sábado, 30 de octubre de 2010

Horizontes perdidos

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'Horizontes perdidos' (1937), de Frank Capra. Shangri La es un horizonte perdido. Aquel que en este mundo en que vivimos ni siquiera se busca. Un lugar considerado irreal por imposible. Un lugar en donde no hay codicia, donde nadie tiene más que el otro, donde no hay violencia ni se siente afán de control sobre los demás. La generosidad es su dínamo, las emociones fluyen sin cortapisas, como un baño desnudo en las aguas de una laguna, sin la congestión en la que estamos sumidos y que la devolvemos al otro en forma de violencia. Shangri La es el sueño pacífico y cálido, donde el humor es cultivo de desapego, de la cercanía sin el peso del ego. Pocos saben apostar por Shangri La aunque deban recorran un largo trayecto para alcanzarlo. Shangri La parece la materialización de lo que ya cree imposible Conway, el desencantado diplomático que encarna el gran Ronald Colman, la Utopia soñada en un mundo que parece regido por el caos, como refleja la situación de China, de la que huyen en avión él y otros occidentales, privilegio del que no disfrutan los cientos de chinos que escapan desesperados ante la llegada de los bandidos, y que afecta a su conciencia. El hecho de que su avión se estrelle, causado por un bandido que se ha introducido en el avión, propiciará que se encuentren, entre un paisaje tan escarpado como desacogedor, de hielo y nieve, con ese oasis de tiempo primaveral y actitud solar ante la vida. Un espacio aparte del mundo del que sus residentes no pueden salir porque el tiempo no fluye igual, en su armonía, ya que fuera, en un mundo donde el tiempo corre en frenesí hacia ninguna parte, mostrarían su real edad, algo que no asume el obcecado hermano de Conway.
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Este 'Horizontes perdidos' es el contrapunto de ese mundo de corrupción y carencias emocionales que Capra reflejaba en sus afamadas comedias, ese universo que entra en colisión porque no es aquel por el que se opta, ese mundo siniestro de banqueros, políticos o periodistas sin escrúpulos, erigido sobre Juan Nadies, y en el que el 'vive como quieras' no se permite. Es una espacio de naturalidad expandida, jubilosa y risueña, y quizás por eso considerado ingenuo en sentido peyorativo, cuando es rara virtud. No hay que dejar de reseñar la impagable prestación de grandes secundarios como Thomas Mitchell y Edward Everett Horton, así como Sam Jaffe como el Gran Lama. El recurrente guionista de Capra, Robert Riskin, adapta la novela de James Hilton. Y Joseph Waler realiza una dirección de fotografía admirable, entre la luz y las tinieblas.

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