miércoles, 13 de octubre de 2021

Me hicieron un fugitivo

                             

Un lóbrego plano abre el muy sugerente film noir británico Me hicieron un fugitivo (They made me a fugitive, 1947), de Alberto Cavalcanti, con guion de Noel Langley, que adapta la novela A convict has escaped, de Jackson Budd. Es un plano general de una calle en el que resalta, en lo alto de un edificio, la abreviatura RIP. Unos hombres descargan un féretro para introducirlo en la funeraria, pero ésta no es lo que parece, ya que lo que portan no es sino un alijo de tabaco. Tampoco será para Clem (Trevor Howard) la realidad acorde a lo que espera, cuando decide unirse a la banda de contrabandistas comandada por Narcy (Griffth Jones). Lo hace porque busca insuflar un poco de acción, de sensación de acontecimiento, a una vida que siente abocada a la insatisfecha rutina, tras haber cumplido como aviador de la RAF en la recién finalizada segunda guerra mundial. Para Narcy, acorde a su suficiencia o ínfulas de grandeza, integrarle en la banda supone dotarla de cierta imagen de distinción dada la pertenencia de Clem a una clase de extracción más alta. Tiene bien claro sus propósitos, el afianzamiento, siempre en ascenso, de su posición de poder, para cuyo fin cualquier medio es válido, mientras que Clem se define por su circunstancia de deriva vital, la cual queda bien reflejada en la secuencia de su presentación, aquella en la que sella el acuerdo con Narcy, en estado de embriaguez, mientras, durante toda la secuencia, realiza varios intentos de encender el cigarrillo sin nunca lograrlo, acción que ya anticipa la ofuscación de su decisión.

La aventura, en cuanto fantasía, no será como esperaba Clem, una cosa es el contrabando de medias o tabaco, y otra el tráfico de cocaína, lo que determinará el primer enfrentamiento con Narcy, quien, por otro lado, había evidenciado claras muestras de interés por la novia de Clem desde el momento que la conoce. Narcy necesita quitar de la “película” al rival amoroso, y además no le gusta que le contraríen y repliquen, por lo que decidirá, en su siguiente golpe, traicionar a Clem, que conllevará que éste sea detenido. Cavalcanti, con admirable precisión, en breves secuencias ha definido a unos personajes y un sombrío ambiente (que refleja, en un sentido amplio, el que se respiraba tras acabar la guerra, una atmósfera que rezuma pérdida o extravío, circunstancia que era territorio abonado para que fertilizara un instinto de supervivencia que no sabe de escrúpulos). El tramo central narrará la huida de Clem de la prisión, con ánimo de vengarse de Clem, lo que depara un par de brillantes secuencias. Aquella en la que una mujer le acoge en una apartada casa rural, permitiéndole que se dé una ducha, cambie de ropa y coma algo, pero que se revelará como una turbia variante de aquella de 39 escalones (1935), de Alfred Hitchcock, en la que el protagonista era acogido por un granjero y su joven esposa. Si en esta el suspicaz granjero veía al protagonista como una amenaza porque teme que intente seducir a su esposa, en la de Cavalcanti, la mujer le acabará pidiendo, como intercambio por la ayuda que le ha prestado, que mate a su esposo (lo que hará ella inmediatamente después de que él se vaya aprovechando las huellas que él ha dejado en la pistola).

La otra brillante secuencia tiene lugar, posteriormente, en un camión, cuando se acreciente, de modo sutil, la tensión (a lo que ayuda la crispación que emana de los encuadres, la disposición de los actores en los mismos, y los gestos) durante su conversación con el conductor, en la que la aparente ironía inicial sobre si cualquiera de ellos puede ser el fugitivo, se va tornando en certeza de que el conductor claramente sospecha de él. Elipsis: Vemos que la policía detiene el camión en un control; un policía pide los papeles, una mano se los da; la cámara panoramiza y vemos que ahora el conductor es Clem. Antes de que realice la fuga, le había propuesto que podía ayudarle en su consecución la que fue pareja de Narcy, Sally (Sally Gray), porque la había dejado por la novia de Clem, pero había desistido de su propósito tras recibir una brutal paliza por parte de Narcy (sobrecoge su descarnada virulencia, resaltado, eficazmente, por la fragmentación de planos cortos, con un plano, incluso, en el que la cámara gira 360 grados). Clem vuelve a contactar con ella, quien le extrae los perdigones de su espalda, en otra excelente secuencia en la que, ambos, deben resistir, respectivamente, el dolor y la aprensión. No solo le extrae perdigones de su cuerpo, sino los de su suspicacia. Se cierra una herida física, y se abre una brecha emocional que germina una mutua atracción. La conclusión, magnífica, tiene lugar en la funeraria, con los contrabandistas apostados dentro de los féretros a la espera de la llegada de Clem. La confrontación culmina, significativamente, en lo alto del edificio, con una pelea entre Clem y Narcy alrededor de las letras del RIP (que puede verse, por otra parte, como antecedente de la brillante pelea entre Cary Grant y George Kennedy en la también excelente Charada, 1963, de Stanley Donen). Elevaciones, caídas y muerte. El final no logra que la lóbrega crispación que ha presidido el relato se disipe, ni siquiera con la ironía ante unas circunstancias que parecen concatenarse con la apariencia de un destino que persiste en parecer fatal (hasta la esperanza parece convertirse en cierta clase de condena).

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