Fractura:
los tiempos se alternan porque son el mismo, gestos ritualizados,
acciones repetidas, la circulación de rostros diferentes que no
dejan de ser el mismo rostro, variados cuerpos femeninos desnudos que
no dejan de ser el mismo, encuentros sexuales que no dejan de ser el
mismo, sean pagados o fruto de un encuentro casual, y la voz, que
siempre es la misma, que llama una y otra vez y no se quiere
contestar porque recuerda la herida que se quiere negar. La
composición musical, de Harry Escott, que acompaña el montaje
secuencial con el que se inicia Shame
(2011),
de Steve McQueen, evoca una de las composiciones de Hans Zimmer para
La
delgada línea roja (1998),
de Terrence Malick. Lo que se narra en Shame,
en el escenario urbano de Nueva York, no deja de ser otro campo de
batalla, en el que se refleja la degradación de la desconexión, de
la enajenación que huye de la vulnerabilidad, por tanto de la
exposición emocional, como un caballo desbocado en llamas que finge
ser una coraza. Esa es la vergüenza. El lirismo desgarrador que
brota de la música, mientras contemplamos a Brandon (Michael
Fassbender) en ese montaje secuencial que combina tiempos (el
intercambio de miradas con una mujer, un juego de seducción, de
persecución truncada, en el metro, acciones repetidas tras
levantarse de su cama, despertares junto a diversos cuerpos
femeninos), no es sino la voz de una fisura que late, sin poder
manifestarse, en esos dominantes espacios interiores gélidos, en los
que predominan los colores blancos o tenues, esas arquitecturas
cuadriculadas, esas máscaras en que se convierten los rostros. Esa
fisura que se anuncia en la voz que no deja de grabarse en su
contestador esperando una respuesta que no llega, porque es ignorada
una y otra vez, la voz de su hermana, Sissy (Carey Mulligan).
Malick
y McQueen son dos cineastas que elaboran sus obras sobre el
descentramiento,
en su sentido amplio. La opera prima de McQueen, Hunger
(2008), se estructuraba sobre una aparente discontinuidad, una deriva
que no se centraba en el personaje de Bobby Sands, encarnado también
por Fassbender, hasta la mitad de la narración. Ahora, en Shame,
sí centrada en un personaje ( y con escasos personajes secundarios
satélites,
aunque perfilados con precisión en su condición de contrastes,
reflejos de una concentración dramática que se despoja de lo
accesorio tanto en entornos como en complementos de personajes), el
descentramiento
se
manifiesta particularmente, más que en la narrativa, en las
composiciones. Ya desde el primer encuadre, un plano cenital sobre
Brandon tumbado en el cama: su cuerpo, aparece en un extremo del
encuadre (como si estuviera casi saliendo de él, o en un entre).
Es una efectiva manera de hacer sentir cómo se siente el personaje,
y su relación con un entorno, dominado por seres prosaicos que
habitan la doblez sin ningún tipo de conflicto ni agitaciones de
conciencia ni desgarros emocionales (como David, encarnado por James
Badge Dale, su jefe en la empresa, casado y con hijos, y que busca
follarse todo lo que se mueva, sin distinción). Brandon es un
personaje escindido, reventado, fuera de sí, que encuentra en la
compulsión del sexo (de cualquier forma o en cualquier medio, sea
con contacto real, virtual o mediante revistas, sea solo,
masturbándose, en su baño o en los aseos de la oficina, o
acompañado, en su cama o en plena calle) una forma de conjurar ese
descentramiento
vital, una forma de protegerse, de no implicarse, o quizá es que ya
ni pueda. Es un caballo en fuga que expresa que no cree en las
relaciones duraderas (reconoce que la más larga no duró más de
cuatro meses), no cree que sean posibles; los silencios de otras
parejas en los restaurantes los considera reflejo de cómo se
aburren: es lo que expresa a Marianne (Nicole Beharie) durante su
primera cita, en el restaurante. Ella le responde que quizá ese
silencio refleje una conexión tal que no necesita de palabras. Si en
Hunger
un
asombroso largo plano general de 17 minutos suponía un giro radical
en la narración, otro, de menor extensión, alrededor de cinco
minutos (el de la conversación de ambos en el restaurante) marca un
cierto giro sutil en el desarrollo dramático ¿No transmite el
posterior largo travelling que acompaña la conversación de ambos ya
en la calle, una conexión en gestación, puesta
en movimiento,
que pareciera corroborar, más que las palabras de él, lo que ella
pensaba y expresaba, y que algo se está abriendo
(agitando, moviendo) dentro de él ( y con una naturalidad realmente
rara de apreciar en una pantalla)?
Shame
se teje sobre sugerencias, a través de las hendiduras en la
expresión del actor, las composiciones desajustadas o atornilladas,
la dilatada duración de los planos, que no dejan de ser
confrontaciones con los opuestos que se debaten en su interior, o la
relación de los cuerpos con los espacios, deslizándose, como entre
arenas movedizas, sobre interrogantes: ¿por qué llora, por ejemplo,
Brandon cuando escucha cantar a su hermana, Sissy (Carey Mulligan),
New
York, New York?
