martes, 17 de noviembre de 2015

Coche policial

Primera ley de la termodinámica del azar: Lo impensable puede ser: no puedes imaginar que el coche patrulla que has aparcado en un lugar retirado, en un bosque, sea cogido por alguien, y menos que sean dos niños que no tienen ni diez años, Travis (James Freedson-Jackson) y Harrison (Hays Wellford). Segunda ley de la termodinámica del azar: Lo imprevisible es inevitable: Piensas que hay una amenaza evidente: Habrá un policía cabreado, el sheriff Kretzcher (Kevin Bacon), que no esté muy contento con el hecho de que te hayas llevado su coche patrulla. Con lo que no cuentas es con las amenaza no manifiestas: no sabes las razones por las que estaba en ese bosque (que quizá no tenga mucho interés en que se sepa), y menos esperas que ese coche contenga sorpresas poco gratas, que además tiene que ver con los motivos por los que el policía estaba en ese bosque. En el bosque se esconden cosas, en los maleteros también. La vida está llena de secretos que no gusta que se sepan. Tercera ley de la termodinámica del azar: Lo insólito es factible, aunque no te crean. Lo que puede ser fatal es que te entrometas, por una cuestión de orgullo, en lo que no sabes qué puede deparar: lo insólito tiene vertientes insospechadas.
Una conductora, Bev (Camryn Manheim), se cruza en la carretera con el coche que conducen los dos niños, pero los policías a los que alude para informar del hecho no se creen nada. Y cuando vuelve a cruzarse con lo que ella sí había visto y los otros despreciaban como posible, se encuentra con que el azar reúne a todos los participantes en esta fiesta que el azar ha montado, sea un policía que realizaba actividades ilícitas en el bosque, niños traviesos que buscan animación en su insatisfactoria vida, y sorpresas con forma humana ensangrentada que surgen de donde no lo esperas como los payasos con muelle de una caja. La realidad es como un escenario vacío en el que irrumpe la a veces sorprendente combinación de los factores o elementos cual imprevisible maraña de intenciones y aleatoriedades, o llamemosle, accidentalidades.
'Coche policial' (Cop car, 2015), la singular segunda obra de Jon Watts, comienza, precisamente, con una sucesión de planos vacíos de diversos escenarios de una zona rural del medio oeste estadounidense. Y en un de esos encuadres irrumpen dos figuras humanas, dos niños, que juegan a decir palabras malsonantes, escatológicas. A veces la función comienza así, por un capricho, por un gesto irreflexivo, te aburres, o estás insatisfecho, y realizas algo que quizá no hubieras realizado si te lo piensas dos veces, por ejemplo, robar un coche patrulla (que se asemeja decir palabras malsonantes o a perjurar: no dejan de ser acciones liberadoras). No se sabrá mucho de ambos niños, pero sí lo sustancial, no están muy satisfechos de su vida, de alguna manera huyen de esa realidad que parece que les agobia u oprime. Han decidido encaminarse a la deriva, y se topan con lo imprevisto, un coche patrulla en mitad de la nada, en un lugar en el que no precisamente esperas encontrarte con algo así, y menos sin nadie dentro, y no sabes por qué, con una cerveza vacía sobre el capó. Conducir un coche patrulla quizá haga sentir que sí se conduce hacia algún lado, que la realidad se puede controlar, además hay cierto punto revitalizador en la transgresión de una infracción.
Juegan a que son protagonistas de algo, de un escenario imaginario, portan las armas, se envuelven con las cintas que se colocan para evitar que la gente entre en la zona donde la polícía está trabajando (porque ellos ya no temen hacerlo), aceleran por carreteras en las que es muy raro encontrarse con algún otro coche, como si vivieran en un mundo aparte en el que no parece pasar nada. No saben que se introducen en un escenario ajeno que puede complicarles las vida mucho más de lo que imaginan. Como también a esa mujer que quiere sentir la satisfacción de que la realidad le corrobore que tenía razón, y necesite dar una reprimenda que se volverá contra ella por querer sancionar a una realidad que no ha ratificado lo que enunciaba (el azar enuncia lo que le sale de su imprevista aleatoriedad, por eso, en el tráfico de la realidad saldrás perdiendo si quieres imponer el código de circulación). Cuando el azar usa el nombre de accidentalidad, no hay chalecos antibalas que valgan, no importa donde te apostes a cubierto, no sabes cómo rebotará una bala, no sabes nada. El accidente te golpea y todo se ha terminado: Fin de la función. Fin del juego.

1 comentario:

  1. Como bien dices, una obra pequeña, singular, que discurre de sorpresa en sorpresa, con un inquietante Kevin Bacon donde el azar es juez y jurado. Una película con aire de western, que respira, que ilumina y desasosiega a partes iguales.

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