miércoles, 22 de abril de 2020
Seven from now
En la nocturna primera secuencia, un hombre irrumpe en el plano, de espaldas a la cámara, Stride (Randolph Scott), y se acerca a dos hombres a cubierto de la lluvia. Más adelante, dos hombres irrumpirán del mismo modo en el encuadre, Mater (Lee Marvin) y su compañero Clete, desde una rocosa elevación, mientras contemplan abajo en el desfiladero a Stride, quien ahora acompaña la caravana de un matrimonio, Annie (Gail Russell) y John (Walter Reed), a los que ha ayudado a sacar la caravana del barro. Es una admirable forma precisa de insinuar la amenaza. Esa primera secuencia culminará con un tiroteo entre Stride y los dos hombres, eliptizado (como aún incierto es el motivo de ese enfrentamiento). Master dejará manifiesta su amenaza cuando se una a Stride y el matrimonio, a la par que explica, a éstos, qué es lo que persigue Stride: Éste persigue a los siete hombres que atracaron la Compañía de correos donde trabajaba su esposa, que murió en el tiroteo. Master persigue el dinero que robaron. Aunque colabore en la búsqueda (e incluso salve la vida a Stride cuando dispare sobre uno de esos siete hombres que quiere matar por la espalda a Stride) ya deja claro que la colaboración se convertirá en enfrentamiento si Stride dificulta su objetivo prioritario, el dinero.
Seven from now (1956) es el magnífico primer western de los siete que rodó Budd Boetticher con Randolph Scott de protagonista. En este caso, producida por Barjac, la pequeña productora de John Wayne, quien en principio iba a interpretar el personaje de Scott, pero prefirió centrase en Centauros del desierto (1956), de John Ford. Aún así, se decidió a producirla cuando supo que Robert Mitchum había mostrado interés en ese personaje. Contrató a Gail Russell, con la que había compartido protagonismo en El ángel y el pistolero (Angel and the badman, 1947), de James Edward Grant, y La venganza del bergantín (Wake of the red witch, 1948), de Edward Ludwig, ya que llevaba cinco años sin trabajar en el cine por su pánico a la escena y el alcoholismo en el que había buscado refugio. Burt Kennedy escribió el excelente guión, en colaboración con Henry Vass. Kennedy escribiría otros tres más de los westerns de Boetticher-Scott, tan esplendidos como éste, Ride lonesome (1959), Comanche station (1960) y Los cautivos (The Tall T, 1957), todos un prodigio de condensación, inventiva y capacidad sintética de perfilar personajes y trama, con un complejo y sutil substrato simbólico.
Hay otra competitividad que surgirá en el trayecto, la atracción que ambos sentirán por Annie. Sutilmente, se va describiendo, cómo se gesta la atracción entre Stride y Annie, a través de miradas y gestos, desde el primer momento que se ven (Stride interrumpe levemente su paso cuando John la presenta como su esposa). Por añadidura, ese presente, esa relación, está emborronado con el pasado. Porque en la venganza que busca Stride está contenido un sentimiento de culpa: Stride perdió su puesto de sheriff seis meses atrás, y aun costándole encontrar trabajo rechazó el puesto de ayudante que le ofrecían por una cuestión de orgullo (como si se rebajara), lo que propició que su mujer aceptara ese trabajo en las oficinas de la Compañía: De algún modo, siente que su obcecado orgullo propició la muerte de su esposa. Es un pasado en el que está empantanado. No deja de ser significativo que encuentre a Annie y John cuando su carromato está atrapado en un lodazal. Es un falso movimiento el de Stride, porque su guía es la mera venganza, como si no hubiera escapado de ese pasado por el que se siente culpable. Por eso, impide toda materialización de lo que siente por Annie (en su primera despedida, él hace un gesto hacia el caballo pero ella interpreta que es para besarla, por lo que responde con ese impulso, pero él sólo iba a coger la brida). Y, por otra parte, como si portara su culpa, significativo también es que en el carromato se traslada oculto el dinero del robo (que John aceptó transportar sin saber qué era, por su necesidad de ganar dinero para su viaje hacia California).
La competitividad de Master a la que me refería, con respecto a Annie, destaca especialmente una magnífica secuencia, aquella en el interior del carromato, en una noche lluviosa, en la que Master, ante los otros tres, cuenta una historia del pasado sobre una esposa que se fue con otro hombre que conoció. Una secuencia orquestada a través de las miradas de las cuatro, enrareciéndose de progresiva tensión. Con respecto a la búsqueda de esos siete hombres hay otro detalle de lo más sugerente: Stride no sabe cómo reconocerles. A retener el comentario de Master, detenido dos veces por Stride en el pasado: Sólo reconoces un rostro cuando es el que ha cerrado la puerta de la celda. Los diversos enfrentamientos finales tendrán lugar en un singular escenario rocoso, que asemeja a la arena de un circo romano o coso taurino (es conocida la afición taurina de Boetticher), en el que entre rocas, lidiarán la codicia, el afán de justicia y la redención de una culpa. En el último duelo, Stride se apoya en su fusil, ya que cojea por una herida en su pierna, como si ya la cojera interior, tras morir los siete hombres que buscara, se manifestara ya externa. Si Stride, en el plano inicial, irrumpe desde el fuera de campo, y la ejecución de los dos hombres, el intercambio de disparos, se realiza en fuera de campo, ya que la cámara encuadra a los caballos, asustados, por los disparos, Boetticher, en el enfrentamiento final también recurre al fuera de campo de modo ingenioso. Master y Stride se enfrentan. No se ve a Stride desenfundar. La cámara encuadra a Master que mira perplejo a Stride y a sus manos extendidas, porque no ha podido siquiera desenfundar.
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