lunes, 12 de septiembre de 2022

Mentira latente

 

Identidades que se suplantan, identidades que se desean poseer como atributo de seña de integración, identidades que se ocultan para ser aceptada socialmente. La identidad como peaje de adaptación social. La identidad como mercancía o valor de imagen. Si en las comedias de Leisen se jugaba con la inversión de los roles masculinos y femeninos, subvirtiendo sus estereotipos, idealizaciones y proyecciones, en los dramas se acentuaba de modo más manifiesto la fisura o desproporción entre las identidades sociales, mediante el protagonismo de personajes desubicados o desposeídos de algo, de un rasgo que les pudiera hacer sentirse integrados; son personajes que aspiran a encontrar un lugar, y que sacrifican o se aprovechan de una circunstancia (o de otros) en el proceso de su consecución. Tanto Si no amaneciera (1941), La vida íntima de Julia Norris (1948) como Mentira latente ( No man of her own, 1950) se inician con un flashback. Los flashbacks relatarán las sombras y penurias de su trayecto vital. La primera se centra en un extranjero, en la frontera mejicana, que utiliza la estrategia de la boda con una estadounidense para poder acceder a Estados Unidos. Las dos últimas se centran en madres solteras. Quedaba manifiesto en este díptico las crueles condiciones a las que se veía sometida la mujer si buscaba encontrar su posición social al mismo nivel del hombre, con qué estigmas debían luchar y cuáles eran las aduanas que impedían su acceso a ser considerada digna o aceptable socialmente. Ambas se inician con sus protagonistas disfrutando de una posición económica no solo estable sino privilegiada. La atmósfera tétrica de la secuencia inicial de Mentira latente , adaptación de un relato de William Irish, seudónimo de Cornel Woolrich, ya nos insinúa cuán difícil es hacerse un lugar sin tener que pagar unos peajes en una sociedad sustentada sobre la desigualdad, que provoca que algunos de los no privilegiados quieran acceder a esas prebendas por la vía rápida. 

Mentira latente se inicia con la inestabilidad e incertidumbre, como un sueño que amenaza con desvanecerse. Se inicia con Helen (excepcional Barbara Stanwyck), en una casa de dos pisos en un barrio de clase alta, con un bebé en brazos, enfrentándose, junto a su esposo, William (John Lund), a un dilema, aún no precisado (aunque implica el temor a que uno de ellos sea detenido), que es encrucijada. Un flashback nos narrará cómo Helen ha llegado a esa situación. En la primera secuencia del flashback, un año antes, en Nueva York, Helen se siente desolada, porque el hombre al que ama, Stephen (Lyle Bettger), no solo no la corresponde sino que la humilla con su desprecio (no es capaz de rechazarla cara a cara y simplemente, bajo la puerta, le pasa un sobre con un poco de dinero y un billete con el que abandonar la ciudad). No se puede ser más miserable. En el viaje en tren conoce a Patrice (Phyllis Taxter) y Hugh (Richard Denning), un pareja que se dirige a la población natal del novio. Ambos se muestran atentos y generosos con ella. Cuando el tren descarrilla, Helen sobrevive, pero no la pareja. Al trasladarla al hospital creen que es la novia porque porta su anillo, que justo en el momento del accidente le había dado para se que lo probara. Helen, por su hijo y por carecer de dinero, se aprovecha de esa confusión y, ya que estaba embarazada como la fallecida, del hecho de que el novio aún no la había presentado a su adinerada familia. Por lo que opta por suplantar su identidad.

Oscura, de sombras cinceladas como un pesadumbre palpable, la narración nos revela esos espacios de representación donde la posición o el papel que detentas es el valor de imagen fundamental, y cómo eres lo que dices que eres, o lo que haces creer a los otros que eres. Mentira latente es un siniestro baile de máscaras en el que, por añadidura, se denuncia el escindido papel de la mujer en la postguerra, después de que por necesidades, ya que los hombres estaban combatiendo, se la hubiera integrado laboralmente. Pero a la vuelta de los hombres ¿Cuál es su lugar, si no quiere, o ni siquiera puede, como la protagonista, abandonada, y además embarazada, ser una mera ama de casa, y si además ser madre soltera te convierte en una mujer estigmatizada y apestada, imposibilitada ya de por vida de salir de tu condición en las más bajas esferas sociales? ¿Debe resignarse? ¿No es acaso esta mujer una trasunta del personaje que la misma Barbara Stanwyck encarnaba en la también excelente Recuerdo de una noche (1940) del mismo Leisen, y que se veía impelida a robar para conseguir lo que la sociedad le había negado por discriminación o falta de oportunidades dada su condición de identidad genérica y por extracción social?


Mentira latente es un drama oscuro que se convierte en corrosivo retrato del estado de la sociedad norteamericana en la postguerra. Desentraña sus cloacas mediante el contraste de ambientes. Parecen dos universos distintos la calle amplia de casas de dos pisos con sus jardines y la calle nevada en la que William y Helen detienen su coche para que el primero pueda subir unas escaleras desde las que lanzar, a un tren de mercancías que pasa, el cadáver de Stephen, un hombre tan mezquino que no solo abandona del modo más cruel a la mujer que ha embarazado sino que al descubrir que, bajo otra identidad, puede heredar el dinero de una familia rica, decide chantajearla para enriquecerse a su costa. Su crueldad se duplica porque alguien que fue incapaz de decirle de frente que no la amaba le propone en matrimonio porque sabe que si es su marido se enriquecerá cuando ella cobre la herencia. No puede ser más cruel ese falso príncipe de los sueños románticos pasados de Helen (que reaparece, precisamente, en mitad del sueño con poso real; interrumpe un baile con William). Por eso, ese sórdido y nocturno decorado de la calle nevada resulta el escenario adecuado para extraer el cuerpo de quien corrompió el ideal de un sueño romántico. A la inversa, William se define por su generosidad y confianza. Intuye antes que nadie que Helen no es quien dice ser, pero no la delata, porque está enamorado de ella. La confirmación de que ella es como quien intuye que es queda reflejada en su negativa a ser incluida en el testamento, lo que implicaría heredar tres cuartas partes del dinero. William en ningún momento duda e incluso la apoya cuando la encuentra con el cadáver de Stephen. Dos hombres de actitud opuesta, el hombre comprensivo y flexible, y el hombre cruel que meramente mercantiliza su relación con las mujeres (por eso ironía, será otra amante abandonada la que le mate).

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