martes, 23 de noviembre de 2021

Soberbia

                 
Strickland (George Sanders), figura inspirada en el pintor Gauguin, es como los protagonistas de las dos siguientes obras de Albert Lewin, Dorian Gray o Bel Ami, en, respectivamente, El cuadro de Dorian Gray (1945) y Los asuntos privados de Bel Ami (1947), alguien que carece de escrúpulo o conciencia, y superpone una Idea, un Absoluto, un Propósito, por encima de las personas, indiferente a lo que sientan o padezcan. Sea, como inclemente arribista, la posición privilegiada, caso de Bel Ami, ser Lo Bello (que vence al tiempo), como Dorian Gray, o el Arte, como Strickland. El título original de esta notable ópera prima de este singular cineasta, Albert Lewin, Soberbia (1942), es The moon and the sixpence (La luna y la moneda de seis peniques). A Somerset Maugham, autor de la novela que se adapta, se le ocurrió el título por una frase que un crítico escribió sobre una obra anterior suya, Servidumbre humana. Como escribió él mismo: 'Si miras al suelo en busca de una moneda, no mirarás arriba, y te perderás admirar la luna'. Empecinado en tu objetivo, no adviertes la belleza alrededor. O, como ocurre a Strickland, la belleza de sus pinturas no se corresponde con su mezquino interior. Lo mundano, que incluye las emociones y sentimientos de los demás, se desprecia por accesorio o inútil, porque lo único que importa es la realización su obra, llegar a ser un gran pintor, es decir, importa su necesidad, lo cual implica que no importen las necesidades de los otros, quienes son presencias útiles (según la necesidad circunstancial) o molestas. Cree que transita las alturas, pero realmente vive con la mirada adherida a ras de tierra.

La obra se construye sobre un prólogo, y tres pasajes que relatan la evolución de Strickland. En el singular prólogo, de sorprendente modernidad, Wolfe (Herbert Marshall), trasunto a su vez del propio Maugham, lee con perplejidad en el periódico la alta suma de dinero que se ha pagado por un cuadro del ya fallecido Strickland. Wolfe se vuelve hacia la cámara, acompasado a un impetuoso travelling, y se dirige al espectador, compartiendo su desconcierto sobre el enigma de la personalidad de Strickland, que le propulsa a escribir sobre ello, lo que implicará el relato de los tres pasajes citados, en los que son cruciales las perspectivas de otros personajes (la intermediación de su mirada). También destacan en este prólogo detalles humorísticos, como la puntuación de sus reflexiones con los gestos exasperados de su sirviente por tener que recoger una y otra vez del suelo las pertenencias de Wolfe (y emitiendo un gemido cada vez que se agacha). Es una irónica manera de anticipar, por un lado, cómo la actitud de Strickland no tenía en cuenta la consecuencia de sus actos o negligencias en los otros, y por otro, de evidencira que estamos en el terreno de la ficción, de la <<representación>>, el intento de articular quién o cómo era Strickland. 

Es una velada forma de esbozar la consideración de que su afán de transcendencia, de ser Arte, se correspondía con una figura patética en su condición miserable (misógino y cruel, incluso con los que le ayudan), como también de establecer una distancia que propicie la visión de cualquiera de los otros personajes, aun víctimas de Strickland, como también víctimas de sus limitaciones, contradicciones o carencias. Es el caso de la esposa (Molly Lamont) que Strickland, abandonada, tras diecisiete años de matrimonio, por quien era un aparentemente anodino agente de bolsa ( de lo que avisa al propio Wolfe antes de presentárselo). Es fabulosa la secuencia de la cena, en la que Strickland parece alguien sin remarcada personalidad, que funciona por trámite vital (sin dejar de sugerirse, por la sutil expresión de Sanders, que es como un elemento fuera de sitio). En principio ella cree que le ha abandonado por otra mujer, por lo que envía a Wolfe a París para que interceda (o le convenza de que retorne), pero al enterarse por éste de que ha sido por una Idea, decidirá pedir el divorcio (a lo que no estaba dispuesta si luchaba contra otra mujer).

O lo serán las de otro pintor, Dirk (Steve Geray), y de su esposa Blanche (Doris Dudley), en el más brillante pasaje de la obra, aquel en el que Strickland va a vivir con ellos, porque Dirk sabe de sus condiciones precarias, que le han conducido a caer enfermo, aunque tenga que insistir para convencer a Blanche (que parece que forcejea consigo misma con tal obcecada resistencia a que acoger en su casa a alguien tan mezquino como Strickland que trata con desprecio a Dirk). Dirk es el opuesto de Strickland, alguien generoso, preocupado hasta el extremo por los demás, pero un pintor mediocre. Acepta que, ya recuperado, se quede a vivir con ellos, cual parásito, e incluso que cuando se marche, Blanche decida irse con él (evidenciando por qué se negaba con tal virulencia a que viniera, porque sabía lo que desataría en su interior) , y, careciendo de orgullo, suplicarla que no le deje ( como si él fuera el que no ha hecho algo bien), y seguir preocupado por su suerte aunque conviva con Strickland. Es sobrecogedor el plano general de la estancia en la que ella grita, después de intentar suicidarse tras ser abandonada por Strickland (finalizó el cuadro para él que fue su modelo, y ella ya no le interesa), que no quiere que Dirk permanezca en la habitación. El tercer pasaje transcurre en Tahiti, a donde se traslada, esperando encontrar lo que tanto anhela y persigue. En donde algo se transforma en su interior, cuando se enamora de una nativa, Ata (Elena Verdugo). Pero, parejo al cuadro de Dorian Gray, su piel se corromperá con la lepra, reflejo (consecuencia) de su corrupto interior, de todo el daño que ha causado a los demás, la lepra de su indiferencia insensible.

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