lunes, 10 de enero de 2022

Bibliotecas imaginarias (Acantilado), de Mario Satz

 

No todos los libros tienen forma de libro. Un caracol puede ser un libro, incluso una espina puede serlo. Es el lector el que debe buscar el significado, adivinar la intención, medir la hondura de su aprendizaje. Cuando el conocimiento llega a la comprensión, las palabras desaparecen. Este fragmento pertenece a Obn Arabi bajo el fondo del mar, uno de los breves textos que constituyen Bibliotecas imaginarias (Acantilado), del escritor argentino Mario Satz (1944). Un libro que pertenece a la distinguida estirpe de libros como Las ciudades invisibles, de Italo Calvino o Los sueños de Einstein, de Alan Lightman. Diversas ciudades o diversas formas de tiempo o diversas bibliotecas que representan la múltiple forma de habitar (imaginar) la realidad, como si fuera un sembrado de ángulos inadvertidos. Ese fragmento ejemplifica ese potencial, por cuanto implica que la mirada dispone de la capacidad de relacionarse con la realidad, con todas las múltiples manifestaciones que la constituyen, no como una pantalla corredera sino como una diversidad fenoménica que puede ser leída, distinguida. Genera, además, el desarrollo de la intuición, y por tanto, de la empatía. El asombro impulsa a relacionarse con la realidad como si fuera un continuo territorio desconocido, no un código de circulación preestablecido o unas coordenadas en las que desplazarse con la acomodaticia inercia. La vida es un sembrado de diversidad. Le preguntó al dueño de la biblioteca si alguien había escrito alguna vez un catálogo de sus bajamares y pleamares, los rizos de las marejadillas y el reventar de las espumas, escribe Satz en El vendedor de esponjas. Como Calvino en la obra citada, o en la excepcional Palomar, extrae de cada singular circunstancia narrada una observación que amplifica ese sorprendente semillero de posibilidades por conocer o experimentar que es la vida.

En El monasterio frente al mar, nos introduce en un entorno de vida codificada, segmentada en cuadrículas, en las que prevalecía el temor de que si se sabía el número completo de ejemplares que disponía, acontecería una catástrofe. La mirada se encorva, la mirada se aboca a una pequeña parcela de vida, de modo temeroso. Como contraste, hay quien establece una bella relación con una garza a la que pinta con detalle. Esa garza, un día, abandona el monasterio, y él llora. Pero las lágrimas no son amargas, sino la celebración de la belleza de lo efímero, la plenitud que transpira la interrelación con una singularidad. Todo tiene un término. El miedo atora e impide disfrutar de la soberana belleza que puede vivirse en cada acontecimiento singular, por breve que sea. Somos tiempo. La experiencia de un libro puede ser una experiencia tan plena como una que se vive en el mundo físico. Puede vivirse una experiencia emocional de una hondura y con unos matices que quizá no se logre vivir en la denominada vida real. ¿Qué es un libro sino un sueño alfabético del que el lector despierta antes o después?¿Qué es un libro sino un remolino de hechos inexplicables?, escribe Satz, en El encuadernador de Amberes. Como las relaciones en ese escenario de lo real, también son singulares o contadas las experiencias plenas con un libro, la conexión que se establece con las palabras que otra mente ha meditado y repasado para articular unos pensamientos y unas emociones.

El propósito de los libros que aquí hemos reunido es que te devuelvan al instante anterior a su lectura para que, antes o después, te descubras descubriendo y disfrutes del entorno, sea tormentoso, gris o tejido con una nieve que no cesa de caer. El propósito de cada libro es acrecentar tu serenidad, afinar tu valor, desarrollar tu perspicacia, escribe Satz en La lectora de Shogun. La lectura afina la percepción y el discernimiento, la templanza y la capacidad empática. Potencia la posibilidad de conectar con la diversidad que representan los congéneres pero también todas las manifestaciones de vida, los mismos objetos, las dimensiones del espacio y del tiempo, en suma, ofrece la posibilidad de afinar nuestra forma de relacionarnos con la realidad, los demás y nosotros mismos. No solo es un espacio de recreo, puede ser un océano de senderos y encrucijadas en los que explorar la multiplicidad y la diversidad que constituye lo real. Los libros ofrecen la posibilidad de interrogarnos sobre todo, no dar por sentado nada. Las pantallas y los escenarios que parecen permanentes e inalterables pueden no serlo. Podemos descubrir perspectivas y ángulos que cuestionan y reconfiguren nuestra concepción de la realidad. Un ejercicio constante de sublevación. Lo posible es interrogante generadora de vida. En Un constante trasiego de libros, escribe Satz: La más antigua biblioteca occidental de la que se tenga noticia fue la del tirano Pusístrato, que veía en su colección una manera de capturar el pensamiento de los hombres cuyas almas, libres y difusas, no se dejaron controlar nunca.

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