martes, 2 de abril de 2013
Goupi mains rouges
Hay películas que parece que tienen muchas esquinas. Cada paso es una aventura, porque es una incursión en lo incierto. El escenario puede variar cuando menos te lo esperes. No imaginas que puede haber una esquina cuando parecía que ibas enfilado hacia el horizonte. En el pueblo en el que transcurre la acción de Goupi mains rouges, (1943), segunda obra de Jacques Becker, cada habitante tiene un apodo. Es como su contraseña. Otra forma de nombrar la realidad, como si estuvieras en otro lado del espejo. De este (aunque no es más que otro diferente a aquel otro), de la ciudad, de Paris, llega, irrumpe, un integrante de la familia Goupi, Eugene (Georges Rollin), al que ya le han encasquetado el apodo de Señor (por eso de que es de la urbe). Tiene 27 años, y hace 25 que no veía su padre. Por algún motivo le ha llamado, y tardará en saberlo, porque los recorridos son muy sinuosos, con tantos recodos, que no sabes cuando llegas al destino (de la misma forma que pasado y presente han tardado en conciliarse).
De hecho, le viene a recoger uno de su tíos, precisamente al que apodan Mains rouges (Manos rojas) (Fernand Ledoux), desconcertante ya de entrada por su aspecto, con ese abrigo de piel que le hace asemejar a un oso: tampoco la línea de trayecto será la recta; harán una parada en el camino, que conllevará un relato sobre fantasmas, un susto que no sabe que es consecuencia de una escenificación en la que interviene su primo, Tonkin (Robert Le Vingan) y realizan la última parte de trayecto a pie, en medio de la noche, sin saber a ciencia cierta si es la dirección correcta. Para rematar el curso de imprevistos se encuentra con lo inesperado y aún más insólito cuando llegue a la casa de la familia: lo que parece un cadáver, el de su bisabuelo, El emperador (Marice Schultz), que tiene nada menos que 106 años. También irrumpe el robo, y el asesinato, pero no es el cadáver el que parece en principio, porque no está realmente muerto, sino otro, con el que se toparán al mismo tiempo que con un extraviado Señor. Lo dicho, sinuosidades y extrañamientos de los que nada saben los mapas.
Goupi mains rouges, extraordinaria adaptación de la novela de Pierre Very, es una película que es tanto una comedia como un drama como una película con elementos de intriga, detectivescos, cuyo curso sinuoso desafía la previsiblidad, las certezas. Los personajes pueden sorprender, contradecir lo que en principio aparentan, como el asustadizo, en principio, Señor al que desborda la cadena de excentricidades con las que se topa en ese universo extraño, se convierte en una figura de serena templanza. Quien era el extraño, encuentra su lugar, y se convierte en equilibrio. Quieres huir, y de repente, en el siguiente recodo algo cambia en el escenario, irrumpe un rostro, el amor, y ya ansías quedarte. Hay quien vive como si su hogar fuera un reducto de las Colonias en las que vivió durante cinco años, lo que revela que está ya más lejos que presente, un insatisfacción que es un grito en sordina de ganas de fuga de un espacio con demasiado aire retenido. Y los hay quienes se esfuerzan en encontrar un tesoro que el bisabuelo mantiene oculto, y que tienen que lograr descubrir antes de que sí de verdad muera. Hay quien dice que con el dinero no se juega, a lo que otro responde que si no tienes dinero, te aburres. También a las apariencias se les da cierto valor, se inflan un tanto, o se alimentan como si fuera un medallero. Vanidades, cuando lo valioso es el tiempo, o cómo se vive.
Mientras, de vez en cuando, se intenta averiguar quién robó el dinero, quién realizó el crimen, y a quién ama Antoinette (Blanchette Brunoy). Y sí, Manos rojas que durante bastante tiempo permanece en segundo plano, aunque dé título a la película, reaparece para poner todo en su sitio, para ejercer de detective y tras hacer dos preguntas, otro par de observaciones, lograr dilucidar quién es responsable y poner un poco de orden en un hogar que más bien parecía un desbarajuste, un remolino de tierra, ese en el que estaba envuelto un país ocupado, dividido, o separado, como la madre de Eugene que rompió con la familia, y se fue a la ciudad. Otra sutil forma de, a la par que cuestionar ciertos ensimismamientos y ombliguismos de miradas ajenas a la realidad alrededor, realizar un canto a la unión, a la cohesión que puede hacer efectiva la insurgencia.
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