viernes, 24 de febrero de 2023

El asesino está suelto

 

El asesino está suelto (The killer is loose, 1956), de Budd Boetticher, con guion de John Hawkins que adapta una novela de Harold Medford, es un thriller modélico por una precisa y sintética narrativa que elimina lo accesorio. Se distingue por sus eficaces elipsis, y por su sutil modo de generar tensión progresivamente, crispando el relato hasta su expeditivo final, cual disparo con silenciador. Esa concisión, ese ir al grano, ya es palpable en las primeras secuencias. La narración se inicia con unos hombres apostados en la calle, que se hacen señas. Enseguida comprendemos que se preparan para atracar un banco. En este nos presentan a un cajero, Pool (un magnífico Wendell Corey), al que un cliente, Otto (John Larch), reconoce como uno de los hombres a sus ordenes durante la guerra, al que despectivamente calificaba de ranita, evocación que no parece del agrado de Pool. Una compañera le advierte de que algo raro está ocurriendo, por la forma que otro empleado atiende a un cliente, anomalía que se corrobora cuando éste saca una pistola. Pool reacciona cuando van a abandonar el banco, y le golpean. Entra en escena la policía, con Wagner (Joseph Cotten) al mando del caso, al que llama su atención que los atracadores supieran donde estaba la alarma. Elipsis: Están haciendo escuchas telefónicas a los empleados, y durante una llamada descubren que es Pool quien estaba compinchado. Acuden a su casa, en la que les dicen que no está su esposa, y Wagner responde a sus disparos, entre sombras, matando a la esposa, que sí estaba. Pool es condenado, y mirando a la esposa de Wagner, Lila (Rhonda Fleming), en un intercambio de tensos primeros planos, jura venganza. No se puede ser más conciso con una introducción.

El resto del relato se construye sobre la tensión in crescendo de una inminente amenaza, tras que Pool se fugue de prisión. Esa concisión expeditiva se refleja en las mismas acciones de Pool. Cuando le dicen que acompañe a un guarda a la ciudad, separa el filo de la azada con la que está trabajando en los campos (que utilizará contra el guarda); cuando llega a una granja, saluda a un perro, coge la hoz clavada en la puerta de un establo, y llama a la puerta (secuencias después le vemos conducir la furgoneta, con el perro al lado). Pool es un hombre que se ha sentido siempre despreciado y objeto de irrisión por los demás, desde su niñez (su esposa había sido la única que le había hecho sentir conciliado consigo mismo y con el mundo). La secuencia en la que busca refugio en la casa de su antiguo sargento es modélica: su rostro cansado, tras tantas horas sin dormir, y hambriento, enfrentado con su sargento que se cree capaz de volver a imponerse a él pese a que porte una pistola; el detalle de que la bala traspase la botella de leche que Otto lleva en la mano. Pool es como un espectro, que se transfigura: utiliza ropa femenina, la de la esposa del sargento, para que no le identifiquen cuando se acerque a la casa de Wagner para matar a su esposa de éste, Lila (Rhonda Fleming), ya que es como si fuera el espíritu vengador de su esposa, de lo que se le usurpó en su vida.


El asesino está suelto es un opresivo thriller, con una apariencia realista, e inmediatez cotidiana, que amplifica esa sensación de amenaza que se va apoderando del relato,. Durante el desarrollo narrativo, Aparte de seguir las vicisitudes de Pool, se alternan los esfuerzos de la policía para localizarle (desesperados porque todo un ejercito de policías no logren capturar a un asesino vestido con ropa de granjero y miope) y, lo que enriquece el relato, además de abundar en la exasperación de la tensión, las diferencias entre Wagner y Lila: Ella quiere que abandone ya la policía; él intenta evitar que sepa la magnitud de la amenaza pero no lo logra: brillante es el modo en cómo planifica el interrogatorio al que le somete ella tras que reciba Wagner, por teléfono, la notificación de la fuga de Pool: El plano se mantiene sobre ella, en la cocina, preparando distraídamente el desayuno, mientras él le responde desde el baño, fuera de campo. Wagner, después, se esforzará en sacarla de la casa, pero sin decirle el motivo, para él actuar de cebo, pero ella carga la situación con continuo reproches, estirando la cuerda hasta ponerle en la situación del fin de su relación, sin comprender, en ningún momento, como le dice una amiga, que todo lo hace por ella, porque está en peligro (la tensión violenta que se manifiesta de forma explicita en casa de Otto y su esposa no deja de ser la correspondencia con la tensión larvada en la relación de Wagner y Lila). Está suma de crispaciones derivará en un final antológico de tensas situaciones a través de un montaje que alterna las distintas perspectivas de los implicados, mediante un proverbial, y conciso, ejemplo de cómo estirar la cuerda que tensa la narrativa. O lo que es lo mismo, la sabiduría del buen narrador.

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