domingo, 20 de febrero de 2011

Las dos caras del Dr. Jekyll

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No deja de ser elocuente la variación del título de esta extraordinaria película de Terence Fisher, 'Las dos caras del Dr.Jekyll' (1960), con respecto al original literario de Robert Stevenson, 'El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde'. De algún modo, se incide de manera más explicita en la idea de la dualidad, en la presencia de dos fuerzas tan consustanciales como en conflicto de cuál consigue el 'dominio'. Juguemos un poco con los mismos nombres.Hyde alude, creo que sin ningún genero de duda, a 'Hide' (ocultar).Son las fuerzas ocultas, a las que no se da rienda suelta.¿Y Jekyll? ¿Podríamos considerar la posibilidad de la unión de 'kill'(matar) y el Je (Yo) francés?. ¿Ese matar el yo no anda desencaminado con respecto a ese yo social tan inhibidor como inhibido?.Las primeras secuencias asientan con firmeza la base de las ideas en juego. Jeckyll (Paul Massie) contempla como dos niños mudos juegan, el chico tira el juego que la niña tan dedicadamente ha construido, la cual reacciona con furia golpeándole. Esas son las fuerzas que están dentro de nosotros, esas fuerzas agresivas que no tienen que ver con la idea del Bien y del Mal, según Jekyll.
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Frente a los cuestionamientos de su amigo, Litauer (David Kossof), expone que con sus experimentos no pretende realizar una 'cirujía moral' sino el llegar a controlar esas fuerzas viscerales, esas fuerzas desbocadas que nos pueden superar. Habla del hombre que podría ser, y del hombre que debería ser. El primero es aquel que si se afinara podría llegar a la perfección, el segundo es el que se liberaría de cualquier restricción de la moral y la ley, y que erradicaría toda represión. Claro que no todo es tan simple ni está hecho de blancos y negros. Jekyll, por un lado, desprecia la hipocresia de su sociedad, victoriana, esa pleitesía a las 'buenas maneras', las convenciones, el cultivo de la imagen y rígidas pautas de conducta social, y que no esconde sino la doblez y la falsedad Pero a la vez, se siente frustrado, ya que su esposa, Kitty, nunca ha mostrado interés por su trabajo, una forma de decir que no lo ha sentido por él, y en el cuál deducimos parte del porqué de su ascetica y exacerbada dedicación al trabajo.

