sábado, 12 de febrero de 2011

Señales

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¿Hay un sentido subyacente en todo aquello que nos acontece, un destino cuyas señales podemos discernir, una transcendencia que revela una dirección en cuyo proceso late la promesa de una realización, o no existen las coincidencias, y todo es aleatorio, inconexo, y todo lo que acontece es fruto meramente de la suerte, de la accidentalidad o casualidad? ¿Cómo encajar la perdida de un ser querido y, además, acaecida de la forma más absurda? ¿Qué sentido se le puede dar? ¿Por qué suceden las cosas?. Son preguntas que alientan 'Señales' (2002) de M. Night Shyalaman. No, no es una mera obra de ciencia ficción que relata la invasión de la tierra por parte de unos extraterrestres. Ya que todo esté planteado desde la perspectiva de una familia, donde todo lo que ocurre más allá de los 'límites' de su hogar es visto a través de la pantalla del televisor, nos señala la pauta íntima del relato, en especial, a través de la perspectiva y proceso vital y anímico de protagonista, el padre, Graham (Mel Gibson), y su fundamental entraña alegórica.
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Lo que acontece bien pudiera ser todo fruto de su imaginación, o dicho de otro modo, suceder en su mente, donde los 'fantasmas' de sus miedos y dolores y anhelos se dirimen en conflicto. Sólo hace falta recordar cómo se abre y cierra la película, con semejantes movimientos, aunque en dirección contraria. Si al comienzo vemos desde la ventana el patio del hogar (miramos desde el espacio interior, intimo) y la cámara encuadra la fotografía de la familia, ambos padres y sus dos hijos, surgiendo en el encuadre el rostro inquieto de Graham que despierta como de un mal sueño (luego sabremos que la esposa murió atropellada por un coche, pero aún está presente como imagen, esto es, el recuerdo de su trágica muerte aún no ha sido extirpado), al final el encuadre sobre el patio se repite, pero la cámara realiza un movimiento contrario para encuadrar a Graham, ahora sí embutido con el alzacuellos de sacerdote protestante, dedicación que había abandonado tras la muerte de su mujer, porque había dejado de creer (ya era maldita la coincidencia que aquel conductor justo se quedara dormido al volante unos segundos, en el preciso instante en que se cruzara con la esposa en su paseo), es decir, ha recuperado la fe, tras enfrentarse a sus 'fantasmas'. No hay que despistarse con este detalle de adscripción a un dogma de fe en la condición de sacerdote del protagonista (más bien 'enfocar' en la representación figura del 'padre' como protector y que dota de sentido).
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Recordemos cómo el protagonista de 'El protegido' (2000) había perdido la fe en la vida, el aliento vital, ya mera sombra apática, aturdida en su condición márginal en la periferia de la vida (un mero anónimo espectador de los protagonistas de la vida, como condensaba aquella imagen a contraluz, embutido con su chubasquero de guarda de seguridad, contemplando a los jugadores en el estadio), extendiéndose a la ya escasa atención que dedicaba a sus seres queridos más cercanos, como su esposa e hijo, tal era su inercial apatía. Al final, el chubasquero, tras salvar a su familia tras descubrir sus poderes empáticos, se convierte en el 'signo o señal' de su fuerza reencontrada, su 'capa'. Más allá de su posición en el mundo, él se afirma en su fuerza propia, alimentada con la empatía. Del mismo modo, el alzacuellos representa esa fuerza reencontrada, esa fe y aliento vital, porque siempre hay alguien de quien preocuparse, alguien a quien ayudar, alguien con quién se está 'conectado'.
No es casual que, tras su sobresaltado despertar en la secuencia inicial, escuche los gritos de sus hijos, y corra preocupado pensando que les ha pasado algo( eso es lo que sigue aterrorizando en su subconsciente, que sí ha perdido de modo tan absurdo a su mujer, en cualquier momento y del modo más imprevisible y arbitrario pueda suceder lo mismo a sus hijos; siente que nada se puede controlar porque las fuerzas aleatorias pueden sustraerte lo propio cuando menos lo esperes). Los gritos, precisamente, son, o representan, una 'llamada' (una llamada de atención para que salga de su ensimismamiento en su descreida pena), porque han encontrado en los maizales esos extRaños dibujos, esos 'signos o señales' en forma de círculo, algo que aparentemente no tiene sentido, pero al que hay que dotarlo ( como a su propio dolor que no ve sentido o dibujo claro de la vida).
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Y no es casualidad tampoco que sean circulos, como la propia estructura del film, como hemos señalado, o figura representativa de un sentido cerrado, sin los zizags del sinsentido, aunque también tiene un aspecto de interrogación. ¿Y acaso no hay una asociación, o correlación, con nuestra propia condición en ese plano cenital aéreo sobre el espacio roturado de las edificaciones del pueblo, cuando la familia se dirige al mismo, donde la disposición de casas, vallados y campos, ofrecen un diseño de signos, aparentemente definidos, pero que también esconden tantas interrogaciones, signos quizá tan aleatorios aun tan familiares?. Durante esta primera parte de la película, hecho de insinuaciones y aún incertidumbres (¿qué es lo que está pasando?) el humor predomina otorgando un caracter dislocado, como si todo fuera irrisoriamente absurdo (al fin y al cabo esa forma de ver las cosas en las que se ha escudado el protagonista para anestesiar su dolor). Shyalaman traza con mano maestra las secuencias en las que se van dosificando los sucesos que insinuan que algo fuera de lo corriente está teniendo lugar. Un 'extrañamiento' se va asentando en la narración, y va tomando cuerpo el fantasma de la mente de Graham, en forma de extrarrestre. La primera vez es algo que corre por su tejado, que él y su hermano, Merrill (Joaquim Phoenix) persiguen pero no ven. En la segunda, en la impecable escena del maizal en la noche, entreve, fugazmente, sus largas piernas.
