lunes, 5 de junio de 2023

Alarma en el expreso

 

En principio, Alarma en el expreso (The lady vanishes, 1938), con guion de Sidney Gilliat y Frank Launder, basado en la novela The wheel spins, de Ethel Lina White, iba a ser dirigida Roy William Neill, pero las autoridades yugoslavas no estaban satisfechas con el retrato que se realizaba de su policía así que no dieron los necesarios permisos de rodaje. Un año después, el productor, Edward Black, propuso a Alfred Hitchock, quien, por contrato, aún debía dirigir una película con su productora. Hitchcock, en colaboración con los guionistas, realizaría algunos cambios, sobre todo en la parte inicial y la final. Los primeros compases de Alarma en el expreso están definidos por la incomodidad y la perturbación, aunque en clave de comedia, que sufren unos personajes fuera de lugar, en un país extranjero en centroeuropa, ficticio ( de nombre Bandrika), del que sólo se sabe que está regido por una dictadura. El descentramiento se revela también en los multiples puntos de vista en estos primeros pasajes. En esta primera parte, la estancia en el hotel, antes del viaje en tren, cobran relevancia diversos personajes, como reflejo de un conjunto (en correspondencia con una tendencia predominante en la sociedad inglesa). De hecho, tras un travelling aereo sobre la zona (que no es sino una maqueta), el primer plano en el interior de ese hotel es un plano general. En esos primeros compases, adquieren protagonismo los dos ingleses, Charters (Basil Radford y Caldicott (Naunton Wayne), personajes no existentes en la novela que se adapta, indignados, con esa circunspección prototípica británica, por las precarias condiciones del hotel en el que tienen que pasar la noche ( tienen que compartir cama y habitación en la de la doncella, y esta entra y sale para coger sus pertenencias con un desapego que choca con su rígido pudor inglés; no tienen comida cuando llegan al restaurante; no logran enterarse por teléfono de los resultados de cricket...). También hay un pareja de amantes, Mr Todhunter (Cecil Parker) y 'Mrs' Todhunter (Linden Travers), que intentan ocultar su circunstancia, ya que ambos están casados, aunque quien más insiste en esa discreción, de modo bastante remarcado, es él (ella parece mostrar más desapego porque quiere que su relación se afiance así que le disgusta esa persistente ocultación). Quien comenzará, progresivamente, a disponer de mayor protagonismo es Iris (Margaret Lockwood), quien sufre dos perturbaciones, una manifiesta, la de un musicólogo, Gilbert (Michael Redgrave), que ocupa la habitación de arriba, y no la deja dormir con su música ( y los pasos de baile de los trabajadores del hotel), y otra no asumida, implicita, la de su decisión de casarse por conveniencia. Para neutralizar la perturbarción no duda en ser expeditiva. Requiere que el manager del hotel deje sin habitación al perturbador (quien no dudará en entrar en su habitación en mitad de la noche, con la pretensión de dormir junto a ella, como estrategia para recuperar su habitación). Iris quiere que la realidad sea como ella quiere que sea (como las otras dos parejas citadas), aunque implique hacer concesiones como conveniencia. Por eso, centrará el protagonismo de la obra tras que los diversos personajes tomen el tren.

La intriga y la perturbación se asienta en la narración ya con una tensión añadida, aunque no desprendida de un permanente humor (irónico), cuando desaparezca Miss Froy (May Whitty), la anciana que le ayudó cuando recibió un golpe en la cabeza al caerle un tiesto en la misma (que iba dirigido hacia Miss Froy). Si los personajes citados en el hotel pretendían que la realidad fuera como ellos querían que fuera, por activa o pasiva, por hecho u omisión, en el tren la desaparición de Miss Froy ejercerá de equivalencia de la realidad conocida como tal desaparecida (¿no quisiera, en el fondo, Iris que su matrimonio no fuera realidad y desapareciera como posibilidad?). La realidad se trastoca de modo radical: el mundo alrededor parece negar lo que ha vivido. Todos los pasajeros niegan que esa mujer existiera, y afirman que debe ser una alucinación consecuencia de ese golpe sufrido en la cabeza por el tiesto. Aunque no es sorprendente que lo nieguen aquellos para los que la afirmación de que sí saben que es real supondría una perturbación para su conveniencia, como es el caso de Todhunter y el de los dos ingleses que no quisieran que se retrasara su viaje (para poder llegar a tiempo a los últimos partidos de la competición de cricket); en cierto momento 'mrs' Todhunter sí reconoce que la había visto, porque piensa que es la manera de que se haga pública su relación, pero el comentario posterior de él de lo que perjudicaría a su relación determina que rectifique su declaración).

Sólo, casualidad o paradoja, le ayudará Gilbert, el que antes la había perturbado con sus ruidos, el musicólogo (este personaje no tenía esta dedicación en la novela sino que era ingeniero), desarrollándose, y afianzándose, en paralelo a la dilucidación del misterio una mutua atracción. O lo que es lo mismo, la música de la emoción vencerá a las elecciones de la conveniencia, a la necesidad de que la realidad se ajuste a las preferencias personales (se acepta lo imprevisible como elemento cardinal en la ecuación de la vida). No por nada el elemento primordial en la trama de espionaje es una melodía en la que subyace una clave de importancia política. Por supuesto, no se sabrá en concreto a qué se refiere, porque realmente, lo importante, es que Iris descubriera la clave de las decisiones consecuentes, optar por la música del sentimiento verdadero en vez de por la conveniencia o las rutinas de lo predecible. Alarma en el expreso es una vivaz comedia de intriga que juega con la noción de la extrañeza en diversas perspectivas. Como con la de la identidad o su sustitución, que tiene su evidenciada ironía en la confusión que suscita el nombre de la desaparecida, Miss Froy por Freud. Nada es lo que parece, como los sentimientos no saben lo que quieren. Las apariencias rigen, como es manifiesto en ese otro espejo que representa la pareja de amantes casados que ocultan su idilio (en especial él; en la fluctuación de ella se condensa las dudas de la misma Iris con respecto a su venidero matrimonio). En el interior de un coche, que representa el movimiento, ya en la estación de Londres, Iris decidirá, al ver que su prometido le busca, que a quien quiere es Gilbert.

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