Kitty muestra ante Litauer sus quejas ante esa excesiva concentración en sus experimentos. Pero también tiene ella su otra cara. Recibe a Paul Allen (Christopher Lee), quien, una vez más viene a pedir dinero para 'subvencionar' su derroche de vida. Ella cuestiona su desaprensiva forma de ser, hasta que le besa. Sí, son amantes. Es una relación sostenida sobre el cinismo, u otras formas de conveniencia, ambos saben lo que quieren del otro, sin ningún afecto de por medio. Allen es precisamente esa otra cara de la hipocresía sociedad victoriana. La desaprensiva falta de escrúpulos. No deja de ser significativo que Jekyll decida experimentar sobre sí mismo tras que haya intentado convencer, sin ningún éxito, a Kitty de que no vaya a una de esas fiestas sociales en las que hay que hacer acto de presencia como necesaria y conveniente 'subordinación' a los protocolos sociales. Por ello la transformación en Mr Hyde no se dará, como en versiones anteriores, bajo los rasgos afeados, o directamente como monstruo, como asociación del mal con la fealdad, sino a la inversa.
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Sus rasgos se embellecen, siguiendo la estela del Dorian Gray de Wilde. ¿No es la pleitesía a esas 'formales e impecables' apariencias tan hipocritas el real monstruo?.Y Jekyll acude al local en donde está Kitty con Allen. Sí, no había ido a ninguna fiesta. Las dobles caras no son solo la de Jekyll. Por ello, su Mr Hyde es como un trasunto realmente de Allen, como si diera rienda suelta a lo inhibido pero en su faceta más desaprensiva, anhela ser el 'cinico' Otro que 'posee' a su mujer. De un extremo a otro. Nada de transgredir las rigidas normas sociales de la conveniencia, sólo satisfacer su frustración. Así, recurrirá a Allen,a cambio de 'subvencionarle', como guía en los considerados 'antros de perdición', o de 'comportamientos desviados', bajo la calificación del hipocrita puritanismo, en donde se da rienda suelta sin ambages a la violencia o la sexualidad. Es el propio entorno el que crea los monstruos, desquiciados en la escisión entre la inhibidora hipocresía y el desaprensivo instinto, pero, realmente, sin diferenciarse sustancialmente a no ser en las formas. No hay un mundo que represente algo positivo opuesto al otro, ambos son las dos caras de un mismo embrutecimiento.. ampoco hay nada auténtico en ese 'otro' mundo (sólo es que se oculta bajo las fachadas), ya que está igual de degradado que el de los protocolos y las 'buenas costumbres'.. se otro mundo es el espacio donde propulsar cualquier instinto sin consideración ni reparo alguna.Ahi encuentra expresión, de modo más manifiesto y menos solapado, el lado 'reptil' del ser humano. Pero a la vez espejo de cómo es esa sociedad, sólo varían las actividades, en este caso 'recreativas'. No es el espacio de la perversión, si consideramos a la perversión como dinamitación de la represión y la inhibición y rigidez. Es una poderosa tentación el poder hacer lo que uno quiera, sin limite ni condicionamiento alguno, es el estado de libertad puro, definido por el desprecio (como bien dijo Cioran, la 'liberación es desapego, la libertad desprecio'). Es una manera menos complaciente, o con más amplitud, de considerar la idea de libertad. No es sólo que la voluntad no sea reprimida (es decir, que nadie te coarte), es que nada impedirá desatar cualquier instinto o capricho, sea golpear, matar, robar o violar . No deja de ser tampoco significativo que Mr Hyde se quede fascinado con la bailarina Maria (Norma Maria), que danza con una serpiente, culminando tal actuación introduciendo la cabeza de la serpiente en su boca. Se convertirán en amantes, tras que ella le diga que no quiere a nadie que pretende pedir o comprar.
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Llega un momento en que la transformación no necesitará de pócimas, tras que Jekyll vea a Kitty haciendo el amor con Allen. Y su reacción será la exacerbación del despecho desatado: Provoca la muerte de Allen, encerrandole, significativamente, junto a la serpiente, la cuál le morderá fatalmente. Y Jekyll llegará a violar a Kitty, la cual incluso había llegado a rechazar previamente su cortejo como Hyde. Sí, el monstruoso Mr Hyde no es algo ajeno a esa sociedad victoriana, es su quintaesencia depurada, o cómo lo oculto revela cómo el yo se mata en su embrutecemiento. Sin duda, es la mirada de Fisher sobre la obra de Stevenson la realmente transgresora y genuinamente perversa, porque la real perversión trastoca tanto el 'estreñimiento' moral, la rigida inhibición, como su complemento, la desaprensiva rienda suelta a los instintos, oculta bajo la hipocresía. Al fin y al cabo, una dualidad fantasmal que no es sino 'conveniencia'. Ambas son parte de lo mismo, y son expresión de una sociedad no asentada en la frontalidad de las generosas emociones liberadas, sin coacciones, sino, como dijo Max Frish, en 'el intercambio de egoismos simulados'.

‎'Las dos caras del Dr. Jekyll' (The two faces of Dr.Jekyll, 1960), es una de las grandes obras de Terence Fisher (pocos cineastas han dado tan ámplio número de obras al género fantástico), y una de las más incisivas y refinadas del género. Wolf Mankowitz adapta la novela de Robert Louis Stevenson. Jack Asher realiza una esplendida dirección fotográfica que incide en esa emponzoñada atmósfera de turbiedades contenidas, de fulgurantes estallidos.

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