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O los inquetantes y ambiguos sonidos a través del walkie talkie de sus hijos, que parecen de criaturas de otro mundo dialogando. O unos ovnis en el cielo a través del televisor. ¿Y cuando al fin se ve completamente a esa criatura?. Cuando recibe la llamada del conductor, Ray (interpretado por el propio director) que atropelló a su esposa. Sólo escucha su voz diciendo su nombre, porque corta la llamada. ¿Qué quiere de él?. Acude a su casa, y conversan (¿no es significativo que Ray dialogue con él desde el interior de su coche?. Y le expresa cuánto siente lo que hizo, el dolor que ha causado en su vida. Es la primera vez que Graham se enfrenta a la causa de su tragedía, y las lágrimas afloran en su rostro, cuando su rabia se trastoca en perdón. Y Ray, entonces, le dice que tiene a una de sus criaturas en la despensa (el dolor va tomando cuerpo para enfrentarse a él, ¿al fin y al cabo él no está invadido por esos fantasmas en su mente que le han paralizado vitalmente, y justificandose en que nada tiene sentido?). Pero antes de que entre a la casa de Ray, de que entre en el corazón del 'otro' (sintiendole, ya no viendolo como representación de lo que le ha extirpado lo que amaba, sino como alguien que también porta su propio dolor), se intercala, muy significativamente, una secuencia, prodigiosa, en la que vemos ya integramente, por primera vez, a una de esas criatura extrarrestre. Es uno de los grandes momentos del último cine fantástico, planteado a través de la cámara doméstica de una familia mejicana que celebra un cumpleaños (el temblor de la cámara, los gritos de los niños, y ese momento en que subita, y fugazmente, aparece la criatura en el encuadre, desapareciendo en un visto y no visto, componen un momento único). Pocas veces una 'aparición' ha sido tan sobrecogedora.
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Y volvemos a Graham ante la despensa de Ray, tras la que está oculta la criatura (ya sabemos con qué se enfrenta), pero aún no visualizada para Graham, porque aún le separa un espacio intermedio que él no ha superado del todo (Sólo entreverá su mano bajo la puerta, de la que cortará dos dedos). Es el primer paso de confrontación. Y la invasión tiene lugar, y se ven sitiados en su hogar por los extraterrestres, recluidos en el sotano ( en las profundidades de su ser y mente), y en donde está a punto de perder la vida su ásmatico hijo ( a punto de perder su 'aliento'). Y su hermano le reprochará ya al dia siguiente, cuando parece que la invasión ha finalizado, y retirado los extraterrestres (aún no se sabe por qué), que no quiere volver a verle con esa expresión de desaliento de nuevo, de no saber enfrentarse a las situaciones, pensando que lo peor va a ocurrir, y lanzando su odio hacia las 'alturas' porque teme que va a perder a otro ser querido, su hijo, en vez de luchar y creer que no tiene por qué ser así.
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Por ello, no es casual, una vez más, que tras esos reproches, es cuando Graham tenga su enfrentamiento definitivo con sus 'fantasmas', al encontrarse en el salón al extraterrestre al que cortó los dedos (el que estaba en casa de Ray, la causa de su dolor al que aún no se ha enfrentado), y que ha cogido como rehén, precisamente, a su hijo (a su falta de 'aliento vital'). ¿Por qué sino la primera vez que le vemos al extraterrestre es a través del 'reflejo' de la pantalla apagada del televisor?. Es su proyección. Y acabar con él supondrá acabar con sus miedos, afrontando que sí hay un sentido, es decir, que las cosas o los seres estamos al menos conectados. Y esa conexión él la ha 'cortado'. Esa conexión emocional, el 'agua de las emociones'. Porque, precisamente, es el agua, literal, lo que mata a los extraterrestres. De nuevo, como en 'El protegido', un personaje 'desconectado' de la vida, perdida su fe y aliento vital (el impulso de acción del que hablaba Goethe en su 'Fausto'), encuentra el sentido en la conexión 'con' los otros. Y uno así, puedo celebrarlo dándose a ellos, ya sea como guarda de seguridad o sacerdote, o la dedicación que tenga. La cuestión es 'matar' al monstruo interior de la inerte apatía, porque no estamos solos, ni el mundo gira alrededor de uno.

‎'Señales' (Signs, 2002) es otro cautivador 'viaje' alquímico de M Night Shyalaman, conjugando con maestría, como alquien que hubiera aprendido de (discernido en su sustancia) los modos hitchcockianos,o cómo conjugaba trance interior (de los personajes o personaje) y peripecia exterior, substrato alegórico y dominio proverbial de las texturas atmosféricas (perturbadoras). 'Señales' es el trayecto de la recuperación vital de un impulso de acción, de sentirse conectado con la vida, con los otros, con uno mismo.

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