miércoles, 16 de octubre de 2024

La habitación de al lado

 

En La habitación de al lado (2024), adaptación de la novela de Sigrid Núñez, Cuál es tu tormento, publicada en el 2020, no falta esa configuración cromática característica en el cine de Pedro Almodóvar, esas manchas de colores diseminados en muebles, paredes o vestuario, que hace pensar en variaciones cinematográficas de pinturas de Piet Mondrian o Mark Rothko. Es una característica que también hace sentir cómo su cine linda con lo impostado o lo artificioso, como si las obras transcurrieran en las particulares coordenadas de la realidad Almodóvar. En concreto, en La habitación de al lado, son escasos los escenarios. Aunque haya algunos exteriores, abundan los interiores, como la habitación de hospital en el que ambas amigas se reencuentran tras bastantes años, pero sobre todo relacionados con hogares, sean los urbanos o esa edificación moderna en pleno ámbito rural a la que se trasladan ambas protagonistas, Sigrid (Julianne Moore) y Martha (Tilda Swinton), durante cuya estancia, indefinida, pero probablemente breve, la primera será la amiga que acompañe a la segunda en su tránsito a la muerte, vía eutanasia, dado que es enferma terminal de cáncer y no pretende que ese tránsito sufra las fases más dolorosas y degradantes del deterioro. Abundan los interiores de hogares como contraposición a la pérdida progresiva de vida de quien comienza a perder paulatinamente contacto con la vida, el gusto por realizar o sentir las acciones mínimas que componen la vida. Y no quiere experimentar su completa erradicación, como un borrado que es extracción violenta en las últimas fases de pérdida de sensibilidad y disfunción orgánica, un cuerpo que pierde su constitución convirtiéndose en una avería orgánica.

El título original, The next room door, no es el mismo. Es La puerta de la habitación de al lado. Importante detalle, ya que Martha indica a su amiga Sigrid que el día que advierta que la puerta de su habitación está cerrada será indicativo de que ya ha tomado la pastilla para morir pacíficamente, lo que determina que Ingrid, quien ha accedido a acompañar a su amiga en esa circunstancia pero ha confesado qué difícil le resulta, sube cada mañana con el gesto trasegado de quien teme lo que un día será inevitable pero se resiste aún a que así sea. Porque además los equívocos pudieran darse si el aire cerrara accidentalmente la puerta. En los primeros pasajes de la narración, cuando se produce el reencuentro en el hospital (tras que una amiga mutua haya informado a Ingrid, mientras firma ejemplares de su última novela en una librería, de la condición de Martha), se alternarán varios breves flashbacks durante la larga conversación en la que ambas amigas se ponen al día. Circunstancias que hablan de la carencia o pérdida de hogar (incluida la pérdida de un ser querido) o del amor como sustancia que ejerce de contrapunto con respecto a las devastaciones de la vida (la tendencia a la destrucción del ser humano, las desgracias). Son circunstancias que aluden al amor truncado de Martha, cuando quien amaba retornó de la guerra de Vietnam como si fuera un hombre averiado, o la muerte de este, precisamente, por introducirse en una casa, incendiada, aunque ya vacía, no habitada, en plena pradera, sin otras edificaciones en la distancia. Son las circunstancias que se hacen eco de la herida no cerrada en la vida de Martha, mujer errante, pues como reportera ha transitado de zona de conflicto a otro, pero que no ha sabido ser madre de su hija.

En contraste, está la evocación del encuentro, en Afganistán, con la pareja de enamorados que siguen decididos a permanecer en el país pese a que se haya recrudecido la situación, por lo que sus vidas corren más peligro. Pero quieren ayudar. Un reflejo de ese amor que se mantiene firme sea la circunstancia precaria que sea, y que no deja ser modelo de la circunstancia que vivirán Sigrid y Martha, o cómo la primera logra superar sus reticencias, sus temores, para poder afrontar, con templanza y firmeza, de modo directo y frontal, una circunstancia tan dolorosa como la muerte de su amiga. Permanece con ella porque quiere ayudarla en ese tránsito, subordinando sus particulares dificultades o remilgos. Un yo al servicio de un otro. Ciertamente, la película carece del desaliño, que bordea el amateurismo, de obras como la muy sobredimensionada Dolor y gloria, pero resulta, en cambio, demasiado pulcra y pulida, casi un tanto esterilizada. Se echa en falta la emoción. Se queda al lado sin entrar. La habitación de al lado es una obra irregular, en la que se agradecen ciertos comentarios, como el del entrenador de Sigrid, sobre cómo un abrazo por su parte como apoyo en su circunstancia dolorosa sería considerado una infracción en estos tiempos de inflexibles códigos de censura (por supuesta corrección), o sobre la irresponsabilidad del ser humano con respecto a la degradación de su hogar, su medio ambiente, pero que no dejan de sentirse como cuñas metidas con cierto calzador. Resulta sugerente el uso metafórico de una pintura de Edward Hopper, que transmite la idea de remanso y hogar, de conciliación. Y hay algún plano que, momentáneamente, rescata a la narración de su correcta, demasiada correcta, discreción, como el primer plano de la última mirada de Martha a Sigrid, una mirada que, por otra parte, evidencia cuán gran actriz es Tilda Swinton.

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