¿Qué pasado hay compartido, y hasta no dicho, entre los dos
hermanos? ¿Por qué Brandon no puede seguir haciendo el amor con
Marianne en su primer encuentro sexual tras que con decisión llegara
al lugar de trabajo y la besara por primera vez y acto seguido le
indicara que le fuera con él sin saber a dónde, una habitación en
un hotel donde hacer el amor por primera vez? ¿Por qué elige,
precisamente, un espacio de tránsito, una habitación de hotel, para
ese acontecimiento que parece que se desmarca, por implicación, de
otros encuentros sexuales? ¿Por qué se aparta de ella, ocultándole
su expresión, su mirada (frente a una cristalera del hotel; es una
ciudad de emociones de cristal; el cristal silencia, encierra,
atrapa), mientras ella, desconcertada, se viste para marcharse? ¿Es
porque se ha corrido prontamente?¿ Por qué opta inmediatamente por
llamar a otra mujer, una prostituta, con la que sí consigue mantener
una relación sexual, penetrándola por detrás, sin verle el rostro,
contra la cristalera, como ya había visto así a otra pareja,
anteriormente, en otro edificio? (aparente exposición que realmente
no lo es, transparencia aparente que no es sino opacidad) El plano de
transición muestra su figura en sombras, perfilada contra el cristal
del ventanal de ese espacio de tránsito. Es una sombra, sola, que no
deja de negarse.
Encuadres
de nucas, encuadres de una negación, como en la posterior secuencia,
el largo plano sobre las nucas de ambos hermanos, sentados en el
sofá, ante el televisor, durante el que Brandon, como una agresión
esquinada, de modo figurado, vuelve
la espalda
a su hermana mediante palabras que son ácido y resortes de defensa.
Escupe su desprecio para negarse, como quien prefiere cobrarse una
pieza sacrificial que afrontar su propio reflejo que oculta bajo la
apariencia de unos dibujos animados, como los del programa televisivo
que se emite al fondo (como él no deja de camuflarse en un fondo
emborronado), porque su condición se acerca más a la irreal de un
dibujo animado aunque intente refugiarse en la carne, en el revoltijo
de una carne que nunca logra satisfacerle del todo y por eso no deja
de revolverse, consumirse, entre sus contorsiones. Anteriormente,
secuencias antes, otro largo plano encuadraba la espalda de ambos
hermanos, aunque en posiciones invertidas. Es un momento en que
parece asomar la complicidad entre ambos, el afecto del que Brandon
no deja de querer huir como desea escapar de la obscenidad de su
propio desamparo. En ese plano, ambos están esperando al metro,
frente a las vías. Ella se acerca al borde, del que él la aparta.
Brandon cree apartarse de ese borde en el que no viere verse, como
quien niega el abismo sobre el que mantiene un frágil equilibrio,
mientras se entumece con la ilusión de la protección en las
relaciones transitorias. Huye del dolor, pero este le persigue con el
rostro de su hermana.
De
Shame
podría
recuperar palabras que escribí sobre Hunger:
la
narración es austera y cortante, de un laconismo sangrante, como un
silencio que grita por las heridas que no quieren reconocerse.
Si en Hunger
asistíamos
al progresivo deterioro de ese cuerpo, el de Sands, porque el cuerpo,
el individuo, ha sido sacrificado a una idea, a una misión, y las
pústulas de su cuerpo no son más que la señalización de su
enajenación en idea,
el cuerpo en Shame
no deja de estar ultrajado, tampoco presente, por mucha actividad
sexual que realice. Es un cuerpo en llamas: ese gesto, esas facciones
contraídas, de desesperación y agonía, del rostro de Brandon, en
el último plano del encuentro sexual con dos mujeres; en ese
sobrecogedor plano McQueen logra fusionar la carne desgarrada,
disolviéndose, de los cuadros de Bacon con El
grito
de Munch, las pústulas que se contorsionan en la carne interior de
Brandon. El cuerpo de su hermana Sissy está lacerado ( sus muñecas
surcadas de cicatrices por todos los intentos de suicidio) como
dañadas están sus emociones: su desesperación, suplicante, cuando
llama a alguien a quien casi grita que le quiere: su forma de
interpretar New
York, New York
arrastrando la lentitud refleja una forma de contrarrestar la
precipitación vertiginosa de sus emociones, de intentar serenarlas
con una lentitud que sea hogar, caricia. ¿Cómo no va a llorar su
hermano, quien cuando la escucha por teléfono, desde su habitación,
apoya la cabeza sobre la puerta, porque él en su compulsión busca
la anestesia? Brandon elude su cuerpo perdiéndose en él, busca
evitar ese dolor abrasivo, desolado, que, en Sissy, no tiene rubor ni
vergüenza en clamar su intemperie, en pedir amor, en pedir afecto,
en pedir abrazo, en ser dependiente, en necesitar de los demás, y
que opta por cortarse las venas cuando sólo le responde el silencio
(el mudo cristal): la negación de su propio hermano. ¿Cuál es la
vergüenza? ¿Cuál es la delgada linea roja que se cruzó en esta
selva de cristal y cemento? ¿Es posible el retorno? ¿Qué expresa
en el plano final el rostro de Brandon en un nuevo cruce de miradas
en el metro con la misma mujer que en la secuencia inicial? ¿Qué
decisión tomará o ha tomado ya? ¿Esta vez no se levantará para
seguirla como hizo aquella vez?¿ Es la mirada de quien ya no
persigue porque ha decidido no seguir en fuga de sí mismo?