lunes, 7 de marzo de 2022

Cosas pequeñas como esas (Eterna cadencia), de Claire Keegan

 

Con ella, siempre era lo mismo, pensó Furlong; siempre ambos iban mecánicamente al siguiente trabajo que tenían por delante, sin pausa. ¿Cómo serían las cosas, se preguntó, si se dieran tiempo de pensar y de hacer un alto?¿Sus vidas serían diferentes o muy parecidas, o simplemente perderían el control sobre sí mismos? En esta breve y exquisita coreografía de frases (pues es música de palabras más que registro de acciones y diálogos) que es Cosas pequeñas como esa (Eterna cadencia), de la escritora irlandesa Claire Keegan (1968), su protagonista, Furlong, casado y con cinco hijas, y con una estructura de rutinas como cinta corredera de vida, comienza, a sus cuarenta años, a mirar alrededor con más detenimiento. Eleva la cabeza, y deja de ser, como tantos humanos, un astado que simplemente se deja llevar por el piloto automático de la costumbre o de la preocupación por el mantenimiento y la supervivencia. Se despierta y mira a su esposa, que yace a su lado, baja a la cocina, y mira a través de la ventana las pequeñas escenas de lo que sucedía. Comienza preguntarse sobre sí mismo, sobre su relación con la realidad. Para su esposa, Elaine, todo es más sencillo. Para alguien como ella, para quien todo ya está encajado en su sitio, guste o no guste, la tendencia de Furlong a buscarle tres pies al gato puede parecerle como la historia del mosquetero Porthos que, tras colocar explosivo en un subterráneo, mientras corría, para alejarse de la onda expansiva, comenzó a preguntarse cómo daba un paso detrás de otro, lo que ralentizó su carrera, por lo que recibió el impacto de esa onda expansiva. Para Elaine, simplemente, siempre hay alguien a quien le toca sacar la paja corta. Pero para Furlong la vida no puede reducirse solo a hablar, apaciblemente, de cosas pequeñas como esas, como quien procura olvidar, porque puede hacerte ralentizar el paso, lo fácil que era perderlo todo. Somos vulnerables y frágiles, pero hay que crear ilusiones que ejerzan la función de corazas, y asi sentir que se dispone del control. Pero ¿Si te quieres salir del raíl implicaría pérdida de control o simplemente otra dirección quizá más perceptiva y consecuente?

Furlong comienza a pensar que vive en el tiempo, que hay un pasado que pudo haber sido de otra manera, y que el futuro no es solo el de las programadas actividades previstas, lo que convierte al tiempo en un falso presente, pues el futuro mismo es una extensión de ese presente continuo de curso mecánico que extrae la consciencia del tiempo para sentir que se está protegido de las posibles amenazas que pongan en peligro la estabilidad de la familia, la célula o parcela fundamental de vida. Debe importarnos solo lo propio, que permanezca intacto, y que disfrute del mínimo suministro que haga disfrutar de una vida cómoda. Pero Furlong no sentía que estuviese llegando a ninguna parte o haciendo ningún tipo de progreso y no podía dejar de preguntarse a veces para qué servían los días. Incluso se pregunta cómo podría ser su vida en otro lugar, otra posible narrativa de vida, porque siente que su vida se ha abocado a meramente abrir una y otra vez las mismas puertas sin llegar realmente a ninguna parte, como quien repite una y otra vez el mismo gesto en un bucle sin fin.

Pero Furlong no se tropieza con sus mismas interrogantes. No piensa en lo que pudiera haber hecho, no piensa en las posibles narrativas de su vida, porque sabe que podría encasquillar su mismo presente. Solo puede conducir a la amargura. Disponemos de una sola oportunidad, este tiempo del que disponemos. Enseguida recuperó el control y llegó a la conclusión de que nunca se volvía a lo que había pasado; a cada uno se le daban días y oportunidades que no volvían a tenerse (...) lo peor que podría haber pasado también ya estaba detrás de él; aquello no hecho, lo que podría haber sido, eso con lo que habría tenido que vivir el resto de su vida. Furlong toma consciencia de que la dirección de su mirada no tiene que ir a su pasado, ni atascarse en ese mecánico futuro programado, ni encasquillarse en su mero ombligo, del que su familia es parte consustancial. Es necesario mirar alrededor, contemplar las otras vidas, sentir esas otras vidas. Y Furlong, se preguntó algo que muchos prefieren relegar a un segundo término porque importa sobre todo lo propio, porque esta sociedad, sea en 1985, cuando transcurre la acción de la novela, u hoy en día, que es consecuencia aún infecciosa de aquella década (pues se ha agudizado esta sociedad del bienestar que camufla su condición vírica en ese engañosa denominación), se preguntó qué sentido tenía estar vivo sin ayudarse los unos a los otros. Furlong dilucida si se preocupa de la pragmática, aún más considerando que tiene cinco hijas que mantener, o si se preocupa de quien, como cierta chica, madre soltera, interna en un asilo de las magdalenas de Irlanda, alguien a quien le toca sacar la paja corta, necesita el apoyo de alguien que no prefiera mirar hacia otro lado porque ya tiene suficiente con lo suyo. ¿Por qué vivir solo preocupado de la propia paja?

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