El título de la anterior película de Paul Verhoeven, Elle (2016), contenía en sí una interrogante sobre su protagonista. No es
su nombre, Michelle (Isabelle Huppert), sino una denominación genérica, más
difusa, “Ella”, porque hay una espesura de capas o máscaras en las que
internarse para conseguir una mirada precisa sobre esa mujer de la cuál su
madre dice de ella que siempre ha buscado materializar una vida aséptica. Nos
la presentan como víctima, alguien que sufre una violación, una circunstancia
que puede condicionar de modo radical nuestro enfoque sobre ella, pero
Verhoeven progresivamente traza un personaje con el que no resulta fácil
establecer un enfoque nítido; los matices y las contradicciones se tornan en arenas
movedizas con respecto a quien, pese a que no ama al marido del que se separó,
no encaja bien que éste tenga una amante (además, mucho más joven), como si él
debiera mantenerse en estado de disponible, o que decide establecer una
relación sexual ocasional con el marido de su mejor amiga porque se aburría (la
circunstancia determinó que fuera él como pudiera ser otro), y por el mismo
motivo rompe esa relación, cuando ya también le aburre. El título de su
siguiente película si responde al nombre propio de la protagonista, Benedetta (2021), y además a alguien
que existió en el siglo XVII, Benedetta (Virginie Efira), una monja italiana en
un convento de la Toscana, sobre quien Judith C. Brown escribió Inmodest acts: The life of a lesbian nun in
renaissance Italy, convertida en guion por David Birke y el propio
Verhoeven. Sí coincide con Elle en
el que no resulta fácil establecer una mirada precisa sobre cómo es Benedetta,
o cuál son sus intenciones, en qué medida es ingenua o manipuladora, en qué medida
es convicción que colinda con la enajenación y en qué medida urde con cinismo y
manipula las apariencias para su conveniencia. En qué medida es alguien que es
tanto de una manera como de otra, y que, por lo tanto, se puede calificar como
contradictoria o paradójica.
miércoles, 29 de septiembre de 2021
Benedetta
Esa ambivalencia de Benedetta de
nuevo será patente en su decisión de clausurar la ciudad para que no se permita
la entrada de nadie, para así protegerse de la plaga de la peste. Pero es una
decisión que, a su vez, parece conveniente, porque la abadesa (tras el suicidio
de Christina) ha decidido desplazarse a Florencia para recurrir al Nuncio
(Lambert Wilson), por lo que quizá se aprovecha de una circunstancia para
protegerse de la maniobra de la que fue abadesa, quien no dispone de pruebas
con respecto a si ha sido manipulación o no la cuestión de los estigmas, pero
sí, ha sido testigo de la relación lésbica de Benedetta y Bartolomea. Esa
transgresión es la que puede servir para satisfacer su ansia de venganza con
respecto a lo que Benedetta influyó en el fin de la desesperada Christina (y
también para reparar su excesiva pragmática cautela). No solo Benedetta se
mueve en esa línea difusa de las paradojas o contradicciones. También es el
caso del hipócrita nuncio, del resulta manifiesta su vida disipada epicúrea. Resulta
una ironía sangrante que su llegada, o su obcecación en hacer valer su posición
pese a la orden establecida por Benedetta de no permitir la entrada a nadie en
la fortaleza, sea la que propicie la propagación de la peste. Con respecto a
Benedetta, la misma Bartolomea está convencida de que, de modo intencional,
manipuló la apariencia de sus estigmas, pero permanece difuso en Benedetta el
límite entre su sugestionada convicción, colindante con la enajenación, y su
capacidad manipuladora en función de su conveniencia.
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