viernes, 23 de octubre de 2009
Notas sobre Andrei Tarkovski
Un joven se propone la ímproba tarea de forjar una campana de gran tamaño en el desolado paisaje de una Edad media quebrada por la carencia, el abuso de poder, la superstición y la violencia más cruenta. Un hombre se esfuerza en cruzar lentamente una piscina vacia y abandonada, mientras porta una vela encendida, decidido a realizar el recorrido de ida y vuelta sin que se apague. Un guía acompaña a dos intelectuales, un científico y un escritor, a un lugar llamado la Zona, donde se supone que ha ocurrido algo extraordinario, y está convencido de que podrán realizar ahí todo deseo o esperanza que tengan.
Un niño, pacientemente, cruza cada día los campos, transportando un pesado cubo de agua, para regar un árbol, tras que su padre haya sacrificado todo lo que tiene y es, su hogar en ese paisaje paradisiaco de Gotland, su familia, su trabajo, sus pertenencias, tras arrodillarse ante un Dios en el que no creía suplicando que sacrifica todo lo que es y tiene si no se hace realidad el cataclismo inminente fruto del lanzamiento de proyectiles atómicos.
Gestos que aún creen y confían en un universo bárbaro, ya sea medieval o tecnificado. Acciones que son impulso de acción, aliento de fe en las aptitudes creativas y sensibles de un ser humano que parece tender más a la destrucción, a la incapacidad de amar, a la enajenación de su naturaleza y de la propia naturaleza. Es el cine de Andrei Tarkovski, ese escultor del tiempo, de quien Ingmar Bergman dijo que había logrado realizar en su cine lo que él no había logrado, hacer tiempo y emoción de unas ideas. Su cine es epifanía a la vez que protesta lírica y desolada.
Estos cuatro personajes, en ‘Andrei Rublev’ (1966), ‘Nostalghia’ (1983), ‘Stalker’(1979) y ‘El sacrificio’ (1986), cuatro sublimes obras maestras, son la encarnación y representación de esa lumbre de forja, esfuerzo y confianza en lo posible, en una armonía, que es empatía, que el ser humano aún no ha logrado materializar, ni parece desear. Pocas veces el arte, como en el cine de Tarkovski, nos ha ofrecido un espejo de tan honda belleza transgresora en el que nos evoca lo que pudiéramos ser. Crucemos con la vela este espacio abandonado, reguemos cada día el árbol de la vida, forjemos esa campana que ilumine el canto de celebración, soñemos que aún somos capaces de tener esperanza en una Zona que hará nuestros deseos realidad si creemos en ello.
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