jueves, 16 de mayo de 2013

Broadchurch

 photo OIR_resizeraspx_zps712d96f6.jpg ‘¿Cómo no pudiste saberlo?’, es la pregunta que resuena como un filo tras la conclusión del extraordinario octavo y último episodio de la miniserie británica, ‘Broadchurch’ (2013), creada por Davic Chibnall. El ‘whodunit’ (contracción de ‘Who has done it’ quién lo ha hecho) es una variante del relato de intriga tramado sobre un enigma cuya resolución clausura (el relato, el sentido). Ese enigma mantiene en suspenso, en tensión, al espectador o lector, sumiéndole en un estado de especulación sobre un mundo de apariencias, perfiles que se presentan como difuminados, a los que hay que dotar de rasgos para distinguir el rostro que ‘desentona’ en el paisaje, el rostro distorsionado, el autor del crimen, el infractor. Averiguar ‘quién lo hizo’ (el ‘whodunit’), como quién estranguló y mató a Danny, el niño de once años, cuyo cadáver se encuentra en la orilla del mar bajo unos acantilados, no libera tanto de la desolación en la que sume la pérdida de un ser querido (¿cómo recuperas de nuevo el paso, el del hábito, el de las inercias de la vida, e incluso la ilusión de vivir?: extraordinaria en el séptimo episodio la secuencia de la conversación de la madre con otra mujer que perdió a su hijo) como de una abrumadora y demoledora conclusión: ¿Quién conoce cómo es el otro, incluso aquel con el que compartes vida? Y que deriva en otra tan desoladora: del mismo modo que nos resulta tan difícil discernir el ‘ser’, de qué modo tan fácil nos precipitamos en el acantilado de las conclusiones o calificaciones e interpretaciones sobre el ‘parecer’.  photo OIR_resizeraspx4_zpsaf8d260c.jpg No hay clausuras, sino fisuras, interrogantes que no dejan de sangrar. ¿Cómo puede ser que tu pareja haya mantenido una relación con otra persona durante meses?. ¿Cómo puede ser que aquel a quien amas, con quien convives, haya podido realizar un crimen? En ambos casos no has advertido un signo que pudiera indicarlo, un indicio, una fisura, algo que suscitara el extrañamiento, la interrogante. Pero aún queda el por qué. No es sólo lo que ha hecho, lo que ‘te’ ha hecho al actuar así, sino preguntarte por qué, y qué reflejo demoledor supone para la vida que compartes, de reflejos, de inercias, vida narcotizada en la que tu percepción ya no distingue nada a tu alrededor; el rostro de aquel con el que convives es parte del mobiliario. Una superficie opaca que cumple una función en el decorado de tu vida, pero cuyas corrientes internas quizá ignoras del todo.  photo OIR_resizeraspx2_zps037ca7be.jpg En el otro extremo, el de las arenas movedizas y acantilados del ‘parecer’, con qué facilidad nos dejamos guiar por el ciego instinto, el que se deja llevar por el impulso que no sabe de análisis, el que estigmatiza como si fuera el rugido de una bestia al menor indicio ambiguo o ambivalente, o rumor. La rabia, la frustración, se intenta rellenar buscando prontamente un chivo expiatorio, algo que se expone dolorosamente en los episodios cuarto y quinto. Aquel que puede ‘parecer’ un pedófilo se convierte en la diana de esa bestia que rápidamente se convierte en masa. Es brutal el contraste entre el ‘parecer’ y el ‘ser’, en lo real que aflora, o se revela, tras la apariencia ( y que depara uno de los momentos más conmovedores de la serie, a la par que sume en la más desolada impotencia): Lo investido como sórdido y abyecto se revela como una desolada experiencia de amor, desesperación y dolor.  