miércoles, 9 de diciembre de 2020

Por los buenos tiempos (Sexto piso), de David Keenan

                             

Cada uno de nosotros se sentía aislado a su manera. Atrapado en su propio bucle. A pesar de que el bucle principal, nuestra conflictiva historia irlandesa, nos contenía a todos (…) Todos estábamos atrapados en una red de mentiras. Los irlandeses venimos así de fábrica. Ante la duda, miente; si te preguntan, invéntate lo que sea; si te interrogan, niégalo todo (…) Era algo que no hacíamos nunca: nunca nos cuestionábamos nada; de hecho mentíamos. Nos mentíamos a nosotros mismos más que a ninguna otra persona. No nos quedaba otra. ¿Cómo, si no, íbamos a hacer lo que hacíamos, día sí, día también? Como le dieras al tarro, estabas acabado.  La acción dramática de los Por los buenos tiempos (Sexto piso), del escritor escocés David Keenan (1971), transcurre a finales de los setenta, en Irlanda, en los años posteriores al Domingo sangriento de 1972, los años en que los integrantes del IRA que habían sido encarcelados realizado en 1976 la protesta de las mantas (reemplazando los uniformes por mantas) o la huelga de hambre en 1981 que condujo a la muerte a Bobby Sands. Los jóvenes protagonistas de Por los buenos tiempos son su eco, como la obra, publicada en el 2019, es también eco de nuestro presente. Los tres jóvenes protagonistas tienen sus tres réplicas en universo de los seres con superpoderes, Neutrino, la anomalía y el chico de los rayos X en el Universo de la Antimateria. Si algo define la cultura de nuestro siglo, en concreto el cine, no son los movimientos o las corrientes de ruptura, sino los superhéroes. Lo cual amplifica la ironía de que una criatura tan diminuta como el coronavirus nos esté apalizando (de un modo tan merecido, por otra parte: somos los supervillanos de este relato). Vivimos con cada más suficiencia (si es posible) y nuestra enajenación se ha quintuplicado con las extensiones virtuales de las que tanto dependemos y tanto nos mediatizan.  


Xamuel y sus amigos Tommy y Barney también vivían, en la década de los setenta, su particular película. Su Antimateria era Gran Bretaña, cuya bandera, para ellos, no difería de la esvástica, y contra la que luchaban los fantasmales héroes del IRA que flotaban inadvertidos por sus calles. Su vida ras de suelo está definida por la precariedad y la privación (incluida la educación). Ninguno de ellos sabía leer ni escribir; básicamente eran analfabetos. Yo era el más joven pero al menos había ido al colegio (…) Para ellos la ortografía era como un juego de azar. ¿Qué pueden hacer con su vida? ¿Cómo se rebelan contra la asignación en el plantel de la vida de una posición más bien poco lustrosa? El espacio cero de su vida desnuda era un agujero negro que asemejaba a un aullido de rabia y frustración. Y pensé en todos los maniquíes que han existido, todos encerrados en garajes y almacenes, algunos mancos, otros cojos, tirados de cualquier manera, en sótanos por toda Irlanda del Norte, y justo entonces me vi a mismo flotando, sobrevolando Arnagh, y vi como los tejados de las casas salían volando y los paredes se despegaban sin hacer ruido, dejando al descubierto aquellos rostros atrapados, mirando hacia arriba, sin decir nada, y yo, mirándolos a ellos, exactamente igual. Una vida así necesita ser maquillada con el olvido. Necesita que los superpoderes sean los del olvido. Necesitan una película en la que sentir que son los protagonistas y que apalizan a la realidad, como desahogo y, aún más, que la dominan. Necesitan una mascarada, como aquellas en las que los monarcas se confundían con la gente corriente, y nadie podía distinguir quiénes eran unos y otros. Una mascarada para olvidarse de quiénes son. No necesitan más que sentir que son unos personajes.

La relación a través de pantallas, y no únicamente materiales, ha sido parte consustancial de la relación de los seres humanos con su realidad circundante. No me hace falta un mapa de la Tierra Media para cargarme a un atajo de protestantes. Se llaman <<juegos de rol>>. Lo que hay que hacer en estos juegos es fingir que eres otra persona. Pero ojo: el objetivo no es ganar. El objetivo es interpretar tu papel. Necesitamos ficciones. Necesitamos sentirnos parte integrantes de un conflicto que nos haga sentir que es factible el Acontecimiento, para no sentir que somos meros maniquíes que aúllan su vacío. Todo quedaba representado por una cara desfigurada, mirando hacia arriba, gritando, llena de rabia y de frustración. La narración es un exuberante relato de ruido y furia y dolor y desesperación, una narrativa que parece supurar como un cuerpo que forcejea desesperadamente. Y por momentos, sale a la superficie, y se mira en el espejo y mira su propia su máscara, como cuando Xamuel contempla en la televisión las consecuencias del atentado mortal que ha realizado. Es raro de cojones cuando tú eres el único testigo de algo sobre lo que todo el mundo conjetura. Guardas en tus manos un gran secreto. Tienes el privilegio de estar entre bastidores y de ver cómo se crea la historia. Los puntos engranajes, a la vista, girando. Y tienes que añadir tu propia distorsión, tu propia deformación arbitraria. Los cuerpos revientan, los cuerpos son destrozados, mutilados, pero no dejan todos de actuar en una representación en la que prefieren olvidarse, como si esa ficción, esa lucha contra la Antimateria, fuera la finalidad que pudiera dotar de sentido a su inexistencia sustancial. Cada uno son su propio bucle dentro de otro gran bucle, cada uno son su propia deformación arbitraria dentro de una función escénica que todos nutren como ciegos durmientes ya que a ellos mismos les nutre como su necesaria Matrix. Sus pasamontañas son sus máscaras, sus signos de identidad, su falta de rostro real. Todo es un baile. Un baile de moléculas y átomos, átomos que bailan a ciegas, como Tommy y yo, bailando con nuestros pasamontañas. Incluso aquel que piensas que conoces desde siempre puede no ser como imaginas. En ese mundo de facciones con siglas que no son solo dos sino múltiples ramificaciones, con otras siglas, en cada bando, aunque unos y otros sean lo mismo, también quien crees que es tu mejor amigo puede ser alguien que flota entre bandos como una materia elástica, porque, al fin y al cabo, ante todo, y más que nada, se pensaba que era una estrella de cine. En esa realidad surcada de heridos, de vidas que desaparecen, de bombas y pistoletazos en la cabeza, de crueldad y saña, no importa lo que es real ni lo que es verdad, importa seguir interpretando al personaje que te ha tocado en esa función. Si tu nombre ficticio es Anomalía, ya deja claro que no hay sentido alguno en lo que llamas realidad sino solo un absurdo que duele y supura. ¿Qué es verdad? ¿Y qué significa que algo sea verdad?¿Serías capaz de enfrentarte a esa verdad?¿Estás seguro de que eso es lo que quieres?¿Y si la verdad fuera una fosa llena de cadáveres nauseabundos?¿Y si la verdad fuera el dolor ciego en el centro del mundo?

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