lunes, 5 de abril de 2021

El diccionario del mentiroso (Sexto piso), de Eley Williams

                               

¿Sabía la gente que los pliegues que hay en el cielo del paladar son diferentes y distintivos en cada individuo, como las huellas dactilares, y que cada palabra que uno dice ha sido liberada y pulida y amortiguada y magullada por dichos pliegues de una distinta manera? ¿Cuál es nuestra singularidad distintitiva? ¿Cómo encajamos esa singularidad en un modo de vida establecido, con sus normas, con sus coordenadas de lo que es decible o visible, un diccionario implícito al que adaptarse, y con el que relacionarse con los demás, cual código de circulación? Nos ajustamos, incluso tememos hacernos visibles, o nos camuflamos bajo personajes que configuramos para integrarnos o sentirnos singulares aunque sea con una voz impostada. El cielo de nuestro paladar queda nublado. Nuestra mirada se esconde, la voz se encoge o traviste. En El diccionario del mentiroso (Sexto piso), primera novela de la escritora británica Eley Williams, se alternan dos relatos, separados por algo más de un siglo. En ambos casos, sus personajes protagonistas, fingen u omiten lo que son. En 1899, durante los cinco años que llevaba trabajando en el Nuevo Diccionario Enciclopédico Swansby, Peter Wincerworth había ideado, fingido y perfeccionado un falso defecto del habla. En cambio, Mallory, que un siglo después realiza tareas en la misma editorial, no se atreve aún a salir del armario. Yo creo que no siempre hay que explicarle todo a todo el mundo, es la justificación con la que intenta protegerse de sus miedos, aunque fluya armoniosamente su relación con la vivaz Pip, quien se expone  y expresa abiertamente sin sentido del rubor o pudor. Mallory teme las explosiones de la vida, como esas desconcertantes amenazas telefónicas que recibe en la editorial. Por eso se esconde en la pregunta ¿habría una sutil diferencia entre alguien que no ha salido del armario y tener un esqueleto en el armario?. Peter sabe cuál es su función. Recibía varias palabras, así como fuentes para idear sus definiciones, y él tenía que cribarlas, evaluarlas y anotarlas. Pero Mallory no sabe con precisión cuál es su tarea. Es la única empleada, como quien es arrojada al mundo sin saber cuál es su función, y a la vez temerosa de exponerse. En un caso, una realidad férrea o rígidamente codificada a la que plegarse y en otro, una realidad cuyas coordenadas resultan imprecisas.

La conexión entre ambos tiempos se produce a través de la peculiar tarea que le endosa su jefe a Mallory. La búsqueda de las palabras fantasmas, <<palabras que no tienen una existencia real>>. Palabras inventadas, como cuerpos extraños en el diccionario. Como si el universo del otro lado del espejo de Lewis Carroll hubiera abierto una brecha en el código de circulación. ¿Son infracciones o subversiones? En cierto momento, Mallory se pregunta qué efecto distinto hubiera sido si el conejo blanco no portara un reloj de bolsillo sino un reloj de arena, el cual puede simbolizar no una cosa sino su opuesto, puede simbolizar desesperanza como necesidad de disfrutar del momento. ¿Por qué elegimos el ángulo con el que enfocamos la realidad¿¿Por qué ese y no otro? ¿Miramos la realidad de un modo demasiado rígido, fosilizamos la relación con la realidad demasiado fácilmente con el diccionario de lenguaje, o maneras de expresión y definición, instituido? Es cuando entran en juego las preguntas claves: ¿Qué incluirías en tu diccionario personal? (…) ¿Qué cosas del mundo quiero definir para que los demás no las pasen por alto? Una palabra para cuando estés perdidamente enamorada de alguien y las dos os dedicáis a deciros bobadas de un modo tan disculpable (…) Una palabra que aluda a la enorme amabilidad de la gente que, sin que nadie la vea, abre las ventanas para liberar a los insectos que quedan atrapados en el interior de las habitaciones. Una palabra para cuando te sorprende algún aspecto de tu físico. El diccionario del mentiroso no es sino la sublevación del diccionario propio de la mirada singular distintiva.

Mallory teme lo que quiere o puede decir, por eso se acopla (o se restringe). Peter, en cambio, nunca se había dado cuenta de que necesitaba creer que una polilla podía gritar llena de furia. Ama a una mujer que no sabe, con certeza, si ama a otro. Se siente inseguro, pero su grito comienza a abrirse paso, porque confinar el lenguaje es una cosa imposible, una fantasía, algo detestable, realmente era como atrapar mariposas dentro de un vaso. Los signos de la realidad se pueden parecer a una espesura difusa y ambigua. Por eso, decide subvertir el código de relación con la realidad, como un gesto de sublevación, o sabotaje, y decide que su voz distintiva se haga oír, incluso en el mismo diccionario que instituye lo que puede decirse, o cómo decirse y definirse. Decide introducir sus propias palabras o definiciones, su singular universo. Podría definir ciertas partes del mundo que sólo él era capaz de ver, o de las que se sentía responsable. Podría controlar todo un universo de significados nuevos, triunfos privados y elevadas y novedosas verdades (…) Una rebelión privada, una mentira sin víctima. Bien pensado, ¿quién podría afirmar que estaba en posesión de la verdad? ¿Quién podía arrogarse el derecho a definir una palabra? Al fin y al cabo, la amenaza que se siente, y determina que te escondas o camufles, y no expongas tu singularidad distintiva, no es sino una imposición, intencional (que puede ser reflejo de un mero capricho o extravío), o simplemente instituida como un código normativo de costumbre (y no por ello con fundamento: lo que estamos convencidos de que es una certeza puede revelarse que no lo es). Y la vida no es un código que, de modo inevitable, aplasta las polillas molestas en vez de liberarlas, sino un territorio desconocido, de naturaleza imprevisible, y elástica, por cuanto tu relación con la realidad, en continuo movimiento, como quien se desplaza por los bordes de los mapas donde no conocería los nombres de ningún punto de referencia, puede modificarse, de acuerdo a las interacciones o conexiones que se establezcan, y por ello las definiciones pueden variar, como tu forma de percibir y discernir, y de relacionarte contigo mismo, los otros y esa realidad incierta. En parte, es también una partida de ajedrez, tu singularidad distintiva realiza sus movimientos, tanteos, como se reacciona a los movimientos de la realidad impredecible. En suma, una relación que se define por sus futuros indefinidos y sus expectantes véase también.

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