lunes, 8 de julio de 2013
Hannibal
'No puedes ser otro, porque no puedes salir de tu cabeza'. Will Graham (magnífico Hugh Dancy), protagonista de la magistral serie 'Hannibal' (2013), sufre una peculiaridad, un don que linda con la tortura. Su umbral de empatía es tan considerable que es capaz de ponerse en la piel, en la situación, de las mentes criminales, como si viviera el momento en que realizaron el crimen, como si sus huellas dactilares interiores las pudiera sentir en sus entrañas, como si sus entrañas fueran sus huellas dactilares, el remolino de su delirio, el trance de sus actos abyectos. Los crímenes se representan como 'tableux vivants' en los que puede deslizarse en cada poro, en cada detalle, como una cámara orgánica que se empapa de la radiación de unas emociones infectadas. Esa capacidad le somete a una tortura, a un funambulismo emocional en el que su equilibrio puede quebrarse en cualquier instante, y las miasmas de lo siniestro, del caos, de esas mentes fracturadas, trastornadas, que ejercen la destrucción, sin escrúpulos o porque están desbocadas, puedan superarle, anularle, enajenarle, 'poseerle'. Cabezas que arden, rostros difusos, personajes que no saben quiénes son, cuál es su identidad. La trama de la serie se fragmenta en trece episodios, pero hay un hilo conductor que los vertebra; los episodios se convierten en reflejos de ese dilema o combate interior que arrecia en el interior de Graham. Cuándo sientes tanto a los demás ¿Quíén eres tú? ¿Cómo preservas tu espacio íntimo, tu rostro, tu voz, sin que se 'contaminen' con el de los 'otros'?
'Hannibal' toma la dirección, o realiza la incursión, que evitó la adaptación que realizó Brett Ratner en el 2002 de la novela 'El dragón rojo' de Thomas Harris, una de esas películas que narran, miran, desde las barreras. En la novela destacaban los pasajes que nos sumergían en la hipersensibilidad de Graham. Cómo este se impregnaba, empapaba, de lo acaecido en el espacio donde se había producido un crimen. La obra de Rattner optaba por la distancia, por un estilo aplicado que tenía más de confección, una neutralidad expresiva sólo sacudida por la potente interpretación de Ralph Fiennes como el asesino. 'Hannibal', desarrollada por Bryan Fuller, opta por la dirección de la serie 'Millenium' (1996-99), memorable obra de perturbadoras texturas, sobrecogedora inmersión en lo siniestro, a través de un investigador con una excepcional capacidad empática, Frank Black (Lance Henrikssen), quien no creo que casualmente aparece en un episodio, encarnando a un asesino que realiza un totem con los cadáveres de aquellos ha matado. Fuller también cita entre sus influencias a David Lynch, algo perceptible en el elaborado y prodigioso diseño de sonido, en la utilización atmosférica de la música. 'Hannibal' es una sinfonía impresionista, una obra de texturas, de entrañas, las de Graham, hechas texturas, más que de tramas. Es una inmersión allí donde los límites y las fronteras se quiebran, sangran en las interrogantes.
Graham es una figura convulsa, que parece en permanente estado de ebullición, como si unas llamas no dejaran de prender su interior, inestable, como la lava de un volcán que amenaza con entrar en erupción. Es el ángulo que puede ser todos los ángulos, hasta el ciego, y por eso puede descentrarse, despedazarse interiormente, en cualquier momento. Graham, por ello, vive retirado en una casa en el campo, acompañado (bellísmo detalle) de siete u ocho perros que ha encontrado abandonados (en el primer episodio recoge uno: es al que encuentra a su lado cuando empieza a sufrir las alucinaciones, sus cada vez más frecuentes estados de sonambulismo, o de no saber cómo ha llegado a ciertos sitios, como si hubiera perdido la consciencia, sin que el resto se percate de esos trances, de esas ausencias, que él no recuerda; es, por último, el perro que le observa cuando le detienen en el último episodio). Graham también se siente como un perro abandonado, en una dolorosa intemperie emocional. Siente demasiado, tanto que los demás le ven como una 'peculiaridad' que podría calificarse de aberración, de 'enfermedad', mas que como don, o por lo menos suscitar la duda. Desde luego, su excepcional condición le convierte en alguien del que pueden pensar que es capaz de realizar un acto terrible, porque el dique de contención en su mente se puede quebrar, tiene un límite de resistencia (sea su capacidad un don, una condena, fruto de una degeneración o anomalía biológica). Graham es un 'fenómeno' que desconcierta, que perturba. Es un 'monstruo' que puede reventar, o mutarse en una siniestra amenaza, esa que es tan capaz de sentir.
