Segundo premio, de Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez, con guion de Lacuesta y Fernando Navarro, se inicia en los créditos con afirmaciones que se suceden a la vez que se contradicen y complementan: Esta es una historia sobre Los planetas: Esta no es una historia sobre los planetas; Esta es una historia sobre la leyenda de los planetas. En la secuencia introductoria, secuencia de discusión, discrepancia y escisión, entre el cantante (Daniel Ibáñez Rodríguez), trasunto de Jota, y la bajista (Stephanie Magning Vella), trasunta de May Oliver, decidida a abandonar el grupo, la voz en off de ésta señala que esa discusión realmente no ocurrió pero sí se pensó. No es la primera vez que una secuencia se plantea según lo que los personajes pensaron que pudiera haber ocurrido, si hubieran sido capaces de expresar lo que sentían y pensaban, como, en los últimos pasajes, la pelea en un bar entre Jota y el guitarrista (Francisco Martín Ocete), trasunto de Florent Muñoz, que se planifica con ambos pegándose en segundo término del encuadre, desenfocados, mientras se encuadra en primer términos a indiferentes parroquianos en el bar. Pero es otra situación que no ocurrió, en buena medida, como apunta la voz en off la bajista, porque ambos sufrían de una grave dificultad para expresar lo que sentían. La realidad es también lo que se piensa pero no se dice ni expresa. Y esa es una cuestión vertebral en el desarrollo de los avatares y tiras y aflojas, abandonos y reconciliaciones, de los componentes de la banda, en particular entre cantante y guitarrista, amigos desde temprana edad, fundadores del grupo.
De ahí el título Segundo premio, primera composición del tercer álbum del grupo, Una semana en el motor de un autobús. Ese segundo premio se refiere al que consigues con la satisfacción de al menos hacer daño a quien no se tiene. Y entre cantante y guitarrista las alternancias de su relación llegan a ser extremas, como si fueran dos opuestos pero a la vez complementarios, como si la escisión conviviera con la unión, como si fueran uno y a la vez divergencias sin posible encuentro. Por su adicción a la droga, en numerosas ocasiones, el guitarrista erra a la deriva, no acude a la hora a los ensayos o desaparece durante cierto tiempo, como si fuera un espectro en vida, o el reflejo fantasmal del propio cantante (y en la obra de Lacuesta abundan los fantasmas). Es una realidad de cuerpos y fantasmas, por eso la narración navega a través de diferentes voces que se entrecruzan como pasajeros de un difuso trayecto. Alguna, como la del batería (Mafo), trasunto de Eric Jiménez, apunta que no miente pero tampoco recuerda. Por lo tanto lo que se evoca pudo ser o quizá sea una especulación, algo imaginado. Quién sabe cómo se filtra lo que se dice que se recuerda. El pasado queda como un difuso rastro de huellas entre lo impreciso y lo parcial y quizá inventado. De lo que se habla es de una desorientación y unos conflictos en los que parecían atrapados guitarrista y cantante como si la realidad fuera un remolino de cuya resaca no lograban liberarse. Ambos desenfocados en su forma de enfocar la (su) realidad. Desajustados, como cuando se resisten a realizar el playback en su actuación televisiva.
La narración se centra en el periodo previo a la realización, en 1998, de ese álbum (que fue particularmente bien recibido por la crítica musical como un notorio hito del pop del español). Una preparación definida por la confusión, las vacilaciones, los desacuerdos y las crisis. Un marasmo en el que la creatividad despuntaba como una iluminación, una nota de distinción, generada en un caos de emociones de quienes parecían perdidos en su propia vida personal. El cantante no cesa de intentar convencer a la bajista de que retorne a la banda, como si fuera el impulso que necesita para poder encauzar un propósito en el que no deja, por momentos, de perder pie o perder el enfoque y la firmeza. La historia truncada de su relación sentimental ejerce de reflejo de la incapacidad del cantante, su dificultad para articular emociones con cimientos precisos. Por eso, ella se resiste al encuentro, porque sabe que él no es sino aguas turbulentas. Borrasca de emociones. El guitarrista sugiere, para poder definitivamente centrarse en ese disco que deben concluir para presentarlo a la compañía discográfica, que se encierren en el piso sin salir hasta terminarlo, pero, al de un tiempo, no puede evitar de nuevo salir por una ventana y convertirse en una figura errante que no sabe qué busca. Pero esas peleas no materializadas, esos hartazgos mutuos, entre los dos amigos, al mismo tiempo se conjugaban con un vínculo emocional que reflejaba como uno no era sin el otro, por eso tomar la decisión de grabar el álbum en Estados Unidos, ilusión de el cantante, no deja de sentirla como traición cuando decide hacerlo sin lo que (quien) siente como lastre. Ese lastre es también él mismo, la esencia de ese caos de emociones que define a ambos, a su relación, como cuerpos que a la vez son fantasmas, porque habitan una realidad difusa, o lo es su relación con la realidad y consigo mismos. Escisiones que son necesidad de unión, caos que se torna armonía con la creación de la música. Paradojas. La vida como suma de paradojas. Y desconciertos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario