martes, 2 de febrero de 2021

Pequeños secretos

                             

Los pequeños detalles son los que pueden dejar en evidencia lo que te esfuerzas en ocultar. Un pequeño detalle puede ser la leve fisura que se engradezca y exponga la película con la que habías tejido una apariencia, como conveniente narrativa, que no posibilitara que se percibiera cómo eres o qué has hecho. En Más allá de la duda (1956), de Fritz Lang, el protagonista revela que es el asesino, de modo inconsciente, cuando alude a alguien por su nombre real, en vez de su nombre artístico, por el que era conocida. Evidenciaba, de ese modo, que la conocía. Un nombre real puede ser un pequeño detalle que exponga realmente cómo eres o qué has hecho. Pero otros pequeños detalles son los que determinan que cometas un error cuando te domina la intemperancia o tus nervios te superan. Un mero gesto, un dedo que pulsa un gatillo, una reacción exasperada, y cruzas un umbral que solo podrá ser maquillado con el autoengaño, como una pinza que sostiene un vacío. Esos pequeños detalles son a los que alude Pequeños secretos (The Little things, 2021), de John Lee Hancock. El sheriff del condado Deacon (Denzel Washington) señala que los pequeños detalles son a los que hay que estar atentos porque son los que desvelan al infractor. Esos detalles que escapan al control, siempre hay una pequeña fuga. Se lo dice al detective Baxter (Rami Malek), al cargo de la investigación de un crimen, que parece es otro más cometido por un asesino en serie. La realidad puede ser esquiva, como una pantalla que obstaculiza el discernimiento, pero también la mirada puede ofuscarse. Y las buenas intenciones tornarse obsesiones que pueden generar catástrofes. La realidad está constituida por sombras, pero también por luces que ciegan.

Se ha hablado de que Pequeños secretos parece una película fuera de su tiempo, un tipo de producción más bien de los 90. Desafortunadamente, no un tipo de producción que se haya privilegiado en la última década en los Estudios hollywoodienses. Su lugar parecía ya ser el televisivo. Como la excepcional serie Mindhunter (2017-19), creada por Joe Penhall, aunque David Fincher sea su inspiración creativa. Precisamente, se ha traído a colación, con respecto a Pequeños secretos, la seminal Seven (1995), de David Fincher, una de esas obras que han marcado un antes y un después en la Historia del cine, y que aún sigue siendo uno de los más certeros reflejos de nuestro tiempo (de nuestra civilización). Una plantilla: dos polícías, uno veterano y uno joven, y un asesino en serie. De hecho, Hancock escribió el guion por aquel entonces, poco después del que desarrolló para Un mundo perfecto (1993), de Clint Eastwood. Se lo propuso a Spielberg, pero a éste le pareció demasiado oscuro. El estilo de Los pequeños detalles no tiene mucho que ver con la atmósfera perturbadora de Seven, sino con el estilo más bien templado de Eastwood, como ya evidenciaba, también, en su obra previa, la también notable Emboscada mortal (2019). Una distancia templada modulada por la magnífica banda sonora de Thomas Newman, que conduce, emocionalmente, la narración como si fuera su médula espinal. Pequeños secretos sintoniza más con Zodiac (2008), de nuevo, no en estilo, pero si enfoque. El desarrollo narrativo de Zodiac derivaba, o se enturbiaba, en la obsesión del periodista que encarnaba Jake Gyllenhaal. Necesitaba dotar de rostro a un asesino escurridizo, una fisura en la realidad que quemaba la película sobre la que se sostiene la ilusión de realidad (la rutina de continuidad). El asesino podía ser cualquiera, la muerte podía irrumpir en cualquier momento (un cliente en un taxi, una figura en un descampado cuando retozas plácidamente con tu pareja): la realidad quedaba expuesta como un desazonador sumidero de posibles, como si las purulencias fueran componente consustancial. No hay manera de controlar la (película de la) realidad

Pequeños secretos, como Zodiac, también enfoca en ese tipo de desquiciamiento, cuando quieres, denodadamente, que la realidad se amolde a como quieres que sea o se resuelva o esclarezca cuando quieres que se resuelva o esclarezca. En Pequeños secretos, Deke ve en el nuevo caso una repetición de aquel caso que le derrotó, porque le superó y cometió un error catastrófico. Los nervios le superaron, no controló su dedo y no disparó en la noche a quien era una amenaza. Disparó a quien no debía. Fue el motivo de que dejara su labor como detective, y optara por ser un uniformado sheriff de condado, de alguna manera en los márgenes. Pero quizá el pasado, de alguna manera, pueda ser reparado. Decide participar en la investigación de los crímenes presentes, colaboración que Baxter recibe con agrado porque conoce su reputación. Una figura parece sobresalir como sospechoso, Sparma (Jared Leto), alguien que había realizado reparaciones en el piso o inmediaciones de los últimos asesinatos. Se convierte en la pantalla, en el emblema, con el que Deke quizá pueda reparar su trágico error pasado.  Pero también se convierte en la obsesión de Baxter. Deke sabe que esa obcecación se convirtió en desquiciamiento que propició su error. Pero Baxter aún no sabe guiarse por la necesaria templanza. Ese hombre, Sparma, puede ser el asesino porque lo parece, o lo parece, por lo que puede serlo. Su actitud altiva y desafiante les hace sentir que debe serlo. Pruebas circunstanciales. Sparma se comporta como un reptil. No pierde los estribos, pero Baxter parece temblar en ese filo. No soporta la tensión de la espera o  incertidumbre, la no confirmación de sus presunciones. Necesita que la realidad exponga lo que cree, o sospecha, como quien espera que su reflejo sea lo real. Pero no sabe que cava en una realidad que realmente responde más al desquiciamiento de su necesidad. Quizá no haya nada, quizá parezca un asesino pero no lo sea. Y la evidencia de que Sparma juega, gozosamente, con esa ambivalencia, pulsa la tecla de su exasperación. Le hace cavar en distintos lugares en un espacio yermo. Y quizás no haya nada que revelar, y solo sea eso, una burla. Pero quizás no la del asesino que no pierde el control y no se revela o expone con un pequeño detalle,  sino la del inocente que, desafiante, juega de modo perverso con una presunción. Una palabra, un comentario, un nombre, puede ser ese pequeño detalle que deje en evidencia que se es el culpable de un crimen pero también puede pulsar la tecla que determine la reacción desquiciada que se torne en acto y catástrofe. Y esa herida fatal que se inflige solo puede ser cubierta con la película de un autoengaño, la sugestión de que esa reacción desquiciada disponía de algún fundamento real. Por eso, Pequeños secretos puede parecer una producción de los noventa, pero es una película que interpela a nuestro presente, qué grado de desquiciamiento podemos alcanzar para que la realidad se ajuste a nuestra percepción.

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