photo OIR_resizeraspx3_zps29ab44e9.jpg Ese contraste, ese trayecto del parecer al ser, define la configuración estructural de la serie, y encuentra su principal correspondencia dramatúrgica en el desarrollo, o conocimiento, de uno de los dos personajes protagonistas, Hardy (David Tennant), el inspector que conduce el caso. Un recién llegado, un extraño, que no pertenece a la comunidad, como si es el caso de quien aspiraba a llevar la investigación, Miller (Olivia Colman), su contrapunto en actitud. Hardy es alguien que resulta hosco, desabrido, agrio, con escaso tacto, al que le colocan el mote de ‘Shitface’ (cara de mierda). Como en el caso del hombre al que acusan de pedófilo hay un abismo entre el ‘ser’ y el ‘parecer’, lo que dota a los últimos episodios de una poderosa carga dramática, como si las entrañas rasgaran las superficies, cuando se revela lo que sucedió en ese caso anterior que no logró dilucidar (cuya incógnita, que es ‘mancha’, pende sobre el relato desde su aparición), o el porqué de sus mareos, ya que reajusta, de modo radical, la perspectiva, la comprensión del personaje, revelándose en su condición o raíz tan vulnerable como sensible ( y herida).  photo OIR_resizeraspx5_zpsd61da4c8.jpg Miller ponía en cuestión su siniestra o cínica visión de la vida, cuando Hardy afirmaba que no confíe en nadie, y que todos somos capaces de cualquier cosa según las circunstancias, y que no se fíe de la aparente inofensiva normalidad. Desafortunadamente, los hechos corroboran su perspectiva. Es algo mucho más allá de quién lo ha hecho. La obra incide, ante todo, como una perforadora, en esa realidad o vida agazapada, vida en suspenso, de insatisfacciones y carencias, que un día encuentra una brecha en forma de otra relación afectiva o sexual, o puede derivar incluso en un crimen cuando se intenta contener la fuga. En las primeras secuencias se nos presenta esa pantalla de normalidad, esa sonriente superficie en la que priman los saludos como si fuéramos escaparates ambulantes, cuando el padre, fontanero de esta pequeña población costera, cruza una mañana (como lo serán habitualmente todas las mañanas) la calle principal saludando a sus convecinos. La vida cotidiana se convierte en un ejercicio de fontanería, en conseguir que los conductos y tuberías funcionen, sin que se note la suciedad. E intentando tapar las fisuras cuando se producen.  photo OIR_resizeraspx6_zps4c7c6117.jpg Pero, en ocasiones, hay arreglos que son imposibles. ¿Por qué resulta tan difícil discernir a los otros?¿Qué carencias nos impulsan a buscar afecto en lo ajeno? ¿Quizás porque lo propio ya lo sentimos como ajeno? ¿Quizá porque necesitamos un requiebro en la entumecida repetición aunque sea pasajero? ¿Por qué mantener esa escisión, esas relaciones en compartimentos separados, como entre el ser y el parecer?¿Quiénes somos incluso para nosotros mismos? ¿De verdad no vemos o preferimos no ver para mantener el espejismo de una normalidad no vulnerada en la que todas las piezas encajan en su sitio como un engranaje mecánico que hay que asumir como un presente de hábito que será la celda de nuestro futuro aunque prefiramos no ver que es una celda? Hasta el día en que nos damos cuenta de que el suelo que pisamos no siempre es firme sino que estamos ante un precipicio.

2 comentarios:

  1. Interesante reflexión la que apuntas. La anotaré en mi lista de "pendientes por ver". Además,teniendo en cuenta que la productora de esta serie es la misma que la de su sublime paisana "THE HOUR"(a destacar el altísimo nivel de la segunda temporada), el producto puede ser más que destacable.

    Un saludo,
    Silveria

    ResponderEliminar
  2. Coincido en la consideración de altisimo nivel de la segunda temporada de 'The hour'. La verdad es que en el último lustro se han producido un buen número de fascinantes producciones televisivas británicas: The shadow line, Luther, Red riding, Wallander y unas cuantas más. Hace poco he visto la de 'Hunted', también interesante.

    ResponderEliminar