lunes, 8 de mayo de 2023

The walker

 

En principio, The walker (2006), de Paul Schrader, iba a ser una secuela de American gigolo (1980), con Julian (Richard Gere), de nuevo como protagonista. Al final aquel subtexto homosexual que atraía a Gere se hace manifiesto, pero en otro personaje, Carter (Woody Harrelson), cuyo oficio es el de <<paseante>> (walker), o sea, <<acompañante>> social de pudientes mujeres maduras (particularmente, inspirado en Jerry Zipkin que ejerció tal labor con Nancy Reagan, entre otras). Carter tiene su misma edad (en principio, Schrader había pensado en Kevin Kline, de la misma edad que Gere, pero lo acabó interpretando Harrelson, que es más joven, aunque esté excelente). Carter vive en y de las apariencias, como usa un peluquín que oculta su notoria calvicie (como si con ese apósito se neutralizara la consciencia del paso del tiempo). Carter es, como Julian, un complemento de la vida de otros, de los que dominan la sociedad, de ese 1 % que domina el escenario económico y social en Estados Unidos, y cuya diferencia de nivel de vida con el resto de la sociedad se había acrecentado, como nunca, en esa década. Carter es como un adorno, o un atavío que da color, como las diversas prendas que tiene Carter en sus múltiples cajones, lo mismo que Julian tres décadas atrás (característica que delata su sentido meticuloso del orden; cada elemento en su lugar y con la misma cuidada pulida apariencia). Julian no se considera ingenuo, sino superficial. Lo que no quiere decir que no sea lo primero, en cierta medida. Hay más de uno que se lo dice, porque, como complemento, vivía ajeno a la realidad, siempre con una sonrisa o una gracia dispuesta para amenizar la vida de otros.

En el trayecto dramático de The walker, Julian se dará cuenta de que no sabía por qué se comportaba de ese modo en su vida, como si fuera un actor contratado que ejecuta sus líneas sin saber por qué las dice, sólo porque es lo que se supone que tiene que decir o hacer. Como Julian, también se encontrará a sí mismo, se afirmara en sí mismo, rompiendo con un escenario del que era pieza funcional del atrezzo. Julian lo lograba en buena medida gracias al amor que encontraba en (Michelle) Lauren Hutton, como un <<bello durmiente>> que despertara. Carter también se encuentra, y en buena medida gracias a la relación que mantenía aún de modo indefinido, impreciso, con Emek (Moritz Bleibtreu), artista que aún sabe de conciencia y que más bien desnuda las apariencias con sus obras. Durante la narración su relación se define por los forcejeos, por un tira y afloja, que necesita enfocarse para que Carter realice una muda y se desprenda de la piel de su personaje, de esa figura que prefería no mirar la realidad de frente, oculto en su máscara, en la prosperidad de la que se alimentaba como parásito, como <<animador socio cultural>> de las clases privilegiadas, siempre con la diplomacia, como eufemismo de flexibilidad, en su forma de comportarse y reaccionar. Es revelador para el curso de su relación, pero sobre todo para la modificación de actitud de Carter, su beso a través de una verja.

Carter también forcejeará con un <<fantasma>>, con el de su padre ya muerto, alguien que sí se implicó en una lucha social para transformar el estado de cosas, en los setenta, en el caso Watergate. Su padre se preocupaba por la realidad, por los demás, por la mejora social. Pero era solo apariencia, ya que en realidad era un corrupto. Carter se ha acomodado y sólo se preocupa de sí mismo, del cajón que ocupa, de la pantalla en la que no puede salir despeinado, como Julian entonces. Y como este, también se encontrará en el vórtice de una espiral, como sospechoso de un crimen. Todo por actuar, precisamente, de pantalla para una amiga, Lynn (Kristin Scott Thomas), para que no se descubra que la esposa de un notorio senador, Lockner (Willem Dafoe), era amante del <<lobbysta>> asesinado. Vida de pantallas, vida de apariencias. Carter se enfrentará a la sórdida revelación de que su gesto de ayuda es más bien considerado un acto servil, ya que es una pieza subordinada, y por lo tanto prescindible. Es un siervo de los que dominan el escenario. Carter tendrá que optar por una decisión, o replegarse, subordinarse a la corriente, aceptando la suerte que le toque (aunque sea de chivo expiatorio) o intentar esclarecer la maraña que implica salirse de su papel asignado. Exponerse mplicará ponerse en el centro del escenario, ahora inestable, y supondrá el cruce de un umbral que transformará su actitud, su perspectiva y su posición en el escenario, al margen pero afirmado en sí mismo.

Hay películas que reflejan el clima de un tiempo. American gigolo reflejaba un momento crucial, el de un giro social que se extiende hasta nuestros días como un manto que ha ido corrompiendo nuestra sociedad cada vez de un modo más remarcado. Aquel tránsito tuvo su reflejo en las instancias del poder con la elección como presidente de Ronald Reagan en 1981 (como en Gran Bretaña, con Margaret Tatcher, dos años antes). Se propulsó la era de la desregularización del control financiero que ha derivado en los desajustes extremos de la actualidad, y en concreto, como evento álgido, en la crisis del 2008 con la quiebra del banco Lehman. The walker refleja en qué ha derivado aquella gestación de entonces que se embriagaba con la ostentación y con la insaciable avidez de posesiones. Esa que se refleja en el revelador documental Inside job (2010), de Charles Ferguson, del que The walker puede ser iluminador complemento. Aquellos a los que <<sirve>> Carter son aquellos a los que no basta con tener una mansión, un yate o un jet. Su codicia no tiene freno ni límites. Que el asesinado sea <<lobbysta>> también señala esa enmarañada realidad de inciertas criaturas con múltiples caras. No se sabe si es alguien que simplemente con su influencia quiere conseguir unos beneficios o alguien que quiere socavar un corrupto statu quo. Este sí es manifiesto (revelador, por otro lado, que se defina en el rostro de Ned Beatty, quien encarnara la implantación de esa mentalidad, de ese sistema, en Network, 1977, de Sidney Lumet). 

Y también, como refleja The inside job, cuando concluye que todos los responsables de la crisis económica siguen detentando cargos de decisión e influencia en el gobierno de Obama; nada cambia, nada se altera, sustancialmente, en el escenario de quienes mueven los hilos, esa difuminada maraña de alianzas entre bambalinas que influye en las decisiones gubernamentales. Como se apunta en The inside job, no importa mucho qué partido gobierna, es Wall Street quien rige, para favorecer ese 1% de la población cada vez más próspero, mientras se incrementa la precariedad del resto de la sociedad. Como apunta Natalie (Lauren Bacall), una de las damas pudientes que ameniza Carter, el bisabuelo esclavista de Carter sería muy feliz en esta sociedad. Al menos quedan las decisiones individuales, como la de Carter, quien decide salirse del escenario, cuyo emblema es ese salón en el que había sido presentado en la primera secuencia (aunque primero se escucharan las voces, ya revelador de una impostura de sociedad) donde juega a las cartas con las damas pudientes. Ese escenario que observa cómo se cierra para él, tras Lynn (aún asombrada de que le ayudara tan generosamente sin reprocharle nada por su comportamiento <<evanescente>>) mientras es él ahora quien desaparece del encuadre, porque ya se ha encontrado. Ya no necesita tantos cajones (ni mullidas falsas apariencias de conveniencia).

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