se acerca a un mundo sin comprender, presa del tópico o incluso estigmatizándolo. Señalando las raices podridas de esa sociedad 'visible' legitimada, edificada sobre el arribismo sin escrupulos, mientras los que poseen cualidades o potencialidades intelectuales permanecen al margen o escondidos porque el saber o el arte no es moneda de cambio ( a lo que ha retornado en 'Mi nombre Harvey Milk' (2008), por eso, más discreta que las obras previas.
Pero Van Sant quizás se dio cuenta de que no sólo bastaba con las pretensiones, loables, de un crítico discurso, o un guión tejido con buenas intenciones y ortodoxa corrección, con brillos puntuales. Esa mirada disoluta estaba vehiculada a través de unos modos de representación convencionales, bordeando lo funcional por mucho que lo representado fuera nada o poco convencional. Para representar esa otra mirada disidente, y para cuestionar la realidad (sociedad ) legitimada, debía hacerla cuerpo de representación, transgredir las formas de narración, y así resaltar realmente un mundo sin discurso ni centro, ni sustancia, quebrado y vacio. De eso nacen obras tan estimulantes, en orden de predilección, como 'Elephant' 'Paranoid park' (2007), 'Gerry' y 'Last days' (2005).
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