domingo, 7 de junio de 2015

Phoenix

Nelly (Nina Hoss) necesita que reconstruyan su rostro desfigurado en el campo de concentración en el que estuvo recluida, por ser judía, durante un año. Prefiere utilizar el término recrear a reconstruir. Reconstruir recuerda que ha habido una destrucción. Recrear sugiere más un reinicio. Como un ave fenix que surge de sus cenizas. Por eso, el título, Phoenix (2014), de Christian Petzold. También es el nombre del local en el que por fin reencuentra, entre la abundancia de ruinas, al hombre al hombre que ama, su esposo, Johnny, ahora Johannes (Ronald Zherfeld). Su amiga Lene (Nina Kunzerdof) está convencida de que fue quien le delató. Pero durante su reclusión, durante ese año en el que su cuerpo y sus emociones sufrieron constante vejación, el recuerdo de ese amor representaba la brecha de luz en la que sostenía para no sucumbir. Resistió gracias a su recuerdo, a la música de unos sentimientos que transcendía la que interpretaban en los escenarios, él pianista y ella cantante. Y el escenario es el que parece que superará a ambos. Nelly necesita recrear aquel amor. Por eso, no duda de él. Necesita que el pasado vuelva a ser presente como si no hubiera habido una herida de por medio. No puede pensar en posibles manchas que enturbien su recuperación, su reingreso en la vida, para lo que es necesario el olvido. Un perdón, como apunta su amiga Lene, que es más necesidad de ignorancia. Las ruinas se convierten en signos de lo que no fue y ya no es. El tiempo se reinicia como si no hubiera habido una franja de pasado que se convirtió en demolición y daño. Este es el relato de la negación de unas heridas, o cómo se genera el olvido histórico.
La ironía es que esa necesidad de olvidar el dolor se confrontará con un reflejo que inflige un dolor inesperado. Johnny no la reconoce. O la ve como una réplica de quien fue su esposa. Por eso, pensando que es otra, la conmina a que le ayude a conseguir la herencia que ella heredó de su familia haciéndose pasar por su esposa. Por sí misma. Nelly acepta hacerse pasar por sí misma. Acepta ser instruida para actuar como ella misma. Vestir la ropa que vistió, recuperar su firma, su condición de ser social que acepta contratos. Acepta ser una ficción que implica ser la representación de ella misma, o la versión de sí misma que niega un dolor, unas heridas, una vejación, una desfiguración, Se encuentra con el ácido reflejo de su necesidad de olvido. Se viste con su vestido de París, se maquilla esplendorosamente y se tiñe el pelo como lo llevaba entonces. Se convierte en lo que era antes, una versión maquillada, como si no hubiera realmente huella de lo padecido. Ella busca desesperadamente que él la reconozca en el proceso, pero él no deja de reprocharla que pretenda actuar como su esposa. Ella quiere que la recuerde, y él no quiere recordar ¿Quiénes somos? ¿Qué somos capaces de discernir de los otros? ¿Qué queremos o necesitamos ver?. Johnny ya es Johannes porque quiere olvidarse de quien fue o de lo que quizá hizo o dejó de hacer, quiere borrarse. La ambivalencia se enrosca en su actuación en el pasado. Como si ya primara el desenfoque desde todos los ángulos, en uno y otra, con uno mismo, con respecto al otro, con la realidad. Petzold orquesta una narración distante, gélida, como en su anterior obra, Barbara (2012), pero logrando armonizar mejor las partes del conjunto. La secuencia final es prodigiosa. Una canción que ambos interpretan juntos, unas miradas que por fin se enfocan, y reconstruyen, y un desenfoque que clausura, como rechazo, una ceremonia de desenfoques, olvidos y negaciones.

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