miércoles, 15 de marzo de 2023

El príncipe de la ciudad

 

Orion Pictures compró, en primera instancia, los derechos de la novela El príncipe de la ciudad (1978), de Robert Daley, comisionado de policía, en la que se centraba en el policía de Nueva York Robert Leuci, gracias a cuyo testimonio, y grabaciones, fueron condenados cincuenta y dos policías por evasión de impuestos. Brian de Palma iba a dirigir la adaptación cinematográfica, escrita por David Rabe, y protagonizada por Robert De Niro. Pero el proyecto no se materializó, y Jay Presson Allen, que había leído el libro, pensó que era material adecuado para Sidney Lumet, quien aceptó con la condición de que ella no solo produjera, como era su pretensión, sino que escribiera, con él, el guion, además de que el protagonista estuviera interpretado por un actor poco conocido, para que no pesara la imagen del actor (o de las obras previas que hubiera protagonizado) y, por último, que la obra rondara las tres horas. Lumet quería rectificar el retrato unidimensional, de la policía de Nueva York, que consideraba había realizado en Serpico (1973). Esa utilización de actores poco renombrados ayudaba a la impresión de veracidad. El tratamiento fusiona ficción y documental. El príncipe de la ciudad (1981), está planteada como un informe, con la aparición, como introducción de capítulos, de las fichas de identificación de los personajes. Los procedimientos se combinan con los efectos emocionales en la vida del protagonista (y también en las personas más cercanas, en especial sus amigos policías) así como sus dilemas.

Danny Ciello (Treat Williams) es un detective de narcóticos de Manhattan que accede a colaborar con el Departamento de Justicia para desentrañar la corrupción policial (de la que él era parte). En principio, la relación, con Cappalino (Norman Parker) y Paige (Paul Roeblig), se define por la alianza y la complicidad. Componente fundamental del trato es que sus cuatro compañeros en Narcóticos, Levy (Jerry Orbach), Marinaro (Richard Foronji), Mayo (Don Billet) y Bando (Kenny Marino), no sean investigados. El proceso de investigación, con grabaciones con micrófonos ocultos adherido a su cuerpo, dura años, y la variación de abogados, investigadores y fiscales, también conlleva la variación de actitudes, como es el caso de Santimassino (Bob Balaban) y Polito (James Tolkan). Su implacabilidad, que no ve matices, ni circunstancias, ni greses, ni consecuencias, determinará, en el primer caso, el suicido de un amigo policía de Ciello, y en el segundo caso la investigación del propio Ciello (quien en primera instancia solo había reconocido tres casos de corrupción en los que estuviera involucrado) y como consecuencia de sus cuatro amigos. El proceso se tornará en un horror, cuyo culmen es el desesperado grito de uno de sus compañeros, Marinaro (encuadrados ambos en plano general, lo que acrecienta la desolación, la intemperie emocional).

En El príncipe de la ciudad (que es como se autodenominan estos detectives, cual señores del medievo que recogen sus diezmos de los delincuentes) se pone en interrogante, y por tanto pondrá en evidencia las inconsecuencias del sistema judicial (la perspectiva rígida de algunos de sus representantes),una inconsecuencia ya de base. Si no realizaran esas acciones corruptas no se conseguiría el éxito de detenciones. Es un reflejo de las inconsistencias de cómo está constituida la ley, ya que dificulta para conseguir las pruebas legales necesarias, por no hablar de a nivel judicial los agujeros que permite para que los delincuentes puedan aprovecharse de esas inconsistencias. No tiene en cuenta las circunstancias de vida con las que se enfrentan los policías. De hecho, cuando Ciello se decida a colaborar con los investigadores será cuando, una noche, tenga que robar la droga que ha adquirido un adicto para poder suministrársela a su informador. ¿Dónde queda lo justo en sus acciones? No hay blancos ni negros. Al final alguien como Ciello, como pasa con los soldados, a los únicos que tiene a su lado son a sus compañeros; las altas jerarquías del poder les dejarán abandonados o les utilizarán como piezas según conveniencia, como le ocurre a Ciello, que arriesga su vida como infiltrado ayudando a realizar detenciones ( que en principio vive como una aventura) pero que se irá tiñendo de un cariz más siniestro, cuando las propias instancias del poder no tengan escrúpulos de incriminarle a él mismo, y a sus compañeros. La doble cara del Poder, un sistema en sí corrupto e hipócrita, queda en evidencia de un modo terrible y desolador (como es cáustico que en un momento dado no sean los agentes de apoyo sino su primo, gangster, quien le salve la vida).

Lumet narra, de modo ejemplar una extenso y prolijo relato en personajes y sucesos (160 minutos que fluyen impecables), con una admirable capacidad de condensación, combinando ese aire de inmediatez, apoyado en rostros poco conocidos, espacios desastrados, que respiran autenticidad, y un afinado empleo del encuadre (el plano de las figuras en sombras de Ciello y los dos primeros abogados en una terraza, con la luz del crepúsculo, cuando él primero se decide a colaborar, que ya anticipa que las sombras dominarán el relato) y una narrativa elíptica (con brillantes montajes secuenciales) que va creando una sensación tan opresiva como crispada, de amordazamiento vital, en un descenso a los infiernos, el propio Sistema. Pocos cineastas han retratado con tal contundencia y precisión sus cloacas. La fotografía de Andrezj Bartkowiak acentúa esa sensación de intemperie, como los espacios en que transita la obra, y que desmiente ese errado lugar común de que Lumet descuida el aspecto visual (más bien lo elabora de un modo sutil: su uso de los planos generales, de los espacios...). Con Allen colaboraría de nuevo en la magnífica Veredicto final (1982). Posteriormente, rodaría otra obra magistral, que compartiría retrato judicial y policíaco, Distrito 34: Corrupción Total (1990), y dos obras notables como La noche cae sobre Manhattan (1996) y la satírica Declaradme culpable (2006).

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