sábado, 2 de enero de 2021

Marcia de Vermont (Acantilado), de Peter Stamm

Somos lo que hacemos de nosotros mismos. ¿Qué ocurre cuando percibimos, advertimos o sentimos, sea de modo consciente o inconsciente, que no somos lo que hubiéramos preferido o querido ser? ¿Qué nos ocurre cuando percibimos, advertimos o sentimos, esa fisura hecha con la materia de que cada decisión tomada destruía otros cientos de posibilidades? El protagonista de Marcia de Vermont (Acantilado), del escritor suizo Peter Stamm (1963) es pintor, pero siente que los trazos del cuadro de su vida parecen disolverse. Se escurren, no parecen precisos, como tampoco sus recuerdos. En su mente se abre una fisura que le traslada treinta años atrás a un encuentro singular en Nueva York, cuando daba los primeros pasos para perfilar su vida. Un encuentro con una mujer de nombre Marcia, que era natural de Vermont. Pero ¿recuerda con precisión lo que ocurrió, incluso cómo era ella? No me acuerdo de qué color eran el pelo ni los ojos de Marcia. No sé si era alta o baja, delgada o rolliza. No obstante, tengo el presentimiento de que la reconocería si me la encontrara por la calle alguna vez. Más allá de si los contornos, los rasgos, e incluso los hechos, no fueran como los recuerda, aquella vivencia irrumpe en su presente, treinta años después, como una perturbación que quizá sea síntoma o reflejo de un presente o del transcurso de una vida del que, a pesar de todo, se dice a sí mismo, no se siente insatisfecho. Pero ¿en qué medida somos conscientes de nosotros mismos? Quizá no nos miramos como si estuviéramos presentes, sino como preferimos vernos, quizá nos observamos desde la distancia y nos recomponemos como si nos ocultáramos las fisuras. Y una mirada en el pasado nos alumbra aunque no queramos verlo. Yo tenía la sensación de que una parte de ella no estaba presente, O, mejor dicho, era como si una parte de ella nos observara mientras hacíamos el amor, como un animal al acecho.

Y, por otro lado, ¿en qué medida las vivencias del pasado las hemos convertido en relato, quizás reconfiguradas por el filtro de cómo preferimos recodarlas. ¿Qué significa entonces que resurja aquella evocación? ¿Qué pone en cuestión de los pilares sobre los que edificamos los relatos sobre nosotros mismos y la  narrativa de nuestra vida? Yo había olvidado muchos detalles, y lo que recordaba tal vez no tuviera demasiado que ver con lo que verdaderamente ocurrió. Los recuerdos habían cobrado vida propia con los años, se habían ido juntando para crear una historia que encajaba con la biografía de un artista: inicios en Nueva York, años de penuria, amistades con otros artistas que luego siguieron su propio rumbo o murieron jóvenes. Esas cosas. El protagonista se pregunta sobre su pasado, pero también sobre su presente, como si fuera una sucesión de huellas fantasmales, las de las narrativas posibles, las vidas que no vivió, que abren en canal la firmeza ilusoria de su presente, como si la pintura de su vida ocultara múltiples capas que nunca se precisaron, pero cuya huella persiste como un eco sordo que siente como temblor. Contemplaba las imágenes, imaginaba una vida diferente, la vida que pude haber llevado pero para la que ahora era demasiado tarde.

En ciertos pasajes del relato, durante su estancia en una colonia de artistas, el protagonista se enfrenta a otras perspectivas, otros modos de evocar ese mismo pasado. Relatos en los que se percibe de otro modo, como si no fuera aquel que se recuerda. ¿Cómo nos perciben los demás? La propia vivencia puede que no tenga nada que ver con la de otros que compartieron esas experiencias, ni uno mismo, a través del enfoque de otros, ser como se recuerda o concibe a sí mismo. Hay un escurridizo abismo entre lo que parecemos y lo que somos. Sus recuerdos apenas coincidían con los míos y, probablemente, tuvieran que ver poco con la realidad. No había en la historia el rastro de la despreocupación y libertad que sentí en aquellos días (…) Era como si una planta muy sensible hubiese quedado aplastada y disecada bajo una pila de libros para convertirse en una figura chata, sin belleza ni vida. El cuadro de la realidad se disuelve paulatinamente, como si su precisión fuera una misma ilusión. Las conexiones resultan difusas. ¿Puede ser cierta mujer que trabaja en la colonia de artistas la hija de aquella mujer e incluso ser también su propia hija? ¿Quién era Marcia?¿Quiénes son cualquiera de los que les rodeaban o rodean?¿Quién es el mismo? Lo cierto era que mi imagen de Marcia se hacía más borrosa cuanto más averiguaba de ella. La vida sobre la que leía no era la de aquella joven que había conocido y que sólo existía en mis recuerdos (…) Había creído en el tópico según el cual una biografía es más rica cuanto más extensa. Pero era todo lo contrario: cada decisión tomada destruía otros cientos de posibilidades. Al final todos llegábamos al mismo punto y nos disolvíamos en la nada.

 

 

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