sábado, 22 de enero de 2011

Soy un fugitivo

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No deja de ser sorprendente la áspera y virulenta carga crítica de la formidable 'Soy un fugitivo' (1932), de Mervin LeRoy, tres años despúes del crack del 29, responsabilizando a la corrupción de un sistema ajeno a la justicia social, en el trayecto de un personaje,Allen (esplendido Paul Muni) desde que vuelve de combatir en la primera guerra mundial, anhelante de no sumirse en otra rutina como en la del ejercito, la laboral que le reporta una seguridad inercial sin mayores inquietudes ( como señala su hermano, sacerdote, mejor pájaro en mano que ciento volando), sino construir, crear, en su caso, ser un ingeniero que construya puentes y carreteras, y termina doce años después convertido en un fugitivo que destruye puentes para no ser capturado, tras haber sido condenado por dos veces en prisión por un delito que no cometió, y perderse en las sombras (como refleja el extraordinario plano final) 'condenado' a robar para sobrevivir ( las últimas palabras que se le oyen en esas sombras que ya le engullen, ante la pregunta de qué hará: 'robar').
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LeRoy narra con un prodigioso dinamismo y una admirable capacidad sintética ( de contundentes elipsis temporales) los diversos avatares que sufre. Los intentos de encontrar un empleo estable tras la guerra, de un trabajo provisional a otro ( o de un despido a otro, ya que las empresas no dejan de reducir plantillas),casi convertido en indigente errante, hasta que un funesto azar (se ve implicado en un robo en el que no participa) le supone, nada menos, que una condena de diez años (por un robo de cinco dolares). LeRoy describe con descarnada precisión las infames condiciones en las que malviven los presos (la brutalidad del trabajo en las canteras; la miserable comida; los latigazos a quien no cumple con el trabajo según las exigencias, aunque determine su muerte). Las elipsis del paso del tiempo vienen dadas por el paso de las hojas del calendario mientras resuenan los latigazos. Tras lograr realizar su fuga (magnífica la secuencia orquestada en primeros planos, de sus pies, recibiendo en sus argollas los mazazos de otro preso para ablandarlas, y de los efectos en su rostro; e igual de admirable aquella en la que se oculta bajo el agua respirando por un pajita, mientras le buscan a su alrededor), Allen, por su aptitudes y talento, logra ascender en la empresa en la que empieza a trabajar desde los puestos inferiores (en otro esplendido uso de las elipsis, de nuevo con hojas de calendarios, y los papeles en los que se consigna cómo se incrementa su sueldo).
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Pero el sistema no permite segundas oportunidades, aunque haya cometido además un error. Primero se refleja cómo la sociedad está tejida con parásitos y actitudes mezquinas cotidianas(la mujer que sabe que se fugó y para no delatarle le obliga a que se case con ella, y así ella disfrutar de los privilegios económicos), y segundo, tras que ella le delate porque él quiere el divorcio ya que ama a otra mujer, la mezquindad de las instancias del poder, que le prometen un indulto que no cumplen, encarcelándole de nuevo con engaños, lo que determina su nueva fuga, una persecución de autómoviles narrada con una intensidad proverbial. Ya sólo le resta convertirse en una sombra proscrita, las sombras que un corrupto sistema ha creado.

‎'Soy un fugitivo' (I am a fugitive from a chain gang, 1932), de Mervin LeRoy, es un modélico ejemplo de cine de lacerante e implacable crítica social, sin vaselina, y de un dinamismo narrativo portentoso, de impecable dominio de la sintésis. Un gran guión de Sheridan Gibney, Howard J Green y Brown Holmes, que saben condensar en hora y media multiplicidad de circunstancias, y un trabajo de planificación analitica aún hoy ejemplar, así como el trabajo de luces y sombras de Sol Polito. Las secuencias carcelarias, aún hoy también, quedan como algunas de las más efectivamente crudas jamás rodadas.

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