En el otro extremo está Hannibal Lecter (extraordinario Madds Mikkelsen). Su figura se ve despojada de la manifiesta perversidad con que lo corporeizó magistralmente Anthony Hopkins. Su mirada no es perforadora, inclemente. No se explicita su condición de anomalía, de crueldad enjaulada, contenida. Mikkelsen se convierte en el contrapunto de Graham. Una actitud gélida, impenetrable. Unas maneras exquisitas, como su elegancia en la vestimenta, su presencia atildada, como una superficie pulida, que contrasta con la presencia desarreglada y desgreñada de Graham. Un refinado gourmet, un impecable anfitrión. Su mirada en ocasiones, incluso, parece dominada por cierta pesadumbre. Rara vez sonríe (no deja de ser elocuente que el último plano, con el que se cierra esta temporada, sea un primer plano de su rostro, en el que se dibuja una sonrisa). Su apariencia, su forma de conducirse, sin nunca perder la compostura, es la arquitectura clásica de la formas medidas, como un partenón en forma humana. Un cortés dandy al que no cuesta imaginar realizar una reverencia en cualquier momento.
Hannibal encuentra en Graham no un opuesto sino alguien en el que curiosamente sentirse reflejado. O sí, su opuesto, quizá aquel que le gustaría también poder ser. Con nadie había sentido ese anhelo de lograr ser su amigo. Pero a la vez Graham es la única persona que podría descubrir quién es bajo su superficie de hielo. Desear su amistad implica ponerse en peligro. Anhela ser su amigo (fabuloso el momento en el que el olisquea a su espalda), pero no dudará en incriminarle, porque sabe que Graham es aquel sobre el que fácilmente todos pensarán que puede ser un asesino. Su anhelo de amistad, es ambiguo, ambivalente, como las lágrimas que brotan en su rostro cuando habla de él con su psiquiatra, Du Maurier (Gillian Anderson). Como lo es su relación paternal con Abigail (Kacey Rohl) la hija del asesino en serie, Hobbs, a la que no dudará tampoco en sacrificar cuando pueda incriminarle.
'¿Ves?' le pregunta el Hobbs a Graham tras que este le haya disparado. ¿Ves?' le pregunta Graham a Crawford (Larry Fishburne), cuando este le ha disparado. Crawford es el tercer componente del triángulo, la figura que no ve, la mirada funcionaria, la mirada que no fue capaz de ver que su mujer sufría un grave trance que había trastocado su vida, el diagnóstico de un cáncer. La mirada suspicaz de Crawford sólo había advertido una distancia, que en principio, incapaz de ponerse en piel ajena, la había interpretado por lo que pudiera afectarle a él como posible agravio, pensar que había otro hombre en la vida de su esposa. La mirada coja de Crawford se apoya en la de Graham, pero esta es demasiado inestable, por lo tanto desestabilizadora, útil pero a la vez resbaladiza, insegura, como la amenaza de una infección. La mirada que no se puede controlar, porque es capaz de transcender los límites, donde pocos son capaces de llegar, un territorio, a su vez, en el que es más fácil extraviarse. Por eso fascina a Hannibal, cuyo interior pareciera embutido en un permanente aislante, como los trajes de plástico que viste cuando realiza sus asesinatos.
La piedra (Crawford) y el hielo (Hannibal) admiran el fuego (Graham), pero el primero lo mira como un agujero negro del que podría brotar lo inconcebible, y el segundo con la fascinación de quien quisiera poseer ese don que le liberara del congelamiento que le aprisiona. Graham llega donde no llega la mente de Crawford ni las emociones de Hannibal. Graham puede salir de su cabeza, ser otro. Hannibal devora las entrañas, los órganos, de los otros, reflejo de su impotencia, de no poder superar todos los límites,mientras que Graham es capaz de ponerse en la piel, en las entrañas y emociones de los otros, de llegar de un modo más natural, no tan forzado, elaborado, como Hannibal, a través de la mutilación de los cuerpos, de la digestión de sus órganos. Hannibal necesita 'cocinar' el modo de transgredir los límites, Graham se funde crudamente. Quizá por eso Hannibal respira profundamente, como si hubiera sido liberado, cuando entra en un pasillo de la cárcel, y sonríe cuando se mira con Graham, en su celda. Porque Graham, las llamas que no saben de límites, ahora está como él se siente en su interior, encerrado, preso, confinado. Ha conseguido que Graham ya no pueda ser otros, porque no puede salir de su celda, cautivo donde sólo pueda convivir con su propia cabeza. O quizá sólo con él.
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