lunes, 16 de octubre de 2023

Monstruo

 

El monstruo del título de la última película de Hirokazu kore eda, Monstruo (2023), ejerce no de afirmación sino de interrogante. No solo en la misma narración, sino con respecto a ciertas dinámicas instituidas en nuestra sociedad, en particular en las redes virtuales, en esta última década. Con suma facilidad se condena a alguien. Y entre lo que parece y lo que es puede haber una considerable distancia, y no solo por apariencias equívocas. Por eso, habría que interrogarse en donde reside la monstruosidad, quien ejerce de monstruo, con intencionalidad o no, por quizá plegarse a unas corrientes de no-pensamiento preponderantes (juicios apriorísticos). Monstruo se compone de tres relatos sucesivos que son tres perspectivas sobre unos acontecimientos. Los hechos y sus percepciones y, por ende, concepciones (que pueden ser insuficientes o erróneas). Las interrogantes que se plantean pueden recordar a las que vertebraban su previa El tercer asesinato (2017), en la que, para discernir la verdad, había que superar una espesura de informaciones omitidas y cortinas de humo: ¿Quién decide a quién se juzga?¿Cuál es la verdad si cada uno quizá está tocando una parte del elefante?. Con la primera perspectiva se establece, por lo que las apariencias parecen indicar (o más bien ciertos relatos establecen), que el monstruo es Hori (Eita Nagayama), un profesor que parece maltratar a sus alumnos. Ese es el relato que expone Minato (Soya Kurokawa) a Saori (Sakura Ando), su madre cuando esta se extraña de sus cambios de comportamiento, por lo que esta pide a quienes administran el colegio aclaración de responsabilidades y solución. Su forma de actuar suscita el desconcierto de la mujer, quien no sabe qué pensar sobre sus medidas, como tampoco logra entender las reacciones del profesor. La madre guía sus actos desde la perspectiva emocional que piensa que su hijo es una víctima y por lo tanto la realidad debe reajustarse de tal modo que quien es su agente dañino (o quien así señala que es su hijo) sea extirpado como perniciosa influencia. Ignora qué puede condicionar los testimonios de su hijo, por tanto los considera transmisores de verdad. Es decir, se puede decir que la madre cree que toca al elefante por completo.

Pero como se revelará en el segundo tramo, o segunda perspectiva, que corresponde a la del profesor Hori, quizá la madre solo estuviera tocando una parte del elefante, ya que los supuestos hechos no eran sino versiones distorsionadas por informaciones o relatos convenientes, cual cortinas de humo, y por insuficiencia de conocimiento. Comienza a entreverse que ese escenario de realidad está atravesado por otro tipo de abusos, consecuencia de cierta mentalidad preponderante en la sociedad que ha influido en los niños, como queda patente que la actitud y conducta del profesor no tiene nada de dañina, no se corresponde con lo que le parecía a la madre según los relatos del hijo. Los relatos de este habían desviado el foco problemático por incapacidad de enfrentarse a una circunstancia, como ya será expuesto de modo manifiesto en el tercer tramo, o tercera perspectiva que ejerce, a su vez, de última capa que evidencia el por qué de esos relatos distorsionadores que habían provocado una percepción errónea con respecto a su profesor al dotarle de una actitud que no correspondía con la verdad y que no era sino una pantalla que ocultaba el real problema

Ese problema no era otro que la dificultad para asumir su homosexualidad que encontraba foco de conflicto en el maltrato que sufría su amigo Yori (Hinata Hiragi), y su dificultad para defenderle cuando era objeto de bromas o desprecios por no acoplarse a la conducta masculina. Minato en principio apoyaba esas bromas porque quería sentirse integrado en un conjunto social en el que la mentalidad predominante, en particular en los hombres, desprecian la homosexualidad como se sigue valorando cierto estereotipo de masculinidad, o cómo debe actuar un hombre (mentalidad que también comparte el mismo profesor Hori). La dificultad de denunciar ese abuso ya que le confrontaría con esa exposición o vergüenza social fue causa determinante, por impotencia, torpeza y desesperación, del desvío de la denuncia de abuso a su profesor. En estos pasajes se relata esa amistad entre ambos alumnos que se sienten al margen, como ese espacio, ese vagón en un lugar escasamente transitado al que se accede por un túnel. Esa realidad aparte (realidad sin dirección) que es su refugio y que ha tenido que ocultar con la pantalla de una falsa denuncia. Un foco de incendio figurado cuyo origen se desvía (de hecho, la narración comienza con el incendio de un edificio cercano que contemplan madre e hijo; con una madre incapaz de advertir la naturaleza del incendio emocional que sufre su hijo). Por tanto, la narración expone cuál es la naturaleza del monstruo cuya naturaleza se extiende a una sociedad y unos específicos valores aún predominantes con respecto a la homosexualidad que posibilitan desprecios y humillaciones desde las edades escolares. Pero también a una sociedad, global, que con suma presteza, y delectación, tiende a condenar a los